En lugar de convocar a construir un futuro mejor, su retórica se basa en la nostalgia, en repetir que el pasado era mejor y que lo que se tiene que hacer es repetir las fórmulas de antaño, para recuperar la grandeza que alguna vez tuvo la nación.
El precandidato republicano cuenta con una base de seguidores cuya principal certeza es que el líder actúa de buena fe y, por lo tanto, no se equivoca. Esta inefabilidad se traduce en un discurso que, desde una supuesta superioridad moral, descalifica e insulta a toda aquella persona que tenga la osadía de cuestionar al líder.
Su visión política está basada en restar: tras fracturar al partido que le dio la oportunidad de buscar la Presidencia, en lugar de construir coaliciones para buscar crear mayorías, se dedica a alejar a cuanto sector social le es posible.
Una de sus principales habilidades es atizar la frustración de la ciudadanía por la situación económica, pero sin ofrecer realmente soluciones viables. Frente a los problemas de gran complejidad, recurre a fórmulas sencillas, donde predominan las soluciones mágicas alejadas de la racionalidad.
Así, por ejemplo, en lo referente a política económica, no hay que preocuparse del déficit. A la par que se gastarían enormes sumas para la reconstrucción nacional, se reducirían los impuestos.
En el plano internacional, promueve aislarse de lo que sucede en el resto del mundo, con una política exterior de bajo perfil y sin participar en las grandes discusiones de la comunidad internacional. Nacionalismo y aislacionismo son los pilares de su visión sobre la globalidad.
Sobre temas polémicos como la interrupción legal de embarazo y el matrimonio igualitario, tiene posturas contradictorias y ha optado por ya no fijar sus posiciones sobre esos temas, argumentando que sólo son distractores por parte de sus adversarios y los medios de comunicación para desviar la atención del debate de cosas más importantes, como la crisis económica.
Todo la anterior retrata el populismo de Trump, y de hacerse realidad sus propuestas más descabelladas, tendrían una enorme repercusión en Estados Unidos y en el mundo.
Para México, el principal riesgo es la retórica racista y antimigrante de Trump, la cual se encuentra en esa delgada línea que separa el populismo del fascismo.
El término fascismo es utilizado muy a la ligera tanto en Estados Unidos como en México. Sin embargo, el discurso basado en la caracterización de los migrantes y de las minorías raciales como criminales, atribuyéndoles el deterioro de la economía (acusándolos de “robarse” los empleos) y en la promesa de que las deportaciones masivas son la solución, fue el pilar de los regímenes fascistas del siglo XX.
La batalla electoral se librará en Estados Unidos y será su ciudadanía quien decida qué rumbo toma ese país, pero ello no significa que las y los mexicanos seamos meros espectadores, ya que podemos contribuir de manera importante en la batalla cultural, en informar por los medios a nuestro alcance que el discurso de Trump está basado en mentiras y odio.
Twitter: @jesusortegam
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