martes, 28 de junio de 2011

Diálogo: herramienta de la política

Excélsior

Cuando Javier Sicilia  y otras ciudadanas y ciudadanos anunciaron que llevarían a cabo una marcha por la Paz y la Dignidad,  todos sin excepción, la celebraron. Líderes políticos de todos los partidos, dirigentes de organizaciones sociales, analistas, señalaron la acción de Sicilia no sólo como un acto valiente que desafiaba al gobierno, sino que además,  la calificaron como una iniciativa ejemplar con la cual, predecían,  se iniciaba un gran movimiento que reivindicaba los afanes pacifistas de la ciudadanía.

Sicilia, con sensatez, nunca pretendió aislar su protesta. Por el contrario, buscó encontrar una respuesta verdaderamente eficaz,  haciendo comprender a la sociedad el hecho de que la violencia y la impunidad están estructuralmente vinculadas a la debilidad del Estado Nacional.  Así fue, que a las exigencias de paz y de justicia para las víctimas de la delincuencia, se agregaron-con suficientes argumentos- demandas de carácter estratégico,  como el de una indispensable Reforma Política que fortalezca a las instituciones legales y representativas del estado.

Sicilia planteó, con lucidez,  la necesidad de un Gran Pacto Nacional del cual participaran los principales actores políticos y sociales del país,  para que desde este espacio de diálogo y desde  indispensables acuerdos políticos de Estado, se lograra frenar la espiral de la violencia y la impunidad. Un Pacto Nacional resulta tan necesario, que la exigencia de Sicilia apareció elementalmente lógica. 

Sin embargo, este razonamiento no es compartido por algunos, especialmente por los ultraconservadores de izquierda, aquellos que al inicio de la marcha elevaron a Sicilia al carácter de Héroe Ciudadano y que  ahora lo señalan como traidor.  ¿Por qué ese abrupto cambio?

Simplemente,  porque en la lógica de la necesidad del Pacto Nacional, Sicilia aceptó dialogar con el gobierno, con el Congreso y con otros actores sociales; simplemente,  porque admitió la posibilidad de que con el diálogo entre los diferentes o incluso con los contrarios se pudieran lograr acuerdos. Los conservadores de izquierda, en su vulgar utilitarismo, del recelo hacia Sicilia, pasaron a la desconfianza, de la desconfianza a la acusación y de la acusación al estigma.  Sicilia no es el único y tampoco será el ultimo de los estigmatizados como traidores por practicar uno de elementos consustanciales de la política como lo es el diálogo. Los inquisidores seguirán señalando, acusando, infamando,  pues esa es su visión de la política.

Bobbio escribe que la política no tiene una noción unívoca,  que por el contrario es un concepto ambiguo y señala que hay dos troncos conceptuales de la política: Uno que la señala como herramienta para conciliar posiciones e intereses, para resolver problemas de la sociedad,  y el otro que la identifica como instrumento para el enfrentamiento, la polarización, la confrontación y el conflicto. Unos buscan solucionar los problemas por la vía de la Paz;  los otros piensan, erróneamente,  encontrar soluciones en la violencia. Sicilia, es de los primeros.

@jesusortegam

martes, 21 de junio de 2011

Asignaturas pendientes de la izquierda mexicana



Las izquierdas en México, aún no terminamos de salir del pasmo que nos provocó el derrumbe del Muro de Berlín. Nos desenvolvemos aún en la incertidumbre programática y continuamos transitando en una especie de orfandad ideológica. Durante varias décadas, la izquierda mexicana ha buscado nuevos paradigmas, pero no hemos logrado romper con la herencia estatista y autoritaria que nos legaron nuestros dos principales referentes del pasado; el socialismo estalinista y el nacionalismo revolucionario priista.

El PRD, nuestro partido, pretendió genuina y atinadamente superar a ambos y,  ante el país, aparecimos como una alternativa nueva y diferente al conservadurismo panista y al priismo que ya se debatía en su degeneración. La izquierda representada por el PRD, creció de manera impresionante y como nunca en la historia del país, avanzando hasta la condición de una fuerza progresista capaz de ser opción de poder. El PRD actuó con gran audacia y oportunidad para avanzar en la unidad de fuerzas progresistas y de avanzada; con sentido de oportunidad e incluso con frescura nos abrimos para recibir a la amplia pluralidad de fuerzas políticas que reclamaban el cambio, convirtiéndose nuestro partido en receptor de marxistas, nacionalistas revolucionarios, liberales, progresistas y de demócratas del más diverso signo. Lo hicimos con apertura y tolerancia. Sin duda ello fue razón de nuestro crecimiento electoral y de nuestra fuerte influencia en la vida política nacional.

Sin embargo, no hemos descubierto dos asignaturas que, después de más de 20 años, continúan pendientes: La aceptación de la democracia como nuestro principio fundamental y la modernización de nuestra propuesta programática.
¿Qué implica la aceptación de la democracia como principio fundamental de una izquierda moderna? Varios son los puntos, pero las esenciales son a mi juicio los siguientes:

1.- Aceptar que el PRD no representa solamente a una clase o a un sector de la sociedad. Desde luego que representamos los afanes de los más pobres y desprotegidos, pero también debemos representar a las amplias y diversas clases medias; a los trabajadores desde luego, pero también, y no hay contradicción en ello, representamos a la gran mayoría de los empresarios; a los movimientos que reivindican derechos sociales, pero de la misma forma a quienes luchan por los derechos civiles, políticos y humanos. Debemos representar no sólo a los enojados de la coyuntura, sino a todos aquellos que aspiran a progresar y a mejorar sus condiciones de vida. En síntesis, una izquierda nueva y moderna debe representar al conjunto de la población, ya que ello significa serle útil al país en su conjunto.

2.- Una izquierda democrática se recrea en la pluralidad del país y por ello es laica y libertaria. La libertad y los derechos individuales no están en conflicto con los derechos sociales y por ello mismo, una izquierda democrática es defensora de la legalidad.
 
 
Estas asignaturas pendientes, tienen que ver con un verdadero proceso de renovación de las ideas y concepciones que debieran caracterizar una izquierda democrática, progresista y moderna como la que necesita el país y como la que requiere la coyuntura de la próxima elección presidencial.


martes, 14 de junio de 2011

De la autocracia al extravío

Excélsior

Felipe Calderón, de viaje por Estados Unidos, explicó a los estudiantes de la Universidad de Stanford cómo era el sistema priista y lo que, a su juicio,  se ha hecho para sustituirlo. Calderón dijo que nuestro país tenía un régimen autocrático, que todos los gobernadores y los senadores eran de un solo partido, que el PRI controlaba todo, que censuraba a los medios, que además masacró a estudiantes, secuestró y desapareció a muchos ciudadanos.

El relato que hace Calderón sobre el sistema priista es correcto y desde luego que es acertado recordar a ese régimen en su autoritarismo y en su corrupción, pues, como sabemos, existe el riesgo de que en poco tiempo pudiera volver.

En lo que no acierta Calderón es en afirmar que ese viejo sistema ha desaparecido, y más erróneo es no mencionar las causas y las razones por las cuáles sigue vigente en muchos sentidos.

Contrario a lo que piensa Calderón y otros analistas políticos, en México no se ha dado el cambio de régimen político, es decir, no se ha culminado lo que en otros países se conoce como un proceso de Transición Democrática.

Cierto que en el año 2000 se dio una alternancia en el Poder Ejecutivo federal y en el de algunos estados de la República, que se aprobaron reformas de carácter electoral que en su momento ayudaron al ejercicio libre del sufragio, que se llevaron a cabo algunos cambios legales y constitucionales que alentaron el ejercicio de libertades civiles, pero la esencia del viejo régimen sigue presente y peligrosamente preparado para recuperar plenamente su hegemonía política e ideológica.

