Los podemos encontrar en la política reivindicando a
la derecha o vestidos con enérgico lenguaje de izquierda; están en el gobierno
y en la “oposición”; pululan en la administración pública y privada; cavan sus
trincheras en la economía y lo hacen a tal profundidad que apenas vemos sus
ojillos parpadeando; se parapetan en los escritorios del periodismo intentando
cubrirse con el sacrosanto manto de la libertad de expresión para tener,
impunemente, libertad de mentir e injuriar; hibernan por años en los cubículos de la
academia, son como sombras que se dibujan cuando la luz aparece. Todos, aunque
algunos no lo saben, son parte de una conspiración conservadora. No son pocos:
en realidad son muchos y aunque pueden no conocerse entre ellos, conspiran con
el propósito de que nada cambie.
A los de la conspiración conservadora, que están en el
gobierno les asusta -hasta el pánico-, cualquier tormenta y nunca se atreven a
incursionar en el mar abierto. Por ello, se asen del timón del gran navío que
surca a lo largo y ancho de… la alberca.
¿Cobrar los impuestos, especialmente a los ricos? ¡Ni
pensarlo! ¡Desestabiliza y aleja inversiones, dicen!
¿Terminar con el corporativismo sindical? ¡Nunca, pues
son aliados para la tranquilidad…política!
¿Crecimiento de la economía? ¡Sólo si lo decide el
mercado (aunque durante más de 30 años, el mercado haya decidido que no crezcamos)!
¿Nuevo régimen político? ¡¿Para qué?!, si el
presidencialismo es lo que se acomoda a “nuestra” idiosincrasia de venerar los
usos y costumbres.
¿Terminar con el feudalismo en los estados? ¡No tiene
caso! ¡Los señores feudales son aliados del actual príncipe! ¡Y lo serán de
cualquier otro!
Sin embargo, estos conservadores dentro del gobierno
cuentan con otros conspiradores favorables al statu quo.
¿Reformar a Pemex? ¡Sólo si se privatiza!, dicen unos.
¡Ninguna reforma!, dicen otros.
¿Gobiernos de coalición? ¡No! Ponen en riesgo la permanencia
de unos en el poder absoluto y en riesgo
el ascenso al poder absoluto de los otros. Son,
unos y otros, contrincantes políticos pero los unifica el mismo propósito
de conservar lo existente, de mantener inalterable la sustancia. Pelean entre
ellos pero son parte de la misma conspiración conservadora.
Los de la conspiración conservadora no necesariamente caminan
juntos: la rutina los hace, incluso, disputar la misma senda, porque no conocen
otra o porque temen transitar por una diferente.
Son los políticos claramente identificables por el
mismo discurso, por las mismas formas, por los mismos objetivos de siempre; son
los políticos predecibles que actúan desde Los Pinos o desde el Zócalo; son los
“estabilizadores”, enemigos a muerte de cualquier reforma; los que hablan de la
ley para seguir violándola; son los empresarios que claman por que otros paguen
impuestos para seguir ellos en el confort de su paraíso fiscal, de sus casas en
Miami, de sus residencias enrejadas; son los gobernadores que necesitan mayoría
en los congresos locales para que les sea aprobada, sin riesgo alguno, su
“cuenta pública”.
Son todos ellos el principal obstáculo al cambio. Se
saben conservadores pero lo que no saben y no comprenden, es que su resistencia
a la transformación del país se convertirá en el elemento principal de su
propia extinción.
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