martes, 23 de febrero de 2016

El Teletón de López Obrador


Lamentablemente, el Estado mexicano vive una crisis estructural en razón de que ni tiene el monopolio del uso legítimo de la violencia como tampoco mantiene control sobre la totalidad del territorio en que se asienta el Estado nacional.

¿Puede usted suponer, amable lector, la existencia de un Estado si un día de estos, cualquiera, un grupo de individuos se arma con fusiles automáticos, cerca una parte de territorio, establece retenes, cobra aranceles y establece sus propios tribunales para aplicar sus “leyes”? ¡Claro que lo supone, pues millones lo viven a diario y ahora mismo sucede en muchas regiones del país!

Pero en los Estados modernos no sólo el monopolio sobre el uso de la fuerza o el control sobre un territorio son los únicos elementos que contribuirían a la definición e identificación de un Estado. Ahora se debieran tomar en cuenta otros elementos que no sólo van más allá de la seguridad de las personas, sino que además implican la garantía efectiva a otros diversos y múltiples derechos humanos.

¿Es Estado algo que no puede garantizar, por ejemplo, el acceso de las personas a tribunales constitucionales en donde se deba aplicar la ley, y ya no digamos la justicia?

Suponga, estimado lector, que en un municipio del sur del Estado de México, de Guerrero, de Tamaulipas, de pronto, un grupo de personas pone una mesa y desde ella alguien se autonombra juez y comienza a dictar sentencias.

Suponga aún más: que un individuo que no adquirió título de médico cirujano, que nunca estudió para ello, tenga la ocurrencia de establecer un “hospital” en donde ofrezca cirugías para corregir alguna cardiopatía, o un caso igual de extremo.

Imagine que un día cualquiera, un individuo, sin contar con ninguna facultad o autorización por parte de autoridad alguna, renta un edificio, le hace algunos arreglos, lo cubre de pintura, le coloca en la pared frontal un anuncio que dice Universidad y acto seguido comienza a inscribir alumnos bajo la promesa de que podrán adquirir títulos para ejercer como abogados, contadores, médicos, ingenieros, arquitectos, químicos, físicos, etcétera, etcétera. Y todo ello con el argumento de que existen muchos jóvenes que no pueden acceder a una de las universidades públicas existentes.

Y entonces aquí el dilema: ¿El derecho de los jóvenes a la educación existe? ¡Sí, clara y contundentemente! Como existe el derecho a la justicia, a la seguridad y a la salud y a otros… Pero esos derechos los tiene, por obligación Constitucional, que cumplir y hacer vigentes el Estado.

No hay posibilidad constitucional de que un individuo o un grupo de particulares excluyan o liberen al Estado de esas imprescriptibles obligaciones. Los que lo intentan en muchas ocasiones cometen fraude (como muchas universidades y muchos hospitales que no lo son y que sólo engañan a las personas).

Existen personajes que, conscientes de su acción ilegal, como López Obrador con sus universidades de facto, lo que hacen es contribuir aún más al debilitamiento del Estado o a su franca extinción.

No podría, desde luego, estar en contra de la existencia de universidades privadas, hospitales particulares, despachos en donde las personas que culminaron su formación profesional ejerzan sus conocimientos. Pero la existencia de todos estos establecimientos debe llevarse a cabo, como lo dice la ley, con la regulación, control, vigilancia y aprobación del Estado mexicano.

Las universidades de López Obrador no cumplen con nada de eso y se parecen, en lo sustantivo, a los festivales Teletón que hace Televisa: alimentan la conmiseración, la piedad de muchas personas, pero también sirven para que se autoexculpen moralmente aquellos pocos, tan pocos, que concentran la gran parte de la riqueza nacional; pero lo más grave es que exculpan al Estado de sus responsabilidades legales y constitucionales.

Con esto último están logrando descalificar todo lo público, lo social, para con ello desobligar al Estado para hacer exigibles y efectivos nuestros derechos humanos y constitucionales como la salud y la educación.


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martes, 16 de febrero de 2016

El refugio de la condena genérica



Veamos: El regaño que Francisco dirigió a los obispos de su Iglesia fue tan superficial, tan insulso, que se limitó a pedirles que “no se duerman en sus laureles”, “a demandarles que si tienen que pelearse lo hagan, pero que lo hagan como hombres (sic), viéndose a la cara”.

Pero, me pregunto: ¿qué les dijo a los obispos sobre la pederastia, de ese terrible crimen del que han participado y, lamentablemente, siguen participando ministros religiosos mexicanos y de otros países?

¿Y qué les dijo acerca de los Legionarios de Cristo, cuyo fundador, Marcial Maciel, fue un claro ejemplo de la mentira, de la violencia atroz, del abuso sobre los débiles, de la agresión a los indefensos, es decir: de todo lo contrario que predica la Iglesia católica?

¿Qué les dijo de la formación de esa orden religiosa en México; del que fue su jefe, un pederasta que durante décadas fue solapado por la curia romana? ¿No merecería un hecho tan grave, el pedir perdón a quienes fueron víctimas? ¿Ello no obligaría a un elemental ejercicio de autocrítica?

Pero, además, el Papa estuvo presente en el Palacio Nacional de México, el sitio que simboliza a la sacrosanta Presidencia de la República. Ahí, frente a los representantes de la clase política dijo lo siguiente: “La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas”. ¡No nos permite refugiarnos en condenas genéricas, dijo!  Y, sin embargo, ése es el mayor riesgo que tendrá que sortear en su visita en nuestro país.

El Prelado principal de la Iglesia católica mundial hizo en el Palacio Nacional de México una condena genérica que, con iguales palabras o mismas frases, hubiera podido hacer en Argentina, en Italia, en Kenia o en Filipinas, y olvidó que si bien en gran parte del mundo hay graves problemas, los que existen en México por su condición de metástasis, por su gravedad, por la extensión de su violencia, no debieran ser tratados con esa generalidad y superficialidad.

No estoy requiriendo, sería absurdo, pretender del Papa señalamientos personales a los representantes del gobierno. Eso ni se debe y tampoco le sería permitido o admitido, según la diplomacia y las formas obligadas entre jefes de Estado. Pero sin perder de vista ello, tampoco hay que olvidar que Francisco es el líder religioso de millones de personas que asumen predicar la justicia y la paz. Y, sin embargo, ese líder, que desde luego sabe de la violencia y de la muerte que acarrean el tráfico de drogas y armas, no se atreve a decir que ello es un gran negocio de millones y millones de dólares del que participan los “traficantes de la muerte”, es decir: los jefes de los cárteles, muchos funcionarios públicos, muchos banqueros y grandes y poderosos empresarios, y que la violencia persistirá porque hay líderes mundiales y Jefes de Estado cuyo conservadurismo les imposibilita entender que “las viejas propuestas no sirven para resolver los nuevos problemas”.

¿Qué opina el Papa, por ejemplo, de la propuesta de normar, por parte del Estado, la producción, tráfico, comercio y consumo ilegales de ciertas drogas? ¿Cuál es su punto de vista acerca de considerar el consumo de drogas como un problema de salud pública y no sólo como un tema punitivo, carcelario? ¿Qué piensa sobre aumentar el salario de los trabajadores, sobre gravar los grandes capitales para distribuir el ingreso? ¿Qué piensa sobre la plena igualdad entre hombres y mujeres?

Esos son los temas de actualidad sobre los que debieran opinar los líderes mundiales que visitan un país que, como el nuestro, se encuentra abatido por la pobreza, la desigualdad y la violencia.
Expresidente del PRD


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