Excélsior
He reiterado que la política pierde su razón de ser si no hay diálogo y debate y, en ese sentido, los procesos electivos que ahora se llevan a cabo resultan inservibles si los contendientes no debaten y clarifican sus propuestas ante los electores. No obvio decir que el debate es lo más diferente a la “guerra de lodo” que, por ejemplo, llevan a cabo el PAN y el PRI, que entre acusaciones de “patadas en los güevos” y de “no tener madre” desarrollan su campaña electoral.
He reiterado que la política pierde su razón de ser si no hay diálogo y debate y, en ese sentido, los procesos electivos que ahora se llevan a cabo resultan inservibles si los contendientes no debaten y clarifican sus propuestas ante los electores. No obvio decir que el debate es lo más diferente a la “guerra de lodo” que, por ejemplo, llevan a cabo el PAN y el PRI, que entre acusaciones de “patadas en los güevos” y de “no tener madre” desarrollan su campaña electoral.
Allá ellos, pero en sentido diferente pretendo poner como elemento para el debate una de las ofertas político-electorales de Morena, la cual recientemente expuso López Obrador en Tabasco: Me refiero al “no pago del consumo de electricidad como parte de un movimiento de resistencia civil”.
No se debiera olvidar que ya antes ha hecho la sugerencia de que no se aumente el ISR a los grandes causantes. Pero en ánimo de darle seguimiento a esta reflexión, Morena y su líder podrían incluso proponer, más adelante el que tampoco se pague el Impuesto Predial y quizá, para aparecer más radicales, debieran sugerir que el Estado distribuya gratuitamente —sin excepciones— otros combustibles, como, por ejemplo, las gasolinas.
Estos populismos demagógicos, como los de Morena, me recuerdan a las acciones extremistas del gobierno de Pol Pot en Camboya, que impuso —mediante una feroz dictadura unipersonal— lo que él llamaba una economía autosuficiente, la cual se sostendría básicamente en la producción agraria. Para ello, el dictador camboyano abolió la moneda, cerró las escuelas, destruyó casi toda la infraestructura urbana, terminó con los medios de transporte público y privado y, en el extremo del delirio, vació las ciudades para que todos los camboyanos se convirtieran en cultivadores de la tierra.
“El Gran Salto”, como llamaba Pol Pot a ese programa, se convirtió en una demencial regresión hacia un pretendido comunismo primitivo sostenido, fundamentalmente, en un igualitarismo absolutista y en frenéticas creencias dogmáticas. Consecuente con éstas, creó, eso sí, dos universidades nuevas: La del “trabajo productivo igualitario” y la universidad para el “combate a los traidores a la patria”, que lo eran todos aquellos camboyanos que no lo habían apoyado en su ascenso al poder.
Quizás alguien podría opinar que la comparación es exagerada, pero piense, estimado lector, ¿tiene algo de sentido común el que en plena campaña comicial un candidato o un partido político propongan la resistencia civil como parte de su plataforma electoral?
¿Tiene algo de sensatez tratar de ganar votos proponiendo que nadie pague servicios del Estado, como el de proveer de energía eléctrica a los hogares o a la producción y a la industria?
¿Tiene algo de racional el que en pleno siglo XXI, en un mundo globalizado, se pretenda el aislamiento de nuestro país a partir de una supuesta capacidad de autosuficiencia económica? “La mejor política exterior es la interior”, ha reiterado de manera constante AMLO.
¿Debiera siquiera intrigarnos el ver, durante la actual campaña electoral, los anuncios en donde se afirma que “AMLO es Morena”, para con ello reafirmar un enfermizo culto a la personalidad que siempre es característico de los pensamientos populistas o autoritarios?
En estas elecciones se renovará la Cámara de Diputados. Los electores decidirán quiénes habrán de representarnos, pero también está en juego qué tipo de izquierda deberá tener preeminencia en nuestro país para el futuro inmediato. Una izquierda democrática, progresista que busca construir soluciones y alternativas viables a los problemas de la gente, que lo hace respetando la libertad, la pluralidad, la diversidad y al mismo tiempo pugna por el bienestar social para todas y todos, o, en sentido diametralmente diferente, avanza un populismo demagógico que, como ahora sucedió en Tabasco con AMLO, promete y promete lo que es imposible realizar y menos sostener.
Hay que soñar y, sobre todo, trabajar para que el México próspero y justo se haga realidad. Pero los sueños por un México mejor no pueden confundirse con los delirios que sólo destruyen.
Twitter: @jesusortegam
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