El presidente del PRD, Jesús
Zambrano, ha dicho que la ciudad capital es la urbe de las libertades y
adecuadamente ha agregado que las libertades que se gozan son de y para todos
sus habitantes. Por tal afirmación ha recibido algunas críticas y se le ha
acusado de avalar e incluso auspiciar, la represión contra los maestros de la
CNTE y otros ciudadanos.
Estas opiniones de algunos
sectores dentro de la misma izquierda, se sostienen en la anacrónica concepción
de que la legalidad es sólo pieza de una superestructura creada por la
burguesía y utilizada como instrumento de dominación sobre el proletariado, o
es simplemente —para los que no han oído ni leído de Marx— mero instrumento de
control sobre el conjunto de los pobres. En consecuencia —desde esta visión
obsoleta, lineal y obtusa— la lucha por cualquier cambio político-social
implica luchar, necesariamente, contra tal legalidad o, en el mejor de los
casos, atenderla o no, según convenga a una estrategia política. ¡Esta
concepción sobre la legalidad es equivocada y hay que combatirla políticamente!
Sin embargo, ajustarse a la
legalidad constitucional como uno de los principios de una izquierda
democrática, no contradice en modo alguno el derecho inalienable de los
ciudadanos a la desobediencia civil. Tan es así que nuestra propia Constitución
lo contiene en su artículo 39 que dice: “La soberanía nacional reside esencial
y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se
instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable
derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Así dice nuestra Constitución,
pero se equivocan aquellos que identifican todo acto contrario a la ley como acto
legítimo de desobediencia civil.
La desobediencia civil, dice
Habermas, “es bien entendida como instrumento no convencional de participación
de la voluntad política, porque actúa como válvula de seguridad del sistema
político democrático y como una forma de manifestación de importantes sectores
de la población que (para todo propósito democrático) resulta indispensable”.
Pero por ello mismo, “la
desobediencia civil no puede estar motivada por ningún particularismo sino por
el deseo de universalización de propuestas que objetivamente mejorarán la vida
en sociedad, la convivencia democrática y civilizada. Es así que resulta imposible
entender un movimiento de desobediencia civil que únicamente se limita a
defender conveniencias particulares”, dice Emilio Alvarado de la Universidad
Complutense de Madrid.
Por ello, los movimientos
clásicos de desobediencia civil que conocemos como los de las mujeres
sufragistas, los de Martin Luther King, Gandhi, Mandela, se justificaban
plenamente en la medida que llamaban a la desobediencia (necesariamente
pacífica) a leyes que impactaban en el conjunto de la sociedad y anulaban
derechos humanos de las grandes mayorías (el derecho al sufragio universal y
libre, a la igualdad jurídica, a la no discriminación, etcétera). De esta
manera podríamos entender, como dice el mismo Emilio Alvarado, “que si bien
todo acto de desobediencia civil es un acto de desobediencia a la ley, no todo
acto de desobediencia a la ley es un acto de desobediencia civil”.
La desobediencia civil podrá
negar derechos de genealogía, no democráticos o que pretenden perpetuar
privilegios injustificables, pero su ejercicio, el de la desobediencia
civil, no debe vulnerar aquellos otros
derechos democráticos que fueron adquiridos por el conjunto de la sociedad y
que están establecidos en las leyes y en la propia Constitución.
Giovanni Sartori dice que “la
idea de la libertad en la ley se contrapone con creciente frecuencia a la idea
de que la libertad es liberarse de las leyes y que las leyes son una merma de
libertad. Pero leer en la leyes —continúa Sartori— una infracción de libertad
es olvidar que las libertades en cuestión, como lo son las políticas, no son
interiores sino de relación; libertades entre individuos, grupos,
organizaciones y por lo tanto libertades orientadas a coexistencia en
libertad”.
Ciertamente, la clave se
encuentra en esta expresión de Sartori: libertades orientadas a coexistencia en
libertad.
¿Expresarse, manifestarse a
favor o en contra de una idea, de un concepto, de un precepto, e incluso de una
ley es una libertad legítima, indiscutible —y yo diría—, imprescriptible de los
maestros afiliados a la CNTE? Desde luego que la respuesta debe ser afirmativa.
Pero, me pregunto si se tiene la misma legitimidad cuando esa libertad se
ejerce afectando la libertad de los demás.
Pienso que no.
¿Cómo entonces conciliar la
libertad de una parte con la libertad de todos? La respuesta se encuentra,
precisamente, en la ley.
Sé bien que las leyes pueden
responder a intereses particulares y/o a relaciones de fuerza y que además son,
frecuentemente interpretables y aplicables de manera diversa; pero también es
cierto, que las leyes introducen objetividad,
previsibilidad, seguridad y sobre todo ello, generalidad, universalidad,
es decir: están o deben estar concebidas y elaboradas en razón del interés
general, del interés superior que es el del conjunto de la sociedad. Es verdad
que no siempre sucede así, pero una circunstancia específica no debiera
conducir a suprimir la prevalencia de la ley (que, como norma, debe expresar la
voluntad general sobre cualquier voluntad individual o sobre cualquier interés
particular).
Por ello, frente a una visión
de izquierda, que en razón de ideologismos y dogmatismos, desprecia la
legalidad, debe existir y prevalecer otra visión de izquierda que comprenda,
indubitablemente, que la legalidad es
fundamental para la democracia, pero que además, es un instrumento esencial que
debe utilizarse para avanzar hacia el necesario cambio social. La legalidad no
es un obstáculo para el cambio; es al contrario, una herramienta muy útil para
lograrlo. Democracia y legalidad son incomprendidas si se toman separadas. Son
una y otra; no una sin otra y menos una a costa de otra.
*Ex presidente del PRD
¿Esto que escribio es en serio?
ResponderBorrarIDEOLOGÍA Y DOGMATISMO
ResponderBorrarProvisionalmente le voy a creer, aunque
no dudo que me esté mintiendo. Pablo Gómez
Lo que asevera Jesús Ortega, merece ser considerado en tres términos por lo menos, de la teoría, la teleología formal y de la realidad. En el primer caso los filósofos hacen teorías que son más o menos razonables y bien acabadas con respecto a los derechos o formas de convivencia relacionadas con la libertad. Ahora bien, hay dos teorías de libertad; la que sostiene que el ser humano tiene un mínimo de derechos que no pueden ser transgredidos por sus ciudadanos y por el Estado y la que afirma que la libertad consiste en entender las leyes e ir acorde al Estado de Derecho. En la primera el ser humano es relevante, en la segunda, es irrelevante, lo importante es el Estado.
En el segundo rubro, la teleología de las leyes en un Estado democrático es la generalidad, sin embargo, una teleología formal, no necesariamente lleva a la mejora general y eso en México está confirmado por décadas de legalidad insustancial. El pueblo vive sin tener los beneficios reales de esa legalidad, A lo más son las futuras generaciones las que les toca “gozar” de lo que le correspondía a tres generaciones anteriores.
Ahora bien, la realidad es el argumento constante e irrefutable de que la legalidad existente es un dique para que la nación mexicana acceda a la libertad y legalidad necesaria a la dignidad humana mínima que se pueda concebir.
Es falso que Ortega esté exento de ideología y dogmatismos. Eso es un exceso. O bien trata de engatusarnos o bien le está vedada la verdad. Precisamente Marx muestra que tiene una ideología proletaria y un tratamiento del capitalismo científico. Ser Miembro del Consejo Rector del Pacto por México, nos lleva a colegir que allí hay ideología y dogmatismos. ¿Es o no una ideología que la privatización es la única forma de enfrentar la vida?, ¿es o no un dogmatismo aceptar el neoliberalismo como única opción económica y de vida?, esos es lo que encubiertamente nos pide Ortega que aceptemos acríticamente. Dice que es hombre de izquierda pero vive como de derecha. Ser de izquierda más que decirse se muestra. ¿Qué persona de izquierda estaría llevando al matadero a los ciudadanos mexicanos sin ningún escrúpulo?.
Aseverar que en México existe libertad democrática y legalidad democrática es estar bien chato en todos los rubros de la vida. Que regrese a sus dieciocho años y haga un recuento de dónde perdió el rumbo de la lógica, de la razón, de la vida, de la izquierda y se fue derecho a la derecha, proclamándose formal y solo formalmente de izquierda. Esa legalidad que alega Jesús Ortega ha creado millones de pobres día, tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año y sexenio tras sexenio y la realidad grita, aunque no lo oiga, que a esos millones de pobres la legalidad les impide cualquier libertad real.