martes, 14 de abril de 2015

San Quintín


El secretario del Trabajo del gobierno de Peña Nieto ha reiterado en los últimos días que “el aumento del salario para los trabajadores está vinculado, necesariamente, a la productividad”. Ésa es la clásica respuesta hueca, demagógica, a uno de los problemas más serios de la economía del país, es decir, el de los bajos salarios que, en general, reciben la gran mayoría de los trabajadores mexicanos.

Los economistas dogmáticos del actual gobierno no alcanzan a entender que el crecimiento de la economía del país no podrá lograrse si no es reactivado, con urgencia, el mercado interno; pero aun menos comprenden que la reactivación de esta parte fundamental de la economía sólo es posible lograrla si se aumenta, en gran medida, la capacidad de consumo de la población. En el actual gobierno le profesan con actitud fundamentalista a la economía de mercado, pero se olvidan que ésta siempre fracasa —¡es tan obvio!— cuando no hay mercado, es decir,  cuando el consumo se encuentra abatido. Esto es lo que sucede en nuestro país y el ejemplo más dramático lo observamos ahora en San Quintín, en Baja California.

Los jornaleros que trabajan en esa región del norte del país son altamente productivos y han sido la parte fundamental para que allí haya crecido la industria agrícola, especialmente aquella que produce frutas y hortalizas. Sin embargo, estos jornaleros —como sucede con la gran mayoría de los trabajadores del país— continúan recibiendo salarios tan bajos que no sólo se les impide acceder, elementalmente, a una vida digna, sino que además se les expulsa del círculo elemental de cualquier economía de mercado, esto es: trabajan, producen, pero no consumen o lo hacen apenas para la sobrevivencia.

Y, entonces, es cuando nos encontramos en el círculo perverso que mantiene a México en una permanente situación de crisis de la economía. Si no hay capacidad de consumo no hay demanda, si no hay demanda no hay incentivo para la producción, si no hay crecimiento de la producción no hay crecimiento del empleo y los que persisten —casi milagrosamente— lo hacen con salarios tan bajos que impiden el consumo. Ahí tiene, estimado lector, el círculo perverso que frustra cualquier propósito del crecimiento de la economía y, en consecuencia, del bienestar de la población.

En San Quintín hay claramente una violación a la Constitución y a la Ley Federal del Trabajo, hay violación a tratados internacionales en materia laboral, hay violación a derechos humanos e, incluso, existen delitos de trata de personas.

Todo esto es grave y debiera obligar la intervención de la Secretaría del Trabajo, del Ejecutivo federal y del propio Congreso de la Unión. Pero lo de San Quintín no es sólo un problema de ética patronal y de incumplimiento de la ley, esto existe y es grave, pero lo principal es la visión obtusa, dogmática que, vigente en el gobierno, genera su incapacidad para conducir la economía nacional y estimular su crecimiento.

El sector exportador de nuestra economía será nuevamente  un espejismo y la economía no crecerá si no hay desarrollo significativo del mercado interno, si no hay crecimiento del empleo y, principalmente, si no hay un aumento real y sustantivo a los salarios de los trabajadores.

¿Peña Nieto, el gobernador de Baja California, los secretarios del Trabajo y de Hacienda han oído hablar de San Quintín? ¿No?

Es un pequeño pueblo en el desierto de Baja California que podría ser escuchado, más temprano de lo que se cree, como ahora se escucha a Río Blanco o Cananea.

                *Expresidente del PRD

                Twitter: @jesusortegam

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