Por Jesús Ortega Martínez
Es
tan grande y amplia nuestra diversidad geográfica, cultural, económica y
social, que algunos de los estudiosos de
las identidades de los mexicanos dicen que México, es en realidad, varios
Méxicos. Utilizo este concepto porque en la edición 426 de Nexos, igual se
escribe de que uno de los símbolos del país, Pemex, es en realidad, varios Pemex.
Son
varios, dice Nexos, por las diferentes actividades que realiza, pero más allá de
ello, son varios Pemex por cómo ha sido utilizada esta empresa a lo largo de su
existencia.
Hay un
primer Pemex, que ciertamente, sirvió —y mucho— en el desarrollo económico del
país. Este es el Pemex ahora olvidado.
Pero
hay un segundo: el que de alguna manera se ha “privatizado” y se encuentra en
manos de infinidad de funcionarios gubernamentales y empleados de la empresa; de
muchos contratistas nacionales y extranjeros (empresarios particulares) que,
corrupción de por medio, se apropian ilícitamente —que no inexplicablemente— de
una parte significativa de la renta petrolera; en manos de cabilderos
inescrupulosos (amigos de políticos y de directivos de la empresa) que trafican
contratos como si de venta de garaje se tratara; en manos de líderes sindicales
que encabezados por Romero Deschamps, son los dueños de contratos de servicios (sin
licitación alguna), de plazas de trabajo, y de pasada hasta de gobiernos
municipales y de ciudades como Poza Rica, Coatzacoalcos, Ciudad del Carmen y
otras más en donde los “dirigentes sindicales” dominan al margen del Estado y
la Ley. Todos estos se han enriquecido a
costa de Pemex y son una mafia que ha esquilmado —durante muchas décadas— a
esta empresa que administra el recurso natural más valiosos del país.
Existe
un tercero: “el privatizado” por el gobierno federal en turno y más
específicamente por la Secretaría de Hacienda, la cual ha utilizado a Pemex para
justificar su ineficiencia recaudatoria de impuestos y que saquea, año con año
con miles y miles de millones de pesos a Pemex, para con ello “tapar” su
permanente déficit fiscal y presupuestario.
Y,
por último existe el cuarto Pemex, ese al que no se le sustrae dinero pero se
le exprime hasta la última gota de la “renta política”. Este Pemex que le sirve
a algunos políticos para de vez en vez salir del “campo santo”; para —envueltos
en un patrioterismo falaz— reaparecer en el escenario político del país;
políticos urgidos de recuperar protagonismo electoral, asumiéndose como los
únicos e indiscutibles albaceas del “diablo”, de aquel que según López Velarde:
“nos escrituró los veneros de petróleo”. Esos Políticos que se encuentran atrapados
en la paradoja terrible de convocar al levantamiento popular para evitar la
privatización de Pemex, pero en lo más intimo de su ser, desean que se privatice,
para entonces, contar con alguna bandera
que enarbolar.
Necesitamos
recuperar al primero de los Pemex y sustraerlo de quienes ahora lo han hecho
“patrimonio propio” (gobierno, hacienda, funcionarios corruptos de la empresa,
contratistas privados, líderes sindicales…) y para ello se requiere de una gran
reforma a la industria petrolera y energética como la que propone el ingeniero Cuauhtémoc
Cárdenas Solórzano. Una reforma que preservando el precepto Constitucional de
que los hidrocarburos y otros recursos energéticos son propiedad exclusiva de
la nación, reconstruya de pies a cabeza la operación, administración, carga
fiscal, estructura laboral, política comercial de Pemex, para que la “renta petrolera”
sea correctamente utilizada para el
desarrollo económico del país y para el bienestar público.
Una
reforma de esta naturaleza deberá alejarse del dogmatismo neoliberal que sólo
ve como “remedio” la privatización, pero
también alejarse de los que piensan que no hay necesidad de cambio alguno. Los
dos extremos se encuentran atrapados en el mismo conservadurismo aunque con
intereses diferentes.
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