martes, 22 de enero de 2013

El egoísmo partidario

Excélsior

La vida política del país experimenta un serio problema que los políticos no hemos acertado en resolver y cuya esencia se localiza en lo que llamo “egoísmo partidario”.

El egoísmo, según el diccionario significa: “la tendencia a considerar, privilegiar sobre cualquier cosa el interés personal”. En ese sentido el “egoísmo partidario” sería “la tendencia a considerar, privilegiar sobre cualquier cosa el interés partidario”. Así, de esta manera, los partidos que deberían ser representantes de la sociedad o de una parte de ésta, que deberían trabajar por hacer realidad una propuesta, un programa que represente las aspiraciones, los intereses de la sociedad o de una parte de ella, se “desnaturalizan”, pierden su razón de ser originaria y en lugar de ser medios para lograr un propósito social, se convierten en sí mismos, en un fin.


De ser representantes de partes o sectores de la sociedad, se deforman —ante esa sociedad— en representantes de sí mismos.

En El Contrato Social, Jean Jacques Rousseau dice que “en la medida que el Estado está mejor organizado más preeminencia tienen los negocios públicos sobre los privados”. Esto no sucede ahora en México y así se observa en diversos ámbitos y espacios del Estado, al grado de que los partidos que son parte de éste y que —al margen de la ideología que enarbolan— debieran entenderse como instituciones de servicio público y para el interés general, dan preeminencia sin excepciones, a los intereses que en estricto sentido de la palabra, les son estrictamente “privados”.
De defensores de los derechos e intereses de los ciudadanos se están convirtiendo en defensores de sus “derechos e intereses” frente a los ciudadanos.

Como he dicho, esto sucede en mayor o menor medida, en todos los partidos (en los que tienen registro y en los que aspiran a tenerlo) y lo que debiera ser parte esencial de ellos en un Estado democrático, es una permanente lucha y un constante esfuerzo por hacer posibles sus propuestas programáticas en razón del interés general. Sin embargo, se está convirtiendo en la sinrazón de preservarse a sí mismos como única causa de su existencia.

A esta problemática algunas personas de pensamiento autoritario y absolutista tienen como “solución” la desaparición de los partidos; otros tienen como alternativa el regreso al régimen, igualmente autoritario de partido de Estado. Desde luego, ello es descabellado y por principio debiera desecharse. ¿Pero entonces en dónde se encuentra la respuesta a esta dolencia de nuestro sistema político?

Me parece que se encuentra entre los demócratas de todos los partidos (en nuestro caso a los Demócratas de Izquierda) que debemos adoptar varias decisiones en lo inmediato y que deben de materializarse en reformas legislativas de fondo y en comportamientos políticos diferentes a los que ahora realizamos.

De las primeras es necesario que se modifique la Constitución, para que además de ser los partidos entidades de interés público, sean instituciones para el interés público. Se requiere una ley de partidos políticos en donde se establezca, entre otras, ésta última obligación fundamental y las sanciones obligadas a quien no las cumpla. Se requiere de la creación del Instituto Nacional Electoral para que las representaciones locales de los partidos dejen de ser controladas por los gobernadores. Se necesita modificar el concepto del fuero constitucional para que no sea utilizado como escudo de impunidad de representantes y funcionarios. De una normatividad para que los gobiernos y los representantes electos estén obligados a aplicar el programa que ofrecieron durante las campañas y especialmente, es indispensable regular estrictamente el uso de los recursos públicos y del dinero privado en la actividad de los partidos.

Por último, el Pacto por México es una acción política que de manera directa ataca el “egoísmo partidario”. El Pacto hace que los partidos salgan de esa dinámica, de sus eternas disputas internas que poco o nada tienen que ver con los intereses públicos, y en sentido contrario pacten —como lo han hecho algunos— para darle preeminencia a los temas que más interesan a la gente y que son en beneficio del país.

Este pacto no elimina las diferencias entre los partidos, menos aún hace desaparecer la lucha de éstos por acceder al poder y, por lo tanto, no cancela la confrontación de tesis y programas. Lo que sí hace, cuando menos desde la perspectiva del PRD, es recuperar en algo lo principal de nuestra razón de existencia: Luchar por hacer realidad nuestro programa y que éste tenga como única razón la igualdad y el bienestar de la gente.

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