Como en pocos países, en México la política se desarrolla y lleva a cabo envuelta en una compleja estructura de poder colmada de mitos y prejuicios; los mismos que, a través de lenguajes, símbolos, formas y comportamientos, han contribuido decididamente en nuestro proceso histórico y han sido determinantes para la conformación de la difícil realidad que ahora vive nuestro país. A esa mitología de la política mexicana no ha podido sustraerse la izquierda y, por el contrario, a lo largo de su propia historia ha favorecido que sea parte importante de su ideología, de su pensamiento.
Uno de esos mitos de la izquierda mexicana, que ha compartido —por muchos años— con las fuerzas conservadoras, es que “el presidencialismo es la única forma de gobierno posible en nuestro país”. Este mito tiene, desde luego, orígenes históricos nacionales (el tlatoani, el virrey, el hombre providencial, el cacique, el jefe máximo), pero también es parte de una cultura política autoritaria que ha acompañado a la izquierda mexicana desde la revolución bolchevique y especialmente durante el estalinismo. Estas dos herencias históricas que aún carga la izquierda, influyen sustantivamente para que ésta siga creyendo, en momentos tan dramáticos para el país, en la necesidad del “presidencialismo” como la única vía para “la salvación de la patria”.
Este mito que asume una parte de la izquierda es en esencia el mismo que ahora enarbolan sus contrincantes políticos, especialmente el PRI, que en sus afanes restauradores propone a través de Peña Nieto un presidencialismo más autoritario y con menos representatividad que el que terminó en el año 2000. El presidencialismo de Peña Nieto es una forma más elaborada de caudillismo; es el que se construye desde el poder de los medios de comunicación y al margen de la política.
Dice Ernst Cassirer: “Siempre que hay una empresa peligrosa y de resultados inciertos surge una magia elaborada y una mitología conectada con ella” [...] “En situaciones desesperadas, se recurre a medidas desesperadas y si la razón nos falla queda el último recurso, queda el poder de lo mitológico. El anhelo del caudillo aparece cuando un deseo colectivo ha alcanzado una fuerza abrumadora y por otra parte se ha desvanecido toda esperanza de cumplir ese deseo por la vía normal, ordinaria (democrática) y se declara que los vínculos sociales como la ley, la constitución, han perdido todo valor y lo único que queda es la autoridad del caudillo, y el caudillo es toda la autoridad”.
De alguna manera, esto sucede ahora en nuestro país. Se ha agotado el pacto social que se constituyó a principios del siglo pasado, se disolvieron las alianzas que lo sostuvieron, la Constitución y las leyes pierden actualidad y vigencia, la política pierde credibilidad y... la desesperación en la sociedad posibilita la medida desesperada de la regresión hacia el viejo régimen presidencialista antidemocrático. Sea esto por la ruta que traza el poder mediático tripulando al PRI; sea por la ruta del conservadurismo calderonista, empeñado —como en los viejos tiempos del priismo— en imponer sucesor; o sea por la ruta de una izquierda que asumiéndose revolucionaria, paradójicamente, se obstina en mantener el viejo régimen del poder político unipersonalizado.
En la izquierda se debería comprender que en los tiempos de crisis es cuando hay que derrumbar las antiguas formas de dominación y dentro de éstas se encuentra el mito de que el pueblo de México —por su idiosincrasia y su historia, dicen— “necesita de un salvador de la patria”.
El cambio verdadero en el país requiere hacerse fuera de la mitología que ha substituido a la política. Avanzaremos en la medida en que dejemos de idolatrar al personaje para, en lugar de esto, construir un nuevo régimen de gobierno apuntalado en una nueva mayoría social y política, en un sistema de instituciones democráticas y en un nuevo pacto social.
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