martes, 15 de enero de 2013

El que pacta, transa: el sustrato de la antipolítica

Excélsior


Es bastante común entre politólogos o periodistas que para sus reflexiones sobre el Pacto por México recurran al ejemplo de los Pactos de la Moncloa, que se llevaron a cabo en España después del franquismo y que, sin duda, dieron espacio y camino para que este país avanzara hacia la modernidad en todos los sentidos; se pudiera convertir, en relativamente poco tiempo, en una nación integrada a Europa, que dejara el aislacionismo en que la mantuvo la dictadura y finalmente, diera pasos enormes en su desarrollo.

Los Pactos de la Moncloa contuvieron decisiones en materia política —el cambio de régimen para acceder a la democracia—, en materia económica y social —la vigencia de las libertades y un mayor bienestar para el conjunto de las y los españoles— y, a mi juicio lo más importante, en materia de la reconstitución de un Estado democrático y de derecho.

En los mencionados acuerdos participaron los republicanos y los monárquicos; los falangistas, los franquistas, los comunistas y socialistas; además de otras fuerzas políticas diversas y todas, como se sabe, enfrentadas entre sí —incluso militarmente— durante años.

La inclusión de todas o la gran mayoría de las fuerzas políticas y partidos es lo que le dio el mejor sustento para la realización, la viabilidad y la concreción de dichos pactos. Habrá, pero serán pocos, los que afirmen que los Pactos de la Moncloa no sirvieron para dar lugar a una transformación profunda por la vía de un pacto para la transición política. Durante varias décadas España avanzó y fue ejemplo de una transición pacífica.

En este momento existe una situación de crisis económica que es profunda y que está deteriorando no sólo las relaciones políticas y la democracia sino que se encuentra impactando la crisis, la vida de las y los españoles. Hoy se acentúa la desigualdad, aumenta de manera alarmante el desempleo, la pobreza y en general el nivel de vida de los habitantes de aquel país peninsular. Hay que mencionar, además, que la crisis propicia que el asunto de las nacionalidades autónomas, que en algún modo se desarrollaban en el marco de los principios constitucionales, ahora —este tema— tan sensible se esté deteriorando al grado de poner en riesgo la integridad misma del Estado español.

En esa difícil realidad, el periódico El País ha publicado una encuesta en donde, entre otras cosas, pregunta a los entrevistados: ¿Si consideran necesario, para resolver la crisis y sus consecuencias, el establecimiento de un PACTO entre los líderes políticos, sociales, partidos y gobiernos de las nacionalidades? El resultado de la encuesta que es publicada en el mencionado periódico dice que ¡más de 80% de los simpatizantes del Partido Popular (PP) y más de 80% de los simpatizantes del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) consideran necesario ¡UN NUEVO PACTO!

Los mexicanos estamos más acostumbrados a los enfrentamientos y si bien hay en nuestra historia pactos exitosos, sigue prevaleciendo entre sectores importantes de la población la perniciosa idea (alentada durante décadas por el sistema priista y por los sectores más totalitarios) de que el que acuerda, transa. El que acuerda, transa es la visión que sintetiza la antipolítica y es el sustrato que alimenta la exclusión, la intolerancia y los totalitarismos.

Tenemos poca experiencia en política de acuerdos, pero hay en otras latitudes, otros países que sí la tienen —España, Chile, Sudáfrica, Brasil, etcétera— y de los cuales debiéramos, con humildad, aprender.

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