martes, 19 de febrero de 2013

La encrucijada de la Iglesia católica

Excélsior

A casi ocho años de asumir como la máxima autoridad de la Iglesia católica, el Papa Benedicto XVI impactó al mundo el 11 de febrero al anunciar su renuncia. Esta decisión conmocionó ya que es el primer Pontífice de la era moderna que ha renunciado.

Para algunos, esta renuncia provocará una crisis en el seno de esa institución. En sentido contrario, pienso que la abdicación es causa de una aguda crisis que experimenta el Vaticano.

El argumento más publicitado por la Iglesia católica para justificar la renuncia pontificia ha sido su estado de salud debido a su avanzada edad. Sin embargo, es más probable que la abdicación se deba a la crisis provocada por la dramática disminución de católicos en el mundo, los desencuentros con otros líderes religiosos, escándalos por pederastia clerical, sospechas de lavado de dinero en el Instituto para las Obras de la Religión (la banca vaticana), el enfrentamiento entre un sector inclinado a dar continuidad a una Iglesia mediática sustentada en el carisma papal y otro inclinado a una visión más pastoral, así como luchas palaciegas y divisiones antagónicas en el seno de la curia romana que dejaron al descubierto las filtraciones del caso conocido como VatiLeaks, las cuales incluían correspondencia confidencial del propio Joseph Ratzinger.

En su propio texto de la renuncia se pueden entrever las razones anteriores cuando él afirma: “En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”.

Así, se infiere que la abdicación de Benedicto XVI está más relacionada con una decisión política que con su edad avanzada. La razón más probable para que decidiera no continuar con su pontificado es el poder incidir en su sucesión en una Iglesia enfrentada y en crisis.

Resulta evidente que Benedicto XVI busca asegurar la continuidad de la cual él mismo es representante, al haber sido en su momento el colaborador intelectualmente más activo y poderoso de su antecesor, Juan Pablo II, en el Colegio Cardenalicio.

Será interesante ver cómo reaccionarán los cardenales en su papel de electores ante la situación atípica en donde un Papa en vida busca influir en la designación de su sucesor, sobre todo cuando la elección de una nueva cabeza de la Iglesia católica trascenderá la mera personalidad del elegido, ya que en la coyuntura actual de esta institución dicha elección definirá el rumbo del catolicismo en las próximas décadas.

Lo más deseable para todos, creyentes y no creyentes, sería que el nuevo Papa tuviera un compromiso real con el ecumenismo, la pluralidad y la tolerancia.

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