En el mundo podemos observar un clima de escepticismo e indiferencia hacia las ideas y valores democráticos y ello tiene muchas causas, pero ahora es necesario identificar claramente una de ellas: La privatización de la política.
Dice el doctor Isidro Cisneros (Bobbio: De la razón de Estado al gobierno democrático)“que la renuncia creciente de los ciudadanos a la política ha generado desorden en las sociedades”; esto es certero, pero esa renuncia de las y los ciudadanos a la política es también consecuencia de que la política está siendo acaparada, monopolizada, concentrada, privatizada entre unos pocos y para beneficio de unos cuantos, así como ha sucedido con otras privatizaciones.
Diversos hechos dan cuenta de eso, pero pondré énfasis en dos de ellos: El primero tiene que ver con la creciente influencia de los poseedores del dinero, del capital económico, en el resultado de las elecciones. Éstos, los dueños del capital, son cada vez más decisorios hacia el interior de los partidos para definir candidatos; lo son también para encumbrar a empleados como candidatos independientes y, lo más grave, es que son tremendamente decisorios —desde los medios de comunicación tradicionales— para influir en una buena parte de los electores a favor de los candidatos de su propiedad.
Pero los adinerados, los grandes grupos económicos, también actúan a través del clientelismo electoral. Entregan dinero a sus candidatos y éstos a su vez tratan de ganar votos mediante la entrega de dinero y de otros artículos a los electores. En muchos lugares del país la competencia electoral se reduce —como si fuera una subasta— en ver quién da mayor cantidad de dinero, de despensas, de enseres domésticos a los electores.
Pero este proceso de privatización de la política y de las elecciones no es la única regresión que experimenta nuestro sistema, pues también hay un peligroso fenómeno de enajenación de los partidos políticos que, de ser vehículos para la participación ciudadana en los asuntos públicos; de ser instrumentos para el acceso de la ciudadanía al poder del Estado, se están convirtiendo en entidades privadas. Esto sucede en muchos países y el nuestro no es excepción.
Los partidos políticos en México están siendo enajenados por caudillos, por personajes mesiánicos o, como también sucede, por grupos de individuos con mayor o menor influencia política en sectores de la sociedad que están logrando una transmutación en los objetivos y en el comportamiento de los partidos.
¿Qué puede ser en sí mismo tan contradictorio que si sucediese sólo provocaría incredulidad en el común de las personas?
Podría ser que un sindicato, por ejemplo, ¡se oponga a un aumento en el salario de los trabajadores! Resulta tan absurdo este comportamiento que los trabajadores en México no tienen ni la menor confianza en sus dirigentes gremiales.
Pues eso mismo sucede con los partidos políticos, todos, cuya razón de existencia es hacer de la política una actividad social, pública, pero en lugar de ello la convierten —como sucede ahora mismo en México— en una profesión reservada para pocos individuos y que además la ejercen en razón de intereses particulares o privados.
Lamentablemente esto está sucediendo a todos los partidos y, debo decirlo, también al PRD.
Sin embargo, en el PRD existimos muchos que queremos desprender al partido de este proceso de enajenación y en sentido diferente adoptar las decisiones más profundas para regresarlo a la gente; para reintegrarlo a la sociedad y para hacer del interés público, del bienestar social, las razones fundamentales de su existencia.
Esto resolvimos hacer —como un esfuerzo vital— los perredistas que nos identificamos con una concepción democrática y progresista de la izquierda.
Deseamos que nos podamos hacer acompañar en este desafío de la gran mayoría de las y los perredistas.
Twitter: @jesusortegam
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