Es, cuando menos, chocante observar la actitud casi frenética de algunos periodistas que tratan de convencer a sus lectores de que la gran solución a los males del país reside en despreciar la política y en repudiar a los políticos. Existen algunos programas en la radio, en la televisión y reportajes en periódicos cuyo contenido se limita a denigrar cada vez más a la política. Y más delirante aún es el comportamiento de políticos que, en el colmo de la esquizofrenia, rechazan a la política.
No es nuevo este comportamiento hipócrita y, más bien, es tan antiguo como la política. Hay ahora —y han existido siempre— aquellos que, detentando el poder político y económico, acusan frecuentemente a sus opositores ¡de políticos!, y también hay aquellos que, buscando acceder al poder —la mayoría de ellos, políticos— reniegan y rechazan, sin pudor alguno, a la política.
En alguna propaganda reciente, he visto a un aspirante a diputado manejar la estúpida consigna “De menos política, más ciudadanos”. Este individuo no tiene la menor idea del desarrollo de las sociedades humanas en donde es imposible avanzar en ciudadanía excluyendo o minimizando a la política, y avanzar en la política excluyendo a la ciudadanía. En sentido diferente: mayor y mejor pensamiento político, mayor y mejor ciudadanía.
Pareciera —según todas estas necias opiniones— que lo adecuado en estos tiempos es abstenerse de “tomar partido”, abstenerse de asumir posiciones políticas. A Zhou Enlai, durante mucho tiempo canciller en el gobierno de la República Popular China, le preguntaron su opinión sobre Robespierre. El astuto compañero de Mao evitó la respuesta diciendo con humor que “200 años no eran tiempo suficiente para madurar una opinión”. Con menos gracia y sí con mayor daño, algunos de los “ciudadanos” repelentes a la política evitan dar respuestas contundentes en temas trascendentes, como la despenalización del aborto y a lo que más llegan es a sugerir las consultas.
Esta tontería de alejarse lo más posible de la política es un error en cualquier ciudadano, pero se convierte en comportamiento peligroso entre quienes buscan dirigir al Estado, el gobierno o a influir en el rumbo de éste.
Maquiavelo escribía que “el Príncipe debe en lo posible evitar declararse neutral, porque, en la política y en la ciencia del gobierno, se necesita ser amigo o enemigo franco”.
Un político por excelencia, como lo es Fidel Castro, decía en una entrevista —recién habiendo derrotado a Batista— que el movimiento 26 de julio “no era político” y, más bien, buscaba que los ciudadanos ingresaran al gobierno. Desde luego, tal declaración del Comandante de la revolución cubana, claramente, no era cierta. Al paso de los años, Fidel asumió el poder y, si algo hizo en su vida, fue precisamente política. Acertada o no, ése será tema de otra reflexión.
En México tenemos grotescos comportamientos, como el de los dirigentes del llamado “Partido Verde” que, siendo integrantes de una agrupación política, llaman a no votar “por los políticos”. Esta declaración exuda cinismo y los sitúa como personajes de tal tipo que son, ciertamente, incapaces de entender la política.
Andrés Manuel López Obrador es un político honrado y estoy seguro que desea mejoría para México. Pero comete un error al declarar que “para cambiar al país, es necesario tener a una organización, no a un instituto político”.
El debate acerca de la necesidad o no de la política lleva siglos dándose en el mundo, y también en México. Y si nos atenemos a la realidad, a los hechos, a la historia, debemos seguir concluyendo que las sociedades y los países no se transforman, no cambian si no es con el imprescindible instrumento de la política. Cada vez una mejor política, pero no sin ella.