Cuando Andrés Manuel López Obrador mandó al diablo a las instituciones, incluyó a los partidos políticos (especialmente al PRD). Desafortunadamente para este partido, López Obrador no decidió únicamente desvincularse de la organización que le sirvió de plataforma para convertirse en una figura nacional, sino además decidió emprender una estrategia para socavar y descalificar al instituto político más importante de la izquierda del país.
Así, bajo la lógica autoritaria de destruir lo que no se controla, el lopezobradorismo dentro del PRD (René Bejarano y Dolores Padierna) ha mantenido un esfuerzo sistemático para lesionar al partido. Padierna y René Bejarano, quienes suelen negar que actúen bajo las directrices de López Obrador, a pesar de que es notorio que están estrechamente vinculados al apoyo de su candidatura, buscan —y en no pocas ocasiones lo logran— impactar negativamente en los trabajos de este partido.
Todo esfuerzo que ha hecho el PRD por revertir el rechazo que genera la visión de un partido violento y conflictivo (de manera particular la estrategia poselectoral de 2006) ha sido torpedeado por esta mancuerna de operadores políticos. Son muchos los ejemplos, pero para mencionar algunos, recordemos su colérica oposición a las coaliciones electorales para reiniciar la transición democrática en las entidades federativas dominadas por los cacicazgos dependientes del Partido Revolucionario Institucional; de su febril resistencia a la reforma política en el Congreso; de su combate a la posibilidad de los gobiernos de coalición y de su negativa a cualquier reforma al interior del PRD.
El hecho de que muchos de los militantes perredistas se hayan convencido de tener instituciones democráticas, en lugar de caudillos, no sólo significa una afrenta a la visión anacrónica y autoritaria de hacer política, sino que esto lo observan como un obstáculo en la ruta para lograr la candidatura presidencial de López Obrador por el PRD.
El fortalecimiento orgánico e institucional del sol azteca; que haya un nuevo padrón electoral; la existencia de comités de base; la elección representativa de los dirigentes, así como su reposicionamiento entre el electorado, también significan un obstáculo a la pretensión de presentar al movimiento de López Obrador como la única opción para “salvar al pueblo”.
En este contexto, el proceso para renovar los órganos de dirección, llevado a cabo este domingo, lo vio el lopezobradorismo (Bejarano, Dolores y Sotelo) como una oportunidad para deteriorar la imagen del partido y desprestigiar a quien le está disputando la candidatura presidencial por el PRD y la izquierda.
De esta manera, desde el inicio del proceso electoral, el lopezobradorismo ha obstaculizado sistemáticamente el proceso electivo interno del PRD, usando desde tácticas dilatorias, acciones descalificadoras de las elecciones y no han parado en utilizar el uso de la fuerza, como sucedió en algunos estados.
La estrategia perversa de evitar el crecimiento del PRD, aunada al hecho de que la votación de la militancia evidencia que la corriente liderada por Padierna y Bejarano se encuentra en minoría al interior del partido, son el motor de la descalificación del proceso y sus actores.
Por cierto, ha sido magnificada por algunos medios de comunicación vinculados al priismo y empeñados —literalmente— en la candidatura de Peña Nieto.
Afortunadamente para la izquierda en nuestro país, el proceso interno del PRD, a pesar de las complicaciones técnicas propias de una elección hecha con premura debido a un indolente mandato judicial, ha logrado cumplir con el objetivo de ser el medio por el cual se elige democráticamente a los integrantes de los órganos de dirección partidaria.
En próximos días, el lopezobradorismo en el PRD continuará con su campaña en contra del partido y contra Marcelo Ebrard, pero por fortuna sus principales voceros, Padierna y Bejarano, carecen de cualquier autoridad ante la mayoría de los perredistas y ante la sociedad.
Son operadores de López Obrador pero, en los hechos, son apoyadores de Peña Nieto y el PRI.