Antes del año 2000 ya se observaban de manera diáfana los síntomas de la agonía del sistema priista, pero en lugar de sepultarlo mediante una profunda reforma del Estado, la alternancia en el Ejecutivo federal se limitó a cambiar de chofer para que Fox y Calderón continuasen conduciendo el inservible carromato del viejo sistema.

Los panistas tomaron el volante pero conducen igual o peor que los priistas, siguen en lo fundamental el mismo camino, y sin ninguna reforma del Estado de por medio, el viejo sistema sobrevive y nos amenaza con volver.

Lo que en realidad vive el país es la aguda crisis que provoca el largo intermezzo entre un tipo de Estado claramente anacrónico, evidentemente inservible que no acaba de morir,  y la ausencia de la opción democrática que no acaba de construirse. Los panistas fueron incapaces para alentar al país en la necesidad de construir la alternativa al viejo régimen. Se impuso en ellos su instinto conservador y lamentablemente el barco del país se encuentra al garete.

Este dilema no tiene salida en la restauración priista; ello significaría una desgracia. La respuesta al México del siglo XXI no está en el pasado inmediato como tampoco en el pasado decimonónico que otros plantean.

La respuesta se encuentra en un gobierno que se decida a la construcción del nuevo entramado constitucional, legal y económico que dé cause a la construcción de un nuevo Estado democrático, social y de derecho.

En el 2012 el país necesita en el gobierno una concepción política claramente reformadora; a México no le serviría convertirse en un taller de anticuarios restauradores.



                                   

lunes, 13 de junio de 2011

Un Cuarto Camino: El de los demócratas de Izquierda.

Agradezco, en primer término, la disposición del compañero Marcelo Ebrard para estar presente en este acto de Nueva Izquierda,  en el cual intentamos llevar a cabo un ejercicio de reflexión crítica y constructiva sobre la situación del país, la de nuestro Partido, y desde luego, para intercambiar opiniones en torno a las perspectivas políticas que observamos en el futuro inmediato, el mismo en el que se inscribe el proceso electivo de 2012.
Una primera tesis: La existencia de una crisis política de Estado
Hay que reconocer que son muchos y diferentes los acontecimientos políticos y sociales que impactan la vida nacional y que de algún modo, todos ellos, están entrelazados y englobados en el escenario de una grave crisis de carácter político que padece el conjunto del Estado mexicano.  Compartir esta tesis es fundamental para encontrar  respuestas viables y posibles a los grandes problemas del País y a las justas exigencias de la gran mayoría de la población.
La existencia de una crisis de Estado es, desde luego,  una afirmación controversial y es perfectamente comprensible que muchas personas, y sobre todo no pocos actores políticos, no la compartan.  Unos, los defensores del status quo,  se resisten a reconocer su existencia porque saben que en ello se encuentra implícita la necesidad de cambios y no quieren cambios porque desean mantener privilegios.
Otros la niegan debido a que simplemente no quieren reconocer su autoría,  y existen algunos que  la ignoran sencillamente por banalidad, por ignorancia.
Pero aún hay otros, los más astutos pero al mismo tiempo los más irresponsables, los que saben de la existencia de la crisis,  pero que en la sinrazón de privilegiar pequeños intereses partidistas, ganancias grupales o propósitos individuales apuestan a que se profundice aun a costa de un daño irreparable a la nación.  
Unos y otros buscan hacer creer que la problemática del país es sólo resultado de la ineptitud del gobierno o de algunos de sus integrantes. Desde luego que es evidente la ineptitud e incluso la torpeza en el actual gobierno panista, como también es claro que tal incompetencia es precisamente resultado de su negativa a reconocer la realidad y como parte de esta, la existencia de una crisis de Estado.
Hay ineptitud en el gobierno pero la naturaleza de la problemática del país no es coyuntural, es, en sentido diferente, estructural. En otras palabras: hay que cambiar de gobierno pero además -si queremos salir de la crisis- hay que reformar estructuralmente al Estado
Una segunda tesis: Recuperar a la política
Hasta los más escépticos compartirán que existe entre la población en general, una creciente incredulidad e incluso desprecio hacia la política, hacia los políticos, hacia los partidos, hacia las instituciones públicas. Es un delicado y peligrosos fenómeno que ha sido bien estudiado y que tiene diversas causas.
En México han abonado a ese fenómeno - desde luego los gobiernos ineptos de cualquier signo ideológico como de cualquier identidad partidista- la corrupción que ha invadido al ser nacional, la impunidad ante la violación a la ley, y la inaplicabilidad de derechos sociales y humanos.
Todo esto es cierto,  pero hay que señalar de manera particular un elemento aún más influyente en este fenómeno de rechazo a lo público: la incertidumbre de la sociedad mexicana acerca del rumbo del país, el sentimiento social  de que el país se encuentra al garete.
El secretario de Hacienda, en una más de sus desafortunadas declaraciones, ha dicho que México está superando la pobreza. No es necesario insistir demasiado en su ligereza, pues es tangible,  que por el contrario,  va en aumento la pobreza alimentaria y patrimonial de las y los mexicanos. Pero saco a colación este desafortunado comentario porque la pobreza que padece la mayoría de la población acarrea muchas desgracias,  pero la mayor de ellas es que invita al desánimo en la lucha por salir de ella.
Este desánimo, dependiendo de la coyuntura o de la circunstancia,  se convierte en escepticismo, en incredulidad, en abstencionismo, en individualismo, en desesperación, en  resignación o, como lo observamos ahora,  en el surgimiento de movimientos espontáneos que tienen como divisa principal el rechazo a la política y a los políticos,  no importando a qué partido pertenezcan (los indignados, los acampados, los consolados, los que están hasta la madre, el Morena, etc., etc.,).
Los ambientes de esta naturaleza, contrario a lo que pueden pensar algunos, no propicia en ningún país alternativas viables y consistentes para salir de crisis políticas como la que ahora experimentamos. En algunos casos  pueden, incluso, propiciar salidas falsas  que como ha sucedido en nuestra propia historia y en la de otros países, animan al surgimiento de extremismos mayormente de derecha y autoritarios.
La salida a la crisis no se encuentra en el rompimiento del tejido social, en el menoscabo de los valores democráticos como el del sufragio libre, en el descrédito a la ley,  en el deterioro de la política, en el rechazo a los partidos y menos aún en la apuesta al derrumbe del Estado, pensando que desde las ruinas de este se puede construir lo nuevo.
Contrario a todo esto,  hay que plantear, paradójicamente desde la política y desde la democracia las alternativas que con viabilidad y objetividad recuperen para la sociedad la certidumbre sobre un rumbo de desarrollo para el País. Con la política y desde una izquierda progresista deben presentarse alternativas y no repetir hasta el cansancio  las profecías de desastres.
Nada favorece más al progreso que alentar, con propuestas, con alternativas, la idea generalizada de que se puede progresar.  La izquierda es por definición progresista; la izquierda construye y es por ello que en el desafío del 2012 el PRD debiera presentar soluciones, no ilusiones; respuestas, no promesas; programas posibles y no sólo deseos. Esto es lo que hace la diferencia entre una izquierda moderna y progresista y un populismo demagógico.
Una tercera tesis: El estancamiento de la Transición
Antes del año 2000 se observaban de manera diáfana los síntomas de la agonía del viejo régimen,  pero en lugar de dar el paso para crear uno nuevo, ello a través de una reforma profunda del Estado, se llevaron a cabo sólo reformas electorales -algunas de ellas ya revertidas- que al mediano plazo están resultando inoperantes.
Para las elecciones tanto federales como locales la actual legislación es anacrónica y se vuelven a presentar, como en los viejos tiempos, las prácticas que con mayor daño agreden el sufragio libre.  Pero lo más lamentable es que la alternancia en el Ejecutivo federal y en el de algunos estados de la república  se limitó a un simple cambio de chofer para seguir conduciendo al inservible carromato del viejo sistema. Fox antes  y ahora Calderón tomaron el volante, pero conducen igual o peor que los priistas, siguen, en esencia,  el mismo camino y continúan montados en el  viejo sistema cuya agonía sólo alarga, y que ahora a principios del nuevo siglo  llega al grado del articulo mortis.
Las acciones de Fox fueron de sobrevivencia para su gobierno y las de Calderón sólo pretendieron una legitimidad política personal, de sí misma, inalcanzable.
El hecho tangible de una alternancia gubernamental inútil,  que interrumpió o incluso frustró la expectativa de una verdadera transición hacia un nuevo régimen, ha ocasionado, incluso, la posibilidad real de la restauración del viejo sistema priista y más grave que esto,  ha propiciado, como ya se observa en muchas regiones del país,  la inexistencia del propio Estado nacional.
Esto  debiera  hacer comprender a los más diversos actores políticos,  pero especialmente a los que militan en la izquierda, que lo que el país necesita y demanda es precisamente la agenda de las grandes reformas estructurales y progresistas, ésas que superando ideologismos y doctrinarismos obsoletos, resulten por su innovación, por su originalidad, por su fertilidad, eficaces para  enfrentar y solucionar los grandes y enormes desafíos de la nación y a las justas exigencias de prosperidad y seguridad de la gente. 
En esencia ésa es la misión de la política y ésa misma es la razón de la existencia del PRD.
Éste es el verdadero principio ideológico del PRD, el que nos identifica de izquierda y al que debiéramos responder con puntualidad en cualquier momento, en cualquier circunstancia, pero especialmente en la de una situación tan grave, de crisis institucional, de crisis del Estado como la que ahora vivimos.
Si compartimos que ése es el principio vertebral del PRD, entonces nuestros esfuerzos debieran estar orientados a impulsar desde todos los ámbitos de nuestra actividad la gran reforma del Estado nacional que haga avanzar al País hacia el desarrollo, la democracia y la igualdad social.
Una cuarta Tesis: Una nueva ecuación del poder político en México
Pero una acción de esta envergadura y trascendencia no será resultado de ningún individualismo arrogante; no lo será de ningún chauvinismo partidario.
En sentido diferente, las reformas de gran calado, por su propia naturaleza obligan a la concurrencia de la pluralidad política y social a la participación de los principales  actores políticos, económicos, sociales del país, pero sobre todo obliga a la amplia participación ciudadana.
Necesitamos cambiar la actual ecuación del ejercicio del poder público y sustituirla por una  nueva y diferente cuyo contenido esencial sea el de la participación ciudadana en los asuntos públicos y en los temas del poder político.
Urge terminar con un poder hegemonizado por una oligarquía económica, por una clase política insensible e inservible, por poderes fácticos y parainstitucionales y restablecer un poder hegemonizado por una ciudadanía activa, presente e influyente en una nueva arquitectura constitucional que condicione la formación del Estado democrático, social y de derecho que el México del siglo XXI necesita con urgencia.
Por eso son tan importantes y definitorias las elecciones legislativas y presidenciales del próximo año.  Son, literalmente, cruciales porque en ellas se definirá el rumbo del país para las próximas décadas y para las próximas generaciones.
Una quinta tesis: Los cuatro caminos
El primer camino: El continuismo panista
Colocado el país en ese tiempo y en ese espacio de cruce de caminos debiéramos trabajar de inmediato para impedir que México continúe transitando por el camino del continuismo de la derecha panista. Ese rumbo nos conduciría hacia una mayor debilidad del Estado, hacia el fortalecimiento de los poderes fácticos y de la oligarquía económica, hacia la parálisis económica y la  profundización de la desigualdad social.
El segundo camino: La restauración del viejo régimen
Éste es quizás peor para el país; ése es el del regreso hacia el viejo régimen, el de la  restauración del autoritarismo y la corrupción,  el de la resurrección de los muertos para hacer vagar por el país el espectro de un presidencialismo necrosado.  Peña Nieto  y el PRI significan el secuestro del país por amanuenses  al servicio de los monopolios.
El tercer camino: El rupturismo
La del repturismo es una salida en falso, es el de buscar profundizar la crisis para administrarla mas no para superarla; el de un gobierno convertido en comité de salvación pública y asentado en un presidencialismo igualmente anacrónico  que le ofrece al país ilusiones, no soluciones.
Este camino,  el del ilusionismo político, como todo ilusionismo, no es real, como todo ilusionismo sorprende, asombra,  pero al final del espectáculo todos sabemos que engaña.
El cuarto camino: El de los demócratas de izquierda para la reforma del Estado y la nueva economía de crecimiento y prosperidad para todas y todos
En sentido contrario, el país necesita de un cuarto camino: el de las reformas profundas y estructurales que serán resultado de un gobierno capaz de llamar a la diversidad y concitar el acuerdo.
Para el crecimiento económico y la generación de empleos, para alentar la inversión privada y aumentar la pública,  para la seguridad nacional y la de las personas,  para la reforma educativa verdadera, para la fiscal, para la reforma del Estado y para el impulso a los demás cambios indispensables, es verdad que se necesita de un Estado fuerte y de un gobierno firme, pero junto a ello  es indispensable un gobierno con capacidad de diálogo, con disposición para conciliar intereses y con la sabiduría que se requiere para el acuerdo. México necesita de un pacto nacional que implique a todos en el consenso democrático.    
El camino que México requiere es contrario al continuismo, rechaza la restauración y es antítesis de cualquier rupturismo crispante.
Entendemos, compañero Jefe de Gobierno, que la izquierda democrática del PRD debe postular un programa de gobierno que vele por los  intereses de los más desprotegidos, pero sin olvidar que protegerá los derechos de todas y todos los mexicanos, que defiende el principio fundamental de la laicidad y la libertad, pero que sabe que esa libertad se ejerce en el respeto a la libertad de los demás, que no alberga ninguna duda sobre el necesario respeto a la legalidad como condición de la democracia y que desecha, por principio, cualquier forma de violencia; que sabe que sólo en la paz es posible encontrar el desarrollo y la prosperidad para todos.
El camino correcto en el 2012, pensamos,  es el de un gobierno que no pretende restablecer una economía estatizada pero tampoco continuar con una economía de monopolios. La izquierda democrática desecha estos extremos y por el contrario alienta la iniciativa individual, protege el patrimonio legítimo y al mismo tiempo garantiza la aplicabilidad de todos los derechos humanos individuales, sociales y colectivos.
La alternativa es entonces la de un gobierno de izquierda democrática que desarrollará los acuerdos necesarios para resolver la crisis que padece el Estado nacional y para impulsar, en la inclusión, el diálogo y la diversidad, los acuerdos que hagan posible las reformas profundas  que necesita nuestro país. 
Termino citando este párrafo de Carlos Marx y contenido en su famoso libro: El 18 Brumario de Luis Bonaparte:
La Revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal, para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba al contenido; aquí, el contenido desborda a la frase”.
Esto era dicho en el siglo XIX,  pero adquiere actualidad, porque el camino del continuismo panista, el de la restauración priista y también el del rupturismo ilusionista,  continúan en la veneración supersticiosa del pasado. Siguen sin enterrar, cada uno de ellos, a sus muertos y por el contrario los presentan como si fuesen la solución para el futuro.
El cuarto camino, el de una izquierda democrática, libertaria, incluyente; una izquierda que se reconoce en el conjunto del país en su pluralidad; que sabe que las soluciones verdaderas lo serán sólo resultado del conjunto de la sociedad no sólo de una parte;  que propicia y sabe impulsar los acuerdos locales y nacionales, sectoriales e integrales; una izquierda respetuosa de la diversidad de ideas, de intereses, de objetivos individuales y colectivos que significa la nación pero que al mismo tiempo,  comprende que esa diversidad puede y debe sintetizarse en una sociedad de desarrollo y prosperidad para todas y todos.
Jesús Ortega Martínez

martes, 7 de junio de 2011

Ni continuismo, ni restauración, ni ruptura

Antier se encontraban en Morelia y desde esa ciudad continuaban la marcha hacia San Luis Potosí. Son los marchantes, entre ellos Javier Sicilia, que reclaman con energía -y con gran lucidez política- la necesidad de un Pacto Nacional que termine con la inseguridad y la violencia,  pero que además siente las bases para una gran reforma del Estado mexicano. Ellos son las y los mexicanos que recientemente demandan más esa gran reforma, la misma que por pequeños intereses egoístas, antes ha sido -en tantas ocasiones- desdeñada y menospreciada.

La reforma del Estado ha sido desdeñada por los panistas, especialmente por Fox y Calderón, símbolos ambos de una alternancia en el poder que fue lastimosamente desperdiciada y que sólo sirvió para darle oxígeno a un régimen político, que desde hace décadas se encuentra in articulo mortis. Los panistas en lugar de buscar transformarlo, se treparon al carromato del viejo sistema y lo que han logrado -en diez años de gobierno- ha sido sólo profundizar ese deterioro. Para desgracia del país, hoy observamos los peores síntomas de la descomposición del ancien régime: Ausencia de ley, huida de la política, violencia y una debilidad extrema del Estado frente a poderes fácticos.


Sin embargo, la reforma del Estado también ha sido menospreciada por los priistas, y así han actuado, debido a que algunos de los principales dirigentes de ese partido, están pensando y actuando para la plena restauración del viejo sistema de partido hegemónico o cuasi único. Ese propósito desgraciadamente no es un delirio, pues esa intentona regresiva ha tenido éxito en varios estados -Coahuila, México, Durango, Yucatán, Tamaulipas, etcétera- se alistan y preparan para el asalto último en el 2012.  Detener la restauración era el objetivo de las alianzas electorales de 2010, pues la última resistencia no fue, ni es Calderón o el panismo; la última resistencia se da desde el Distrito Federal.


Pero a la reforma del Estado no sólo la desdeñan panistas y priistas. También desde sectores de la izquierda la menosprecian, y lo hacen sobre la idea -aquí sí delirante- de polarizar las posiciones políticas y los intereses de los sectores sociales hasta el grado de la ruptura del tejido nacional. Creen que desde las ruinas del país es posible construir uno nuevo.


Estas son tres posiciones políticas, que en razón de intereses diversos, conspiran contra el Acuerdo Nacional y bloquean la ya indispensable reforma del Estado.


El país no resistiría más la continuidad paralizante del panismo, menos aún soportaría la restauración del viejo régimen priista; pero al país tampoco le sería útil la propuesta de una ruptura populista que pretende respuestas decimonónicas frente a los desafíos que nos impone a la nación la globalidad del siglo XXI.


-¡Ni la continuidad!


-¡Ni la restauración!


-¡Ni la ruptura!

Lo que requiere México -como ha sido posible lograrlo en otros países que superaron la crisis y que se han enfilado hacia un desarrollo con equidad, con legalidad y con estabilidad- es un gobierno democrático que a partir de 2012 impulse la propuesta de un Acuerdo Nacional, de una gran reforma de Estado que cristalice un nuevo Estado democrático, social y de derecho. Sólo así podrá culminarse con nuestro largo proceso de transición y sólo así se pondrá fin a todo resabio político e ideológico del viejo régimen.


La propuesta de un gran Acuerdo Nacional que enarbola la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, debería atenderse desde ahora por las autoridades y los dirigentes políticos, pero lo mas seguro es que de nueva cuenta sea soslayada. Sin embargo, podría ser recogida por las y los ciudadanos durante el proceso electivo federal del próximo año.


Sería así, si la soberanía popular opta por la propuesta de una izquierda democrática, que por ello mismo sea necesariamente pacífica, una izquierda capaz de levantar para el país alternativas viables, capaz de innovar, de incluir a todos o a la gran mayoría de la población en la construcción de las necesarias respuestas a los graves y enormes problemas de nuestro país. Una izquierda que llame a construir y no a destruir, que llame a los acuerdos y no a los enfrentamientos, que movilice a la nación en torno a la razón y la inteligencia, y no atice en el rencor social o la venganza política.