En las próximas elecciones del mes de junio se decidirán asuntos verdaderamente trascendentes para la vida política y social del país. No son temas para el largo plazo —para cuando todos estemos muertos, decía Keynes—, sino para el presente y para el futuro inmediato. Se decidirá, por ejemplo, si el país en su conjunto es capaz de “parar de tajo” la peligrosa pretensión del priismo de viejo cuño por restablecer —con el PVEM como muleta— la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Para estos priistas el pluripartidismo y la democracia son trabas, obstáculos que impiden el logro de sus objetivos, principalmente el de reconstruir aquellas relaciones del poder, que durante décadas se asentaron en el presidencialismo omnímodo, en la confabulación de intereses con la oligarquía económica y en la corrupción.
En junio se decidirá, además, si el panismo conservador logra hacer olvidar a los ciudadanos el fracaso estrepitoso de los gobiernos de Fox y Calderón. Son los panistas corresponsables directísimos de la grave situación que ahora vive nuestro país y, sin embargo, pretenden —envueltos en su puritanismo hipócrita— transitar los próximos comicios repartiendo a todos los demás sus graves errores. Por ejemplo, la familia Calderón quiere gobernar Michoacán pasando por alto que son ellos, principalmente, los que hundieron a ese estado en la desgracia.
Pero en junio también se decidirá si la izquierda democrática, pacifista, que pugna por la legalidad, representada por el PRD, continúa vigente como opción de poder e influyendo de manera progresista en el rumbo del país o, en sentido contrario, lo que prevalece en la escena política del país es la “otra personalidad” de la izquierda, la del señor Hyde, el irracional personaje de la célebre novela de Stevenson, que instintivamente sólo sabe destruir. Me permito citar “el extraño caso del Doctor Jekill y el Sr. Hyde”, no porque comparta la visión de la eterna lucha de los seres humanos entre el bien y el mal, que es esencialmente una visión moral y religiosa. Más bien, en sentido contrario, trato de puntualizar que la vida y, desde luego la política, se debaten constantemente entre el pensamiento de la razón y el fetiche de la creencia. La política en la izquierda no está ajena a esta contradicción y ahora mismo y frente a los electores, se están confrontando dos concepciones de la izquierda: la que sostiene su pensamiento y acción en la racionalidad que permite y hace posible el construir soluciones y alternativas a los problemas nacionales y, aquella otra, que sólo pende del hilo de la creencia, de la fe en la venida, la llegada de un salvador. Ésta es una de las diferencias sustantivas que existen entre el programa político que propone la izquierda perredista y el dogma de fe en el que cree el populismo demagógico de Morena.
Dicho de otra manera: el país necesita de una izquierda progresista y democrática que enarbole una propuesta de cambios ciertamente profundos, radicales, pero necesariamente viables para transformar el modelo económico y el sistema político; que propone un desarrollo incluyente, sustentable; que propicie empleos dignos y bien remunerados; que impulse reformas que hagan tangible una sociedad de derechos exigibles y un Estado democrático con capacidad de hacerlos realidad; esto es, una izquierda para el siglo XXI.
Lo que no le sirve al país es un populismo que, disfrazado de izquierda, lo que sugiere es un regreso al pasado, una regresión al autoritarismo en nombre del pueblo, al ostracismo en nombre de la patria. México no necesita de fe, esperanza y caridad. Requiere de la razón de la política que logre, ya, sin más espera las respuestas tangibles, posibles a las justas demandas de la gente.
*Expresidente del PRD
Twitter: @jesusortegam