La reