martes, 28 de julio de 2015

Reformar o… vivir en la marginalidad


En el PRD se ha establecido una costumbre que, como casi todas, también es perniciosa. Me refiero a que, después de cada elección en donde los resultados no fueron los deseados, surgen voces llamando —en algunos casos angustiosamente— a refundar nuestra organización.

Eso ha ocasionado que el propio concepto de refundación pierda significado y, a final de cuentas, las cosas no se modifiquen o, en el mejor de los casos, sólo signifique cambios menores, cosméticos, para que, como dice la sentencia de Lampedusa: “Algo tiene que cambiar para que todo continúe igual”.

Así lo hemos hecho en 25 años, pero no tenía gran trascendencia, pues aunque nada cambiara, nuestro “ritual político” indicaba que había que esperar a la siguiente elección presidencial para que, “ganándola” —siempre a través de cualquiera de nuestros dos únicos candidatos—, accediéramos a Los Pinos y entonces, sólo así, las cosas en el país comenzaran a cambiar.

Nuestra realidad ya no es así. Ahora, y sin perder nuestro objetivo de acceder al poder político de la Presidencia de la República y de otras instancias del Estado, la renovación es imprescindible, al grado de ser vital.

Son muchas las reformas que debemos hacer, pero mencionaré las que creo fundamentales.

Primera:

Estamos obligados a una renovación generacional que tiene que ver con nuestra recreación desde las expectativas que tiene la ciudadanía de un partido del siglo XXI. Debemos dejar atrás ideologías añejas y anacrónicas del nacionalismo revolucionario y del marxismo-leninismo que sustentaron al PRD en su origen y, desde las cuales, se formó la generación de dirigentes que hasta ahora lo han conducido.

Renovar a la izquierda implica que el PRD sea dirigido por una emergente generación de mujeres y hombres que rompan con dogmas, tradiciones y mitos que la han aprisionado. Sin renovación generacional no será posible el indispensable cambio ético, cultural y cognitivo.

Segunda:

¿Cómo explicar a los electores qué es el PRD si carecemos de una clara identidad política? ¿Cómo hacerlo si en nuestro comportamiento navegamos en la ambigüedad y la esquizofrenia?

¡Así, somos simplemente uno más de los que existen, pero, además, incapaces de diferenciarnos con nitidez de ellos!

Reconocer esa carencia nos obliga, en este proceso, a construir la nueva identidad política y programática del PRD, que corresponda con los tiempos que viven nuestro país y el mundo.

La identidad de un partido no se consigue sólo con un nombre y un símbolo. Eso es claramente inoperante.

La gente nos conocerá e identificará por lo que decimos, hacemos y dejamos de hacer.

El PRD necesita modernizar su propuesta programática. Ello implica reconocer nuestra historia, pero no para anclarnos al pasado; requerimos asumir la existencia de diversos intereses que reflejan la pluralidad de las sociedades modernas y comprenderlo como elemento que enriquece el esfuerzo transformador; necesitamos superar visiones excluyentes que sustentan su quehacer político en la eliminación de los diferentes y preservar la lucha por la igualdad social con la misma importancia que le demos a la lucha por la vigencia y ampliación de las libertades individuales; es indispensable entender a la democracia y a los derechos humanos como paradigmas de nuestra nueva propuesta partidaria.

Tercera:

La construcción de nuestra nueva identidad será vana si no somos capaces de hacerla conocer a la sociedad.

Reconozcamos que no contamos con una estrategia de comunicación política y, en todo caso, lo que hacemos en esta materia es lo que hacían los partidos a mediados del siglo pasado. Hacemos propaganda con volantes y mítines cuando millones de mexicanas y mexicanos tienen acceso a tecnologías modernas de comunicación; difundimos consignas ideologizadas cuando la ciudadanía demanda información sobre lo que proponemos, hacemos y lo que queremos hacer en beneficio del país.

Es momento de terminar con el tipo de partido que sustenta la posibilidad de victoria en su capacidad de afiliar ciudadanos y en hacerlos auténticos militantes bolcheviques. Esa antigua concepción sobre lo que es un partido debería ser historia para nosotros. Para ingresar a la modernidad hay que transformarnos en un partido que, en lugar de organizar a cientos o miles, influya en decenas de millones, y ello, a partir de tener una propuesta que responda a sus necesidades, exigencias y derechos; que sepamos difundirla para que sea plenamente reconocida y, sobre todo, que seamos capaces de que lo que digamos lo transformemos en hechos y acciones tangibles, veraces para el común de las y los mexicanos.

*Expresidente del PRD


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martes, 21 de julio de 2015

El ahijado de Chiapas


En el proceso electoral de Chiapas del pasado 19 de junio se presentaron más de ¡25 opciones de partidos o coaliciones! para que, de todas éstas, los electores de esa entidad… optaran por una.

Para que eso pudiera ser posible, en muchos municipios y distritos las boletas de votación estaban impresas ¡por ambos lados! Esto es inédito en el país, pero seguro estoy que asimismo sería en cualquier parte del mundo.

Esto sucede no porque exista en Chiapas una extraordinaria cultura democrática desde la cual muchos ciudadanos se presentaron como candidatos independientes o porque otros formaron, por su extraordinaria iniciativa política, nuevos partidos. ¡No, esa no es la realidad!

En sentido diferente, la existencia de tantas opciones electorales es resultado de una vulgar maniobra del gobernador del estado para inventar partidos con el propósito de dispersar el voto y, de esta manera, asegurar para la coalición PVEM-PRI la mayoría en el Congreso local y el control de la gran mayoría de los ayuntamientos de esa entidad.

A esta maniobra hay que sumar otras aun más grotescas, como las de la compra de los votos en una buena parte de los ayuntamientos o la presión a los pueblos y las comunidades indígenas para votar por el PVEM y sus múltiples “coaliciones”, so riesgo de suspenderles los apoyos de los programas sociales y terminar con otro tipo de prerrogativas.

Esto es posible hacerlo con impunidad en razón de que en Chiapas, como es conocido, 97% de sus recursos presupuestales proviene de la Federación y casi 60% de los habitantes de esa entidad obtienen la totalidad o una parte de sus ingresos vía un empleo del gobierno estatal, de los municipios, de las múltiples delegaciones u oficinas de carácter federal o de algún tipo de prerrogativa, convenio, concesión o apoyo derivado de los programas asistenciales del gobierno. A los empresarios, por ejemplo, la vía de las concesiones de obras del gobierno les es vital; a los medios de comunicación locales —salvo poquísimas excepciones—, los “convenios de colaboración” les son imperiosos para su existencia, y como un extremo de la dependencia a que está sujeta la mayoría de la población chiapaneca, existen los “apoyos” de los cientos de programas sociales que les son, literalmente, indispensables para su sobrevivencia.

Chiapas, como ninguna otra, es la entidad del país que casi en su totalidad depende económicamente de los recursos fiscales de la Federación.

Esta dependencia provoca, entre una buena parte de la población, ausencia de lo que llamamos ciudadanía y, consecuentemente, ausencia de una vida y una cultura democráticas. Por eso, las elecciones en esa entidad —como en otras de condición similar— no son un evento ciudadano para que los votantes ejerzan su soberanía, sino que son un proceso perverso que organiza el gobierno para que un individuo mantenga un control político sobre la población. Éste, el gobierno, decide cómo se hacen las elecciones y, desde luego, resuelve de antemano cuáles serán los resultados.

Pero el caso es aún más grave cuando el gobernador de Chiapas tiene evidentes aspiraciones para ser el próximo Presidente de la República y éstas son avaladas, justificadas y apoyadas por el actual encargado del Ejecutivo federal.

Velasco ha creado una extensa red de intereses económicos y de apoyos políticos que le permiten actuar con la más grosera impunidad en Chiapas. A Peña Nieto le dice “padrino”, pero el padrinazgo político lo extiende a Manlio Fabio Beltrones, a Osorio Chong, a Videgaray, a Sabines, a Jorge Emilio González, a Emilio Azcárraga y a otros muchos personajes que le protegen en sus tropelías.

La más reciente es esta vergonzosa elección, en donde, aparte de lo ya mencionado, hay que agregar el uso grotesco del Instituto Electoral de Participación Ciudadana (IEPC) para convertir una elección en un evento utilitario para sus aspiraciones personales. Pero, además, desacata al Tribunal Electoral de la Federación, humilla al Instituto Nacional Electoral, menosprecia y ningunea a la Fiscalía para Delitos Electorales, utiliza descaradamente los recursos públicos para favorecer sus objetivos políticos, ¡y nada sucede, porque tiene poderosos “padrinos” que, sabe, lo protegerán!

Ésa es, lamentablemente, la situación en Chiapas y en eso derivaron las pasadas elecciones.

*Expresidente del PRD


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martes, 14 de julio de 2015

Del ridículo a lo trágico


Escribe Jesús Silva Herzog Márquez que ahora cuando hablemos del Estado mexicano debemos entrecomillarlo. Debemos decir “Estado” mexicano para que las comillas pongan en razonable duda su existencia. Tiene razón el prestigiado analista y reafirma —con la contundencia a la que nos tiene acostumbrados— lo que hemos estado diciendo desde hace varios años: el “Estado” mexicano experimenta una crisis orgánica que, según una definición de Gramsci, es aquella en donde “la clase dominante no es más —dirigente— sino únicamente dominante, detentadora de la pura fuerza coercitiva. (…) La crisis consiste, justamente, en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”.

¿Se puede, siguiendo el razonamiento de Gramsci, conducir al Estado sólo a partir y exclusivamente de la fuerza coercitiva? Eso podría haber sido posible en los tiempos del nacimiento de los Estados en donde los monarcas, los príncipes en las ciudades-Estado contrataban mercenarios (condottieri) para constituir una fuerza militar que sometiera a su poder a todos aquellos individuos (señores feudales, siervos) que habitaban determinado territorio que el monarca consideraba como su patrimonio. Eso sucedía en el Estado primario, pero esa visión de la antigüedad resultaría —en los Estados modernos— claramente incomprensible, insostenible.

Ahora, el uso de la violencia como monopolio del Estado, es obviamente insuficiente para la conducción del Estado y eso lo podemos observar en muchas partes del mundo, pero de manera especial, lo vivimos en nuestro país.

Desde la anterior administración de Felipe Calderón se privilegió la estrategia bélica para abatir la criminalidad. Sin la visión de fortalecer al Estado, se desplegó en todo el territorio al Ejército y a la Marina Armada, pero no se trabajó en la recomposición del sistema de justicia, el cual, al permanecer intacto y plagado de vicios, continúa ofreciendo alternativas a los delincuentes para burlar la ley, evidenciar la debilidad del mismo Estado e incrementar su poderío bélico.

Esa misma estrategia es la que aplica Peña Nieto, utiliza lo coercitivo sin ninguna visión diferente, por lo tanto, los resultados son iguales a los de Calderón.

La crisis orgánica del “Estado” mexicano súbitamente trasciende fronteras, y es más evidente ahora, casi a la mitad de la administración de Peña Nieto, quien suma un escenario crítico a los varios que ya tiene y que no ha podido zanjar en bien de las instituciones y la estabilidad del país.

Es insuficiente, entre otros aspectos, porque el “Estado” mexicano no tiene el monopolio de la violencia: ese monopolio se lo disputan (y con gran eficacia) otros poderes, particularmente los de la delincuencia organizada, cuya fuerza es de tal naturaleza que, como lo vemos, supera a la propia del “Estado”. Estas últimas, las fuerzas armadas del crimen organizado, controlan una buena parte del territorio y, dentro de éste, las cárceles.

Evidente, son una especie de territorios autónomos dominados por la delincuencia, que con su enorme poder económico, con su gran capacidad corruptora, con su creciente fuerza armada ha suplido al “Estado” en la organización, conducción, dirección y control de varias instituciones del Estado, entre ellas, las penitenciarías. Hay muchos ejemplos para demostrarlo, pero el más evidente, el más dramático y patético lo significa la reciente fuga de El Chapo Guzmán de la cárcel de alta seguridad del Altiplano.

Habrá quienes celebren el “ingenio y la audacia” de El Chapo; escribirán y cantarán corridos recordando “la hazaña”; podrán hacerse guiones cinematográficos como los que se hicieron hace años para relatar los crímenes de El Negro Durazo. Y quizás eso resulte inevitable, pero atrás de todo ello existe el tremendo drama de un gobierno, el de Peña Nieto, que ante el país completo y ante el mundo aparece haciendo no sólo el mayor de los ridículos, sino que, además —lo más peligroso—, se muestra al “Estado” mexicano en una fase aguda de su crisis orgánica y, en consecuencia, expresando sus limitaciones que son, posiblemente, irremediables.

La crisis del “Estado” nacional es de tal naturaleza que no sólo no dirige, sino que parece que tampoco domina.

*Expresidente del PRD


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martes, 7 de julio de 2015

Levantando altares al personalismo


Una premisa obligada: debo decir que yo mantengo una posición favorable a las candidaturas independientes en razón de dos convicciones principales: una de orden constitucional y otra de carácter político. La primera consiste en que, si la Constitución protege el derecho de tod@s los ciudadanos a votar y ser votados, ninguna ley secundaria podría condicionar el ejercicio de ese derecho a la obligación de ser postulados por un partido político. La segunda, es que las candidaturas independientes —al terminar con el monopolio de los partidos para postular candidatos— obligarán a éstos a salir del estado de confort y autocomplacencia en que ahora se encuentran.

Dicho esto, veamos ahora el error en el que incurren frecuentemente ciertos analistas “especializados” en los resultados electorales, cuando observan superficialmente uno de los árboles y a partir de ello sacan sus conclusiones definitivas sobre el conjunto del bosque. Sólo por poner un ejemplo, veamos precisamente el tema de las candidaturas independientes. Apenas se conocían por la tarde del domingo 7 de junio datos preliminares de algunas encuestas de salida en Monterrey y en Guadalajara, cuando algunos de los referidos especialistas ya sentenciaban —desde las mesas de análisis que se transmitían por la televisión— el principio del fin del sistema de  partidos políticos en México.

Sin mesura, más de uno de esos analistas se atrevió a afirmar que con lo sucedido en Nuevo León se “inauguraba una nueva etapa de la vida del país, en donde los candidatos independientes —aparte de desplazar a los partidos políticos— serían, a partir de ahora, los protagonistas principales en los procesos electorales y en la política en general”.

Esta descabellada conclusión ha llevado a que algunos personajes de la política del país, y con un extenso trabajo partidario atrás, con enorme incongruencia, estén anunciando “su independencia” de los partidos, y otros, acusando ingenuidad, se preparan para anunciar su candidatura independiente a la Presidencia de la República.

¿Qué es lo que hay en el fondo de ese febril esfuerzo, del que participan tirios y troyanos para levantar el gran cadalso que descabece al sistema político de partidos en México?

¿Qué motiva a muchos políticos para defenestrar a la política, para disfrazarse de ciudadanos, para cambiar su acta de nacimiento como partidos y adoptar como nuevo nombre el de movimientos?

¿Cómo explicarnos que algunos dirigentes políticos llamen, en su propaganda electoral, a NO votar por los políticos?

¿Qué es lo que realmente prevalece en ese afán, del que participan poderosos medios de comunicación, por erigir grandes altares a la diosa de la individualidad?

Habrá motivaciones de diversa naturaleza, pero en algunos lo que persiste es, llanamente, un vulgar oportunismo… político.

Esto es de lamentarse, pero lo verdaderamente grave de su comportamiento se encuentra en su irredento rechazo a todo lo público, a lo común, a lo societario.

Decía Paul-Armand Challemel-Lacour, un político francés, en 1888: “Desde que los avances del descontento se traducen en un estado de progresiva y universal preocupación, asistimos a un espectáculo alarmante; hay quienes fomentan el malestar general ilusionados con explotarlo a sus anchas y en su beneficio particular” […] y a su vez,  los antiguos cesaristas, los que quieren un régimen de fuerza, proclaman al unísono <>.

Ni constitucionalmente ni políticamente las candidaturas independientes agreden al sistema público de partidos políticos que, históricamente, es el que mayormente alienta la vida democrática. El problema surge, y de manera grave, cuando ciertos poderes con historia y tradición autócrata pretenden utilizar las candidaturas independientes —como podría suceder en Nuevo León— para explotarlos a sus anchas y en exclusivo beneficio de sus intereses,  que no son los del país ni los de la ciudadanía.

*Expresidente del PRD


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