Algunos críticos al Pacto por México lanzan sus dardos desde el propio poder político, otros lo hacen desde las trincheras que durante décadas han construido poderes meta estatales; es decir, aquellos a los que para todo propósito identificamos en el propio texto del Pacto como poderes fácticos, y otros más atacan desde las filas de la izquierda.
Como dice Marcos Rascón, al Pacto por México se le ha puesto enfrente "otro pacto" conformado, paradójicamente, por la derecha calderonista, por la ultraizquierda dogmática y fundamentalista y, en medio de estos extremos, la oligarquía económica que se sabe afectada en sus más preciados intereses.
El "anti Pacto" reaccionario se ha puesto en acción y desafía desde las pantallas televisivas que están bajo el control del duopolio de la información; reta desde las oficinas de los dueños y directivos de los monopolios que desde hace décadas controlan y manipulan a su antojo sectores estratégicos de la economía del país. Reacciona desde el conservadurismo que se disfraza de estridencia revolucionaria o desde aquel de la derecha que no se atreve a decir su nombre. El "anti Pacto" es improvisado instrumento de muchos políticos (de todos los partidos) que entran en pánico ante la posibilidad de cambios que trastoquen el confort en el que quieren seguir viviendo. Y, desde luego, el conservadurismo impugna desde los resentidos (los más peligrosos) que todo lo ven mal, especialmente aquello que fue creado, elaborado y construido en su ausencia; tiemblan, consumiéndose en la fiebre de su vanidad herida.
Todos, los del "anti Pacto" conocen el poder, porque de una u otra forma lo han ejercido. No les espanta, dicen, porque han estado ahí muchas veces, con él han convivido y de él, muchos, se han beneficiado personalmente. Saben del poder autoritario, antidemocrático, presidencialista; conocen de sus secretos, de sus mecanismos, de sus resortes y se mueven en él como peces en el agua.
Son estos los expertos en la "negociación" al estilo del viejo régimen, en la negociación que sabe "facturar caro" para sí mismos, para sí como grupo político u económico o, incluso, para sí como partido.
"Se ha perdido capacidad de negociación con el gobierno", dicen nuestros críticos y, para que no exista confusión, añaden: "las batallas electorales no se ganan el día de la elección; se ganan o se pierden antes".
Es decir, para estos "expertos negociadores" el asunto del Pacto por México se debió reducir a una transacción electoral, a una concertacesión para repartir poder entre quienes ya lo detentan. Esto es, negociar para ver de qué tamaño deben ser las tajadas que cada partido se lleve. Son los usos y costumbres del viejo sistema político, y en esta concepción de la política se encuentra, precisamente, el error estratégico de algunos de estos críticos.
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El Pacto por México tiene –según el PRD– propósitos mucho más importantes y trascendentes que los de "facturar caro a favor de nuestro partido".
La gente aspira a que el quehacer político tenga como propósito fundamental el bienestar de los mexicanos, a que los partidos actúen en razón del interés superior del país.
Y, por ello mismo, ahora hemos comprendido en el PRD que la lucha por el poder, consustancial a la política y elemento inherente a los partidos, debe tener el ingrediente conceptual de que el poder o es utilizado para el bienestar general o no tiene ningún sentido aspirar a él. El poder por el poder mismo, o el poder para satisfacer objetivos particulares, no encaja en la visión de una izquierda democrática.
Por ello, lo sustantivamente diferente del Pacto por México es el cambio paradigmático sobre el contenido y el quehacer de la política.
Para el PRD, los acuerdos del Pacto por México son una de las partes medulares de una definición política de carácter estratégica, tan indispensable como urgente, para alcanzar las fórmulas y las acciones que permitan sacar al Estado Nacional de la crisis estructural en la que se encuentra; para recuperar su vigencia ante el desafío que le han puesto múltiples poderes fácticos (la delincuencia organizada, la desorganizada, la oligarquía económica, los monopolios, los grupos políticos como el de Elba Esther y otros líderes sindicales corruptos, los "señores feudales" existentes en varios estados, etcétera).
¿Rescatar al Estado? Se preguntan algunos.
¡Si! Definitivamente.
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Contra la opinión de algunos de los críticos del Pacto, El Tema para el país y la gente sí son los 95 puntos del Pacto, porque ahí están comprendidas, si no todas, si algunas de las reformas más necesarias para la transformación del país y el fortalecimiento del Estado.
El Tema sí es una reforma política que garantice y amplíe los derechos políticos y ciudadanos, que termine con la utilización de los programas sociales como instrumento electoral, que termine con el feudalismo electoral de los gobernadores y, principalmente, que impida de manera definitiva la restauración del viejo régimen.
Sin embargo, algunos políticos y otros intereses fácticos insisten en aplicar aquella máxima de que "si la realidad no coincide conmigo, peor para la realidad" y, tozuda, obcecadamente, insisten en poner como centro de la negociación los intereses particulares de los partidos o de algunos de los políticos más relevantes.
Esto, en realidad, le interesa un bledo a la gente. Como no es, en lo más mínimo de su interés, el futuro político del calderonismo, del lopezobradorismo, de Peña Nieto, Ebrard, Beltrones, Cordero, Camacho, Madero, Zambrano o cualquier otro personaje de la clase política. El futuro de estos y otros personajes le tiene sin cuidado a la gente.
Seremos una oposición más fuerte y eficaz en la medida en que aumentemos nuestra capacidad de decidir sobre el rumbo del país y de hacerlo a partir de materializar nuestra propuesta programática.
La oposición debe luchar contra los monopolios, debe luchar por construir un sistema universal de seguridad social. Y si ello lo logramos desde acuerdos en el Congreso con las otras fuerzas, entonces nuestra condición de oposición se fortalece. La oposición de izquierda en México y en el mundo existe no porque sabe decir no, o por que sólo sabe obstruir. Existe por que es capaz, con la fuerza adquirida y con su acción política, de influir a favor de la igualdad, de la libertad, de la democracia, que son los principios por los que verdaderamente debe luchar.
Ser y parecer una oposición que construye, que tiene respuestas, que critica con razones y argumentos y que materializa su programa, es lo que la ciudadanía valora positivamente.
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El Pacto no es ningún remedio mágico, es sólo el esfuerzo conjunto de varios actores políticos y de las fuerzas que representan. Ello ya le da valor agregado.
Es también un esfuerzo extraordinario, fuera de lo común, y ello también le agrega otro ingrediente positivo.
Es una manera diferente de hacer y entender a la política. Se trata de dejar atrás el egoísmo individual y el partidario; se trata de poner en el centro de nuestra acción y de nuestro pensamiento el interés superior del país y hacer posible el derecho de las y los mexicanos a la prosperidad y al bienestar.
¿Puede fracasar? Es posible, y sería lamentable.
Pero la izquierda mexicana, y particularmente el PRD, debiéramos mantener la decisión de impulsarlo, porque el país necesita un cambio profundo, estructural. Lo grave es dejar pasar inadvertido que para estas reformas nadie tendría capacidad de hacerlas por sí mismo, tampoco la izquierda sola, aun si se encontrara ocupando Los Pinos.
Desde un nuevo pensamiento de izquierda, estamos obligados a reconocer la pluralidad política y saber que, para esos cambios de gran calado, se requieren grandes acuerdos entre las principales fuerzas políticas y, ciertamente, de la participación activa de la sociedad.
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