Carlos Marx escribió en el 18 Brumario de Luis Bonaparte lo siguiente: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”.
En los renglones de ese texto extraordinario se refleja de manera impecable el comportamiento de Luis Bonaparte, que buscó apropiarse —para representar una farsa— del nombre, del ropaje, de las consignas de su tío Napoleón. Pero esta farsa se repite —como dice Marx— con mucha frecuencia en países en situación de crisis (el caso de México) y esto es lo que hace precisamente Andrés Manuel López Obrador cuando dice, apenas hace unos días: “Cuando sea presidente de la República recuperaré completita, sin ningún cambio, la Constitución de 1917 para instaurarla como nuestra nueva Carta Magna”.
Es decir: el programa político de AMLO y de Morena para estas elecciones es que México tenga una regresión hasta los inicios del siglo XX.
AMLO, en lugar de proponer algo nuevo, acorde con los tiempos de inicios del siglo XXI, se manifiesta —como escribía Marx temeroso—, conjurando en su auxilio los espíritus del pasado, tomando prestados sus ropajes, su lenguaje, sus consignas.
Y no es que los constituyentes del 17 hayan hecho una mala Constitución, pues tomando en cuenta la realidad y los tiempos que vivieron, ésta, en muchos aspectos, tenía un contenido progresista.
Pero contrario al ánimo y pensamiento vanguardista que permeó en Querétaro durante 1916-1917, AMLO se sigue debatiendo en su obsesión de representar, como si de escena teatral se tratara, a los personajes de nuestro pasado. Se transforma en lo que cree que es y se imagina a sí mismo en las escalinatas del templo de Dolores enarbolando el estandarte con la Virgen Morena (el nombre de su partido no es casualidad gramatical) o recorriendo el país en carruaje con la República resguardada bajo el brazo.
¿Se pueden enfrentar con éxito los desafíos del siglo XXI con las respuestas diseñadas a principios del siglo XX? Me parece que no, e intentarlo es francamente un desatino.
Resultaría una barbaridad, por ejemplo, tratar de resolver los problemas de la economía nacional inserta en un mundo globalizado, apoyándose en aquellas fórmulas que diseñaron los constituyentes del 17 para un país que se sostenía básicamente en la economía rural.
Con una visión diferente hay que modernizar la producción agrícola en paralelo con un proceso de industrialización sustentable.
Los constituyentes del 17 conformaron una Carta Magna eminentemente presidencialista, a tal grado que propició —durante posteriores décadas— un régimen autoritario de concentración absoluta del poder en un solo individuo.
¿Es útil para el país el sistema presidencialista concentrador del poder? Opino que no y, a diferencia de AMLO (y de Peña Nieto), deberíamos pensar en sentido diferente, en un régimen político moderno como lo es el parlamentario.
El futuro deseable para México no lo encontraremos hurgando en baúles enmohecidos. Lo reiteraré en palabras nuevamente, de ese gran pensador que fue Carlos Marx: “La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado”.
*Expresidente del PRD
Twitter: @jesusortegam
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