martes, 2 de julio de 2013

La conspiración conservadora

Excélsior

Los podemos encontrar en la política reivindicando a la derecha o vestidos con enérgico lenguaje de izquierda; están en el gobierno y en la “oposición”; pululan en la administración pública y privada; cavan sus trincheras en la economía y lo hacen a tal profundidad que apenas vemos sus ojillos parpadeando; se parapetan en los escritorios del periodismo intentando cubrirse con el sacrosanto manto de la libertad de expresión para tener, impunemente, libertad de mentir e injuriar;  hibernan por años en los cubículos de la academia, son como sombras que se dibujan cuando la luz aparece. Todos, aunque algunos no lo saben, son parte de una conspiración conservadora. No son pocos: en realidad son muchos y aunque pueden no conocerse entre ellos, conspiran con el propósito de que nada cambie.

A los de la conspiración conservadora, que están en el gobierno les asusta -hasta el pánico-, cualquier tormenta y nunca se atreven a incursionar en el mar abierto. Por ello, se asen del timón del gran navío que surca a lo largo y ancho de… la alberca.

¿Cobrar los impuestos, especialmente a los ricos? ¡Ni pensarlo! ¡Desestabiliza y aleja inversiones, dicen!

¿Terminar con el corporativismo sindical? ¡Nunca, pues son aliados para la tranquilidad…política!

¿Crecimiento de la economía? ¡Sólo si lo decide el mercado (aunque durante más de 30 años, el mercado haya decidido que no crezcamos)!
¿Nuevo régimen político? ¡¿Para qué?!, si el presidencialismo es lo que se acomoda a “nuestra” idiosincrasia de venerar los usos y costumbres.

¿Terminar con el feudalismo en los estados? ¡No tiene caso! ¡Los señores feudales son aliados del actual príncipe! ¡Y lo serán de cualquier otro!

Sin embargo, estos conservadores dentro del gobierno cuentan con otros conspiradores favorables al statu quo.

¿Reformar a Pemex? ¡Sólo si se privatiza!, dicen unos. ¡Ninguna reforma!, dicen otros.

¿Gobiernos de coalición? ¡No! Ponen en riesgo la permanencia de unos  en el poder absoluto y en riesgo el ascenso al poder absoluto de los otros. Son,  unos y otros, contrincantes políticos pero los unifica el mismo propósito de conservar lo existente, de mantener inalterable la sustancia. Pelean entre ellos pero son parte de la misma conspiración conservadora.

Los de la conspiración conservadora no necesariamente caminan juntos: la rutina los hace, incluso, disputar la misma senda, porque no conocen otra o porque temen transitar por una diferente.

Son los políticos claramente identificables por el mismo discurso, por las mismas formas, por los mismos objetivos de siempre; son los políticos predecibles que actúan desde Los Pinos o desde el Zócalo; son los “estabilizadores”, enemigos a muerte de cualquier reforma; los que hablan de la ley para seguir violándola; son los empresarios que claman por que otros paguen impuestos para seguir ellos en el confort de su paraíso fiscal, de sus casas en Miami, de sus residencias enrejadas; son los gobernadores que necesitan mayoría en los congresos locales para que les sea aprobada, sin riesgo alguno, su “cuenta pública”.


Son todos ellos el principal obstáculo al cambio. Se saben conservadores pero lo que no saben y no comprenden, es que su resistencia a la transformación del país se convertirá en el elemento principal de su propia extinción.

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