martes, 4 de octubre de 2011

El dogma de los justicieros

Excélsior

“Y vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”. Esta es una expresión que Cervantes pone en voz de Don Quijote de la Mancha y con ella nos da una lección de lucidez, de sensatez que podría ayudar ahora, a muchos compañeros de la izquierda, a entender que para triunfar en la lucha política no es suficiente con “ser de los buenos”.

En realidad esta idea de “buenos y malos” evidentemente tiene connotaciones místico-religiosas que poco o nada tienen que ver con la razón y menos aún debiera vinculársele con la racionalidad de la política como instrumento para la  transformación de la sociedad.

Cuando pensamiento y acción política son confundidos con “lucha entre buenos y malos”, los resultados son generalmente desastrosos. Los que se definen a sí mismo como los “únicos buenos” y además, consagrados a un mandato propio o a uno revelado, no aceptan otra cosa que su dogma de bondad y todo lo que no quepa en ella es “malo”. Visiones de esta naturaleza, generalmente conducen a sistemas absolutistas.

Robespierre, “el puro, el incorruptible”, en su convicción de que la Revolución Francesa debería de asumirse desde su visión moral, guillotinó a todos aquellos, incluidos sus propios compañeros revolucionarios, que no la compartían.

“La pureza”, la mística idea “del ser supremo”  y después el terror, substituyeron los objetivos de igualdad, libertad y fraternidad que alentaron y dieron contenido a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

En esa concepción maniquea de la vida, todos los que desean estar del lado de “los buenos” están obligados a aceptar y acatar el dogma que imponen “los justicieros”, los consagrados en su particular visión de un nuevo orden de bondad, su particular visión de hacer el bien y de exterminar toda contaminación. En ese propósito no paran en las formas y la violencia más extrema puede ser sólo uno de sus medios.

Otra faz de ese dualismo absoluto es que sólo ellos, nadie más que “los puros”, los intrínsecamente buenos, son capaces de construir una sociedad que remplace la que se considera pervertida. Y para ello, deben someter al anatema, a la descalificación, a la represión, a todo el que no concuerde con su ideal de bondad o... con su delirio.

En estos difíciles tiempos  hay que recuperar la racionalidad de la política y comprenderla como confrontación de propuestas y proyectos para la conducción del país.

No hay que convertir la lucha política y la próxima contienda electoral en una cruzada o en una yihad.
Cierto que hay que combatir a los conservadores y a los restauradores, pero no debemos hacerlo —no la izquierda— como misioneros o predicadores; hay que combatirlos con razones, con ideas nuevas, con propuestas, con alternativas viables para construir una sociedad de libertad, de justicia y de democracia.

Por último y atendiendo al consejo de Don Quijote, a esos conservadores y a esos restauradores hay que ganarles aplicando una estrategia que nos haga sumar al proyecto de izquierda democrática a los millones de mexicanos y mexicanas que hoy son escépticos pero que quieren un cambio que sea posible y pacífico.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario