Por muchos años, en la izquierda mexicana —y especialmente en los 26 años de existencia del PRD— se ha pensado que el logro de sus objetivos estratégicos de la izquierda depende, necesaria y obligadamente, de alcanzar su unidad.
Siguiendo tal línea de pensamiento, alcanzar la unidad de las izquierdas como condición ineludible para acceder al poder, nos obligaría a que continuáramos minimizando, haciendo de lado u ocultando las diferencias conceptuales, programáticas, y aquellas otras que se derivan del quehacer político diario, para, como hemos dicho antes, seguir navegando en ambigüedades programáticas e ideológicas que nos conducirán, penosamente, a la esquizofrenia política que tanto daño ocasiona a la imagen del PRD ante la ciudadanía.
Si bien tal ambigüedad en nuestros planteamientos permitió mantener formalmente una frágil unidad, ahora resulta evidente que soslayar, o esconder en el clóset tales diferencias, sólo conduciría al estancamiento del pensamiento de la izquierda mexicana y a su incapacidad para abordar con eficacia la grave situación en que se debate el país.
De manera diferente, opino que las izquierdas mexicanas necesitan rechazar sus antiguas mitologías para, en sentido contrario, confrontar sus ideas, planteamientos y teorías con una nueva realidad, que necesita innovar en su pensamiento, en sus proyectos y programas, y que eso será posible en la medida en que se pueda abrir a un debate sereno hacia su interior y hacia un diálogo, sin ataduras doctrinarias y dogmáticas, con el conjunto de la sociedad mexicana. Ello implicaría, necesariamente, un cuestionamiento crítico de sus antiguos modelos y paradigmas ideológicos y, desde luego, a su costumbrista y redundante acción política, aunque con ello ocasionara y propiciara, incluso, una división.
Atendiendo a esta situación, hay que decir entonces que existiendo, ciertamente, grandes diferencias entre las izquierdas mexicanas, que además no son superficiales o meramente coyunturales, sino que, indudablemente, son importantes e, incluso, lo son de carácter estratégico, entonces es necesario que tales diferencias objetivas se deban atender y discutir abierta y libremente. Ignorar esas diferencias y ello hacerlo en el nombre de la unidad, sólo haría que nos engañáramos a nosotros mismos.
En la realidad, la historia de la izquierda es la de sus encuentros y desencuentros. Así ha sido durante mucho tiempo y seguramente así seguirá. Las diferencias que existen en nuestro seno no son nuestro problema principal, porque reconociendo nuestra diversidad éstas seguirán existiendo; como tampoco lo es la eventual división (la que por cierto, es una constante dentro de todas las organizaciones políticas de izquierda, de derecha y de cualquier otra identidad ideológica y programática). El problema central, medular, de la izquierda se encuentra en su indisposición o en su incapacidad de renovar su pensamiento, de desideologizarlo para poder insertarse en las nuevas realidades y condiciones de la sociedad mexicana y en consecuencia de poder representar de manera genuina, con autenticidad, las demandas y exigencias que tiene el conjunto de la población a principios del siglo XXI.
Éste —el de modernizar programática y políticamente a la izquierda— es nuestro desafío principal y en consecuencia es el que debemos enfrentar de manera radical, profunda.
En ese propósito es que apunta el esfuerzo de Agustín Basave en la presidencia del PRD, para que desde una izquierda democrática se confronte al autoritarismo que se encarna en el priismo o que se refleja en el populismo lopezobradorista; para desde una izquierda libertaria se encaren los dogmas y los mitos que nos siguen consumiendo; para desde una visión social y democrática de nueva generación podamos dejar atrás los fantasmas del estalinismo y del nacionalismo revolucionario.
Expresidente del PRD
Twitter: @jesusortegam
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