martes, 30 de agosto de 2011

Terrorismo

El incendio provocado en el Casino Royale en la ciudad de Monterrey debe de ubicarse sin ambigüedades: Es llanamente terrorismo.

Se trata, según la definición de Brian Jenkins, “del uso calculado de la violencia o de la amenaza de la violencia para inculcar miedo; se propone intimidar a gobiernos o a sociedades en el propósito de alcanzar ciertos objetivos que son generalmente de carácter, político, religioso, ideológico”, y debiéramos agregar, para el caso de Monterrey, “de carácter económico”. Adjunto lo de económico, porque a quienes regaron con gasolina las instalaciones del mencionado casino y con ello ocasionaron la muerte de 52 personas, no los motivó alguna convicción política o ideológica y menos aún religiosa, sino que —probablemente— los alentó el “castigar” a determinadas personas (posiblemente al o a los propietarios de la casa de juego) por no “pagar la cuota de protección” a las bandas de criminales que del “negocio de la trasportación y venta de drogas” se han extendido al “negocio” de extorsionar a propietarios de pequeñas o grandes empresas. De esto obtienen recursos que en algunos casos pueden ser superiores a los obtenidos en el narcomenudeo.

Los grupos de la delincuencia organizada han diversificado su modus vivendi, y la extorsión y el secuestro, entre otras, son actividades que les reditúan grandes cantidades de dinero. Pero para continuar extorsionando les resulta indispensable escarmentar a algunos y lo deben hacer con tal brutalidad, que al causar el mayor daño infundan temor y miedo entre toda la población. Así, en Monterrey han causado el mayor daño —la muerte de 52 personas— y ahora han logrado el propósito de atemorizar y aterrorizar a la mayoría de la población de Monterrey y del país.

Todo esto es real, pero lo más delicado aún es que la presencia de estas formas de “narcoterrorismo” no sólo están evidenciando la extrema debilidad de los gobiernos federal, estatales y municipales para enfrentar a la delincuencia organizada, sino que además se está haciendo patente, cada vez con más claridad, la existencia de una Crisis de Estado, entendida ésta como una paulatina, constante y creciente corrosión de sus instituciones más representativas, incluidas aquellas encargadas de hacer uso de la fuerza legítima y legal. Por ejemplo: el Ejército y las diferentes policías.

Por lo tanto, la presencia cada vez más frecuente y cada vez más brutal de la violencia y, de ésta, en modalidad de terrorismo, es un problema de tal magnitud que pone en riesgo la existencia misma del Estado nacional.

Sin embargo, desde algunas concepciones políticas, la agudización de una Crisis de Estado es una necesidad y una condición para lograr verdaderos cambios. Desde esas visiones, las fuerzas a favor del cambio no sólo no deberían preocuparse por dicha crisis, sino que, por el contrario, deberían hacer lo necesario para profundizarla. Esas teorías, como la de agudizar las contradicciones, en las actuales condiciones del país es la que favorece al crecimiento de la violencia, la que propicia más víctimas inocentes, la que apoya mayor impunidad de la delincuencia pero, sobre todo, es la que apoya las alternativas de poder político más reaccionarias, conservadoras y representativas de la derecha extremista.

Las fuerzas de izquierda, las progresistas, no deberían apostarle al mayor debilitamiento del Estado y sus instituciones,  pues se estarían disparando a sí mismas.

martes, 23 de agosto de 2011

El mejor candidato para una gran coalición política y ciudadana

 
El pasado domingo se llevó a cabo el XIII Congreso Nacional Extraordinario del PRD, el mismo que adoptó decisiones que son importantes para el momento actual del país y del partido. Por ejemplo: determinó que el PRD elija como su candidato o candidata a la Presidencia de la República, al ciudadan@ que se encuentre mejor “posicionado”, es decir: el que cuente con mayores simpatías entre los electores, el de mayor capacidad de crecimiento, de suma, de inclusión y, desde luego, el que tenga el menor rechazo entre el universo de los votantes.

Se trata de presentar como candidato al que pueda alcanzar la mayor representatividad entre la población y, por lo tanto, aquel que pueda adquirir la mayor fuerza para estar en condiciones de vencer a los candidatos de las otras opciones políticas. Por ello, este Congreso Nacional asumió que el mejor método para lograr tal objetivo será el de realizar una o varias encuestas entre “la ciudadanía en general”, entre el universo de los posibles votantes.

Esto es un gran acierto, porque sucede que entre algunos compañeros existe la confusión sobre a quiénes debiera aplicarse la referida encuesta y piensan, de manera equivocada, que la muestra estadística debiera sólo contemplar a los ciudadanos que votan tradicionalmente por la izquierda o a aquellos que se encuentran afiliados a los partidos que se definen como parte de las izquierdas.

Quienes piensan de esta manera, es obvio que cometen un grave error conceptual porque, para ganar la elección de Presidente de la República, la izquierda está obligada a ver más allá de sus propias “fronteras ideológicas”, estamos obligados a poner la vista en todas y todos los ciudadanos que podrían sufragar en julio del próximo año.

Hay que decirlo con toda claridad y con la mayor contundencia: En ningún país, tampoco en el nuestro, ningún partido —de cualquier orientación ideológica— gana una elección si su activo y su fuerza se limita al estrecho margen que significan los militantes, los “feligreses”, el “voto duro”. Esto fue, precisamente, lo que nos sucedió en la reciente elección del Estado de México y de la cual deberíamos aprender la lección.

Por el contrario, la izquierda será competitiva y estará en condiciones de ganar las elecciones federales en la medida en que ampliemos nuestro horizonte hacia la gran mayoría de la población, especialmente hacia las y los jóvenes; hacia las mujeres; hacia los amplios sectores de las clases medias que, principalmente, se encuentran en las grandes zonas urbanas y, por último, a los electores que no practican militancia política alguna, que tienen “flexibilidad” al momento de emitir su voto y que, por ello, son todos estos, el factor determinante de cualquier resultado electoral.

En razón de ello, lo correcto de una encuesta que en su aplicación contemple a todas y todos los electores para que podamos ubicar, dentro de los aspirantes a representar la alternativa progresista,  al mejor posicionado.

Pero, además, el mejor posicionado debe ser aquel que permita superar el espejismo de que lo único que importa es ganar la Presidencia. Digo que es un espejismo, porque tener la Presidencia —ya lo hemos experimentado— no es suficiente para garantizar una gobernabilidad democrática que pueda realmente solucionar los grandes problemas del país. Más allá de esto, se requiere un candidato que proponga un gobierno de coalición amplia, que como dice José Woldemberg en su texto “la izquierda mexicana en su laberinto”, sea capaz de “contar con un apoyo mayoritario en el Congreso, lo cual se puede lograr con un acuerdo general que establezca con claridad y de manera pública los principales compromisos y reformas que llevaría a cabo”.

Y por eso también el acierto del PRD, de plantearse como parte de su estrategia la construcción de una gran alianza política y ciudadana, que sirva no sólo para ganar sino, además, para gobernar de manera democrática, eficaz y en beneficio de la gran mayoría de las y los mexicanos.

martes, 16 de agosto de 2011

Aparecer en las boletas

 
“A menudo sólo vemos lo que queremos ver e interpretamos lo que vemos según lo que deseamos creer”. Esta es una frase de Luis Villoro, de su libro El poder y el valor, fundamentos de una ética política.
 
Este impecable razonamiento explica la falta de objetividad y de realismo en las declaraciones de algunos personajes de la vida política, incluidos quienes son aspirantes a la Presidencia de la República.

Vicente Fox, por ejemplo, en “su deseo de creer” que durante su gobierno se lograron las grandes transformaciones democráticas, ahora se atreve a asegurar que el regreso del PRI al Poder Ejecutivo sería manifestación de una democracia consolidada. El ex presidente “no quiere ver” que su gobierno preservó lo esencial del sistema priista, que no se avanzó hacia una transición, y que precisamente por ello ahora existe la posibilidad, no de una normal alternancia, sino de un nocivo fenómeno de restauración del viejo régimen.

Cosa parecida sucede con Calderón, “en su deseo de creer” que su estrategia de combate a la inseguridad es la correcta; cualquier otra que se le presente,  la soslaya, la minimiza,  la desecha y, lo peor es que, ante la terrible violencia que desangra al país, que deteriora su tejido social, que debilita al Estado, él sólo ve lo que “desea ver”, es decir, “a delincuentes matándose entre ellos”.

Lo mismo sucede con López Obrador. Para éste, todo aquel ciudadano que no comparta su punto de vista es parte de la “mafia del poder”, y todo perredista que difiere de su posición “es un traidor”. Esta postura es evidentemente subjetiva, pero lo más grave es que, cuando alguien ejerce poder y, desde éste, sobrepone sus deseos exclusivos y excluyentes, se deriva frecuentemente hacia concepciones absolutistas. Pongo un ejemplo: “Seré candidato —dice AMLO— de uno, de dos, o de tres partidos”. Con esta actitud, López Obrador ve los comicios de 2012 a partir, principalmente, de sus deseos, y no en razón de las necesidades de las fuerzas progresistas y de las propias del país.

Satisfacer el deseo particular de aparecer en las boletas electorales es intrascendente para México. Lo importante es razonar objetivamente sobre quién debiera ser el candidato que la izquierda necesita para ganar y para construir el nuevo gobierno progresista que el país necesita.

Cito de nueva cuenta a Villoro: “Al intentar ver el mundo desprendido de mis deseos, puedo considerar a los demás con imparcialidad y juzgar de los intereses ajenos con la misma ecuanimidad con que podría juzgar los propios. La postura desprendida de los deseos propios abre al diálogo y a la comprensión de las posiciones ajenas”.

Acceder a una postura desprendida de los deseos propios no es fácil, pero es lo que el país requiere.

martes, 9 de agosto de 2011

Peña Nieto y El Canelo Álvarez

Excélsior  

Ricardo Garibay, importante escritor de novelas, cuentos y crónicas, escribió sobre la política... y sobre el boxeo. Era aficionado a esta disciplina e hizo en su última época una biografía sobre El Púas Olivares, gran boxeador y verdadero ídolo popular. Garibay decía que el púgil “ha de acabar como bagazo de los publicistas”, y con ello describía la constante relación del pugilismo con el negocio de la publicidad.

¿Y por qué citar a Garibay, a su pasión por el boxeo, y relacionarlo con Peña Nieto y con un joven boxeador jalisciense? ¿Qué tiene que ver el gobernador del Estado de México con El Canelo Álvarez?

Veamos lo siguiente: El Canelo Álvarez es una de las figuras principales del boxeo actual, es un negocio muy exitoso y altamente redituable para una empresa televisiva. La televisión ha logrado hacer de El Canelo un nuevo “ídolo” que, cuando pelea, logra grandes ratings televisivos y, desde luego, deja enormes ganancias. Pero esto lo ha hecho posible la empresa televisiva, a través de pactar enfrentamientos del joven boxeador con similares que son —como decía Garibay— “bagazos”, esto es: boxeadores olvidados, muy golpeados, dañados, diezmados en potencia y facultades; o con otros que, de tan inexpertos, no conocen de la más elemental técnica boxística y que los suben al ring sólo para perder. En su última pelea, El Canelo enfrentó a un inglés tan malo como desconocido, con tantas cicatrices y con tantos golpes que no ofreció, como se sabía de antemano, ningún obstáculo para otra victoria del ya famoso Canelo.

Pues bien, de la misma manera que se ha hecho la carrera profesional de El Canelo hacia los campeonatos mundiales, se está haciendo la propia del que pareciera ser candidato del PRI hacia la Presidencia de la República, es decir: publicidad, más publicidad, grandes ganancias y buscándole contrincantes a modo.

En su última “pelea”, la del Estado de México, Peña Nieto tuvo —como dicen algunos cronistas de boxeo— un “día de campo”, ni se despeinó como dicen otros. Y así lo llevan, cuidándolo, no exponiéndolo a golpes ni a castigo innecesario,  protegiéndolo para que “lo hagan” Presidente de la República. Como hicieron campeón a El Canelo Álvarez. A éste ahora le andan programando una nueva pelea y le buscan contrincante adecuado.

Peña Nieto, ya sabemos que va a competir en julio del próximo año y, de igual manera, sus publicistas y apoderados, se encuentran trabajando afanosamente, buscándole contrincantes a modo. Quisieran, por un lado,  a alguien poco conocido, con poco tiempo en las lides políticas, que se precie de conocer la técnica en los libros,  pero que apenas haya subido a un cuadrilátero y, para colmo, con mal manager, o quisieran a otro contrincante que, aunque pudiera tener experiencia, también se encuentre muy golpeado, debilitado en su potencia, con muchas heridas que se abran al primer contacto y suficientemente desgastado para que no les signifique demasiado riesgo.

El Canelo seguirá por buen tiempo, generando altas ganancias a sus promotores; pero se trata —dice Garibay— sólo de “un espectáculo con noches de gloria que llevan al alarido a multitudes”.

No es así en el caso de las elecciones de julio,  y más vale que a los promotores de la restauración del viejo régimen no les quede más remedio que enfrentar a un candidato con reales posibilidades de vencerles. Ello es responsabilidad de la izquierda  y en ello va el futuro del país.

martes, 2 de agosto de 2011

Demócratas de Izquierda; renovación e innovación


Estamos en un momento trascendental para el país y en una coyuntura vital para las fuerzas progresistas y de izquierda. Ya no hay lugar para la apatía, el escepticismo, el pesimismo, y menos aún para la mezquindad. No hay tiempo que perder, so riesgo de que México continúe en el extravío.

Ante este panorama, proponemos: primero, una visión renovadora de la política e innovadora de la izquierda; segundo, un actuar dirigido a la raíz de la problemática nacional con soluciones para hoy y el futuro. Una visión y un actuar que logren la certidumbre sobre el rumbo del país y que den garantía de paz, de bienestar para todas y todos.

En la encrucijada política —ante la que nos encontramos— las alternativas son: un retorno al pasado, una continuidad estéril, una polarización que confronta y destruye. Ante esto, proponemos otro camino: el que hace de cada mexicano un agente del cambio; el que logra la participación ciudadana por el rumbo de la democracia efectiva para elegir, para convivir en la legalidad, en la justicia y la equidad; el camino de un México incluyente que no discrimina y que alienta la participación de todos en una comunidad humanista, que se recrea en sus culturas y pensamientos diversos; el camino de un México que crece desde la solidez de una educación universal y de calidad; desde una economía fuerte, productiva, competitiva y no monopolizada; por el camino, entonces, de la construcción de una fuerza política alternativa.

Somos un ente cuya idea eje es generar progreso profundo y permanente para todas y todos. Proponemos entonces un movimiento de renovación política, cuyo compromiso inteligente, moderno e innovador, así como su propuesta, se sintetizan en: paz vía progreso.

Estos pilares, de este nuevo pensamiento y de un programa de gobierno, definen y expresan nuestra identidad: democráticos, sin demagogia y reconociendo la pluralidad nacional; incluyentes, representando y acogiendo a las expresiones de la diversidad del país, apoyando las decisiones de la mayoría y los derechos de las minorías, buscando una vida digna para todas y todos; progresistas, con propuestas que respondan a las realidades cambiantes y construyendo bases sólidas para beneficios permanentes; vanguardistas, construyendo soluciones frescas ante las problemáticas añejas y las nuevas; propositivos, dejando a un lado la crítica estéril para ofrecer soluciones y mejoras; por encima de todo, pacíficos, comprometidos con el cuestionamiento de lo existente y la promoción de alternativas, sin agresión ni violencia de ninguna índole.

Estos valores definen nuestra identidad, nuestros objetivos de inclusión, de pluralidad, de armonía y justicia democrática.

De esta manera, nos dirigimos a todas y todos los mexicanos; a las y los ciudadanos que tienen en su voto la posibilidad del cambio; a los jóvenes cuyas inquietudes y necesidades los impulsan hacia el progresismo democrático exigiendo el respeto y cumplimiento de sus derechos; a las mujeres, a todas que con su mente y espíritu abierto promueven el cambio; a la ciudadanía no alineada partidariamente que busca soluciones viables y busca alternativas creíbles para su voto.

Este es un movimiento de renovación e innovación política. Esto es: Demócratas de Izquierda.