martes, 17 de septiembre de 2013

Legalidad y desobediencia civil

El presidente del PRD, Jesús Zambrano, ha dicho que la ciudad capital es la urbe de las libertades y adecuadamente ha agregado que las libertades que se gozan son de y para todos sus habitantes. Por tal afirmación ha recibido algunas críticas y se le ha acusado de avalar e incluso auspiciar, la represión contra los maestros de la CNTE y otros ciudadanos.


Estas opiniones de algunos sectores dentro de la misma izquierda, se sostienen en la anacrónica concepción de que la legalidad es sólo pieza de una superestructura creada por la burguesía y utilizada como instrumento de dominación sobre el proletariado, o es simplemente —para los que no han oído ni leído de Marx— mero instrumento de control sobre el conjunto de los pobres. En consecuencia —desde esta visión obsoleta, lineal y obtusa— la lucha por cualquier cambio político-social implica luchar, necesariamente, contra tal legalidad o, en el mejor de los casos, atenderla o no, según convenga a una estrategia política. ¡Esta concepción sobre la legalidad es equivocada y hay que combatirla políticamente!

Sin embargo, ajustarse a la legalidad constitucional como uno de los principios de una izquierda democrática, no contradice en modo alguno el derecho inalienable de los ciudadanos a la desobediencia civil. Tan es así que nuestra propia Constitución lo contiene en su artículo 39 que dice: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.

Así dice nuestra Constitución, pero se equivocan aquellos que identifican todo acto contrario a la ley como acto legítimo de desobediencia civil.

La desobediencia civil, dice Habermas, “es bien entendida como instrumento no convencional de participación de la voluntad política, porque actúa como válvula de seguridad del sistema político democrático y como una forma de manifestación de importantes sectores de la población que (para todo propósito democrático) resulta indispensable”.

Pero por ello mismo, “la desobediencia civil no puede estar motivada por ningún particularismo sino por el deseo de universalización de propuestas que objetivamente mejorarán la vida en sociedad, la convivencia democrática y civilizada. Es así que resulta imposible entender un movimiento de desobediencia civil que únicamente se limita a defender conveniencias particulares”, dice Emilio Alvarado de la Universidad Complutense de Madrid.

Por ello, los movimientos clásicos de desobediencia civil que conocemos como los de las mujeres sufragistas, los de Martin Luther King, Gandhi, Mandela, se justificaban plenamente en la medida que llamaban a la desobediencia (necesariamente pacífica) a leyes que impactaban en el conjunto de la sociedad y anulaban derechos humanos de las grandes mayorías (el derecho al sufragio universal y libre, a la igualdad jurídica, a la no discriminación, etcétera). De esta manera podríamos entender, como dice el mismo Emilio Alvarado, “que si bien todo acto de desobediencia civil es un acto de desobediencia a la ley, no todo acto de desobediencia a la ley es un acto de desobediencia civil”.

La desobediencia civil podrá negar derechos de genealogía, no democráticos o que pretenden perpetuar privilegios injustificables, pero su ejercicio, el de la desobediencia civil,  no debe vulnerar aquellos otros derechos democráticos que fueron adquiridos por el conjunto de la sociedad y que están establecidos en las leyes y en la propia Constitución.

Giovanni Sartori dice que “la idea de la libertad en la ley se contrapone con creciente frecuencia a la idea de que la libertad es liberarse de las leyes y que las leyes son una merma de libertad. Pero leer en la leyes —continúa Sartori— una infracción de libertad es olvidar que las libertades en cuestión, como lo son las políticas, no son interiores sino de relación; libertades entre individuos, grupos, organizaciones y por lo tanto libertades orientadas a coexistencia en libertad”.

Ciertamente, la clave se encuentra en esta expresión de Sartori: libertades orientadas a coexistencia en libertad.

¿Expresarse, manifestarse a favor o en contra de una idea, de un concepto, de un precepto, e incluso de una ley es una libertad legítima, indiscutible —y yo diría—, imprescriptible de los maestros afiliados a la CNTE? Desde luego que la respuesta debe ser afirmativa. Pero, me pregunto si se tiene la misma legitimidad cuando esa libertad se ejerce afectando la libertad de los demás.  Pienso que no.

¿Cómo entonces conciliar la libertad de una parte con la libertad de todos? La respuesta se encuentra, precisamente, en la ley.

Sé bien que las leyes pueden responder a intereses particulares y/o a relaciones de fuerza y que además son, frecuentemente interpretables y aplicables de manera diversa; pero también es cierto, que las leyes introducen objetividad,  previsibilidad, seguridad y sobre todo ello, generalidad, universalidad, es decir: están o deben estar concebidas y elaboradas en razón del interés general, del interés superior que es el del conjunto de la sociedad. Es verdad que no siempre sucede así, pero una circunstancia específica no debiera conducir a suprimir la prevalencia de la ley (que, como norma, debe expresar la voluntad general sobre cualquier voluntad individual o sobre cualquier interés particular).

Por ello, frente a una visión de izquierda, que en razón de ideologismos y dogmatismos, desprecia la legalidad, debe existir y prevalecer otra visión de izquierda que comprenda, indubitablemente,  que la legalidad es fundamental para la democracia, pero que además, es un instrumento esencial que debe utilizarse para avanzar hacia el necesario cambio social. La legalidad no es un obstáculo para el cambio; es al contrario, una herramienta muy útil para lograrlo. Democracia y legalidad son incomprendidas si se toman separadas. Son una y otra; no una sin otra y menos una a costa de otra.


                *Ex presidente del PRD

2 comentarios:

  1. IDEOLOGÍA Y DOGMATISMO

    Provisionalmente le voy a creer, aunque
    no dudo que me esté mintiendo. Pablo Gómez

    Lo que asevera Jesús Ortega, merece ser considerado en tres términos por lo menos, de la teoría, la teleología formal y de la realidad. En el primer caso los filósofos hacen teorías que son más o menos razonables y bien acabadas con respecto a los derechos o formas de convivencia relacionadas con la libertad. Ahora bien, hay dos teorías de libertad; la que sostiene que el ser humano tiene un mínimo de derechos que no pueden ser transgredidos por sus ciudadanos y por el Estado y la que afirma que la libertad consiste en entender las leyes e ir acorde al Estado de Derecho. En la primera el ser humano es relevante, en la segunda, es irrelevante, lo importante es el Estado.

    En el segundo rubro, la teleología de las leyes en un Estado democrático es la generalidad, sin embargo, una teleología formal, no necesariamente lleva a la mejora general y eso en México está confirmado por décadas de legalidad insustancial. El pueblo vive sin tener los beneficios reales de esa legalidad, A lo más son las futuras generaciones las que les toca “gozar” de lo que le correspondía a tres generaciones anteriores.

    Ahora bien, la realidad es el argumento constante e irrefutable de que la legalidad existente es un dique para que la nación mexicana acceda a la libertad y legalidad necesaria a la dignidad humana mínima que se pueda concebir.

    Es falso que Ortega esté exento de ideología y dogmatismos. Eso es un exceso. O bien trata de engatusarnos o bien le está vedada la verdad. Precisamente Marx muestra que tiene una ideología proletaria y un tratamiento del capitalismo científico. Ser Miembro del Consejo Rector del Pacto por México, nos lleva a colegir que allí hay ideología y dogmatismos. ¿Es o no una ideología que la privatización es la única forma de enfrentar la vida?, ¿es o no un dogmatismo aceptar el neoliberalismo como única opción económica y de vida?, esos es lo que encubiertamente nos pide Ortega que aceptemos acríticamente. Dice que es hombre de izquierda pero vive como de derecha. Ser de izquierda más que decirse se muestra. ¿Qué persona de izquierda estaría llevando al matadero a los ciudadanos mexicanos sin ningún escrúpulo?.

    Aseverar que en México existe libertad democrática y legalidad democrática es estar bien chato en todos los rubros de la vida. Que regrese a sus dieciocho años y haga un recuento de dónde perdió el rumbo de la lógica, de la razón, de la vida, de la izquierda y se fue derecho a la derecha, proclamándose formal y solo formalmente de izquierda. Esa legalidad que alega Jesús Ortega ha creado millones de pobres día, tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año y sexenio tras sexenio y la realidad grita, aunque no lo oiga, que a esos millones de pobres la legalidad les impide cualquier libertad real.

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