¡No hay más camino que el nuestro!, gritaba con su irrefrenable ímpetu David Alfaro Siqueiros y en el nombre de todos los muralistas. Y lo mismo sucedía en la literatura, cuando Alfonso Reyes, era injustamente criticado por abrirse a la universalidad. Reyes, según algunos fundamentalistas, debía regresar a lo autóctono, a lo folclórico y dejar —reclamaban los nacionalistas— las excentricidades del cosmopolitismo. Recordemos igualmente, cómo fue censurada, durante décadas, La sombra del caudillo, aquella novela de Martín Luis Guzmán que relataba los crímenes de los jefes revolucionarios en contra de los disidentes.
Pero para quienes supongan que en México se ha superado la propensión a la uniformidad y al culto nacionalista, lamento decirles que están equivocados.
Aun tomando en cuenta que desde 1979 se ha hecho presente un proceso de cambio político, cuyo principal fruto es el reconocimiento de nuestra pluralidad como el fundamento de la nación; aun asumiendo que la Ciudad de México es, como pocas en el mundo, verdaderamente cosmopolita; entendiendo que en la capital de la República la izquierda ha llevado a cabo grandes y profundas reformas que han alentado la libertad ciudadana y el amplio ejercicio de los derechos humanos, y que todo ello ha contribuido a la construcción de una sociedad que se recrea permanentemente en su pluralidad; comprendiendo que la izquierda ha logrado que se avance en el reconocimiento de nuestra identidad nacional a partir de la vigencia de nuestra amplia diversidad social, cultural, lingüística, étnica, religiosa, genérica, sexual; considerando los importantes avances democráticos que, principalmente la izquierda, ha logrado en el país, y de manera destacada en la Ciudad de México; tomando en cuenta todo lo anterior, aún se presentan con renovados impulsos pulsiones conservadoras, intentonas integristas, desde las cuales se pretende reconstruir las bases que sostuvieron el régimen autoritario y su inseparable acompañante: la uniformidad en el pensamiento.
¿Se imagina, estimado lector, la Ciudad de México y al país en su conjunto, con sus habitantes uniformados en el pensamiento? ¿Se imagina a una sociedad uniformada en las concepciones culturales y en las apreciaciones políticas? ¿Se imagina a la ciudad capital como réplica de las ciudades que describió George Orwell en su novela 1984?
Esa visión me resulta imposible imaginarla en la Ciudad de México o en otra capital de cualquiera de las entidades del país. También sé que esto resultaría imposible para una buena parte de la población, pero aunque le resulte a usted un absurdo y una estupidez, debo decirle que existen personas —y algunas con gran poder político— a las que la idea de la uniformidad no les parece imposible y, por el contrario: les resulta necesario para el orden autoritario al que aspiran y por el que algunos suspiran con nostalgia.
Por ello suponen que el concepto de sociedad debe conceptualizarse de manera totalitaria en la existencia de los que mandan y de los que obedecen; de los que acatan y los que ordenan; de los que sólo prohíben pensando que así gobiernan y los que admiten, sumisos, las prohibiciones.
En esa idea de sociedad integrista, sólo es familia, nos insisten, la que forman un hombre y una mujer; que es familia sólo aquella que se constituye para procrear (como cuando se inserta un tornillo en una tuerca como estúpidamente comparó un obispo católico); que se es una familia sólo si existe un patriarca que es el que manda en todo y para todos; y que es familia, verdadera, sólo aquella en donde todos sus integrantes piensan igual para todas las cosas de la vida.
Ciertamente esta concepción de la familia se traslada a la sociedad, a la política, a la vida, y ello es insensato. Esto es pensamiento medieval, conservador, oscurantista y profundamente reaccionario.
Véalo de esta forma: si eres mi hermano y no piensas como yo, entonces, por mi sola voluntad, dejas de serlo; si no piensas como yo, entonces eres un traidor al patriarca; un traidor a la familia, un traidor al partido y, para rematar, serás un traidor a la patria. Esto es el extremo de la intolerancia.
Twitter: @jesusortegam
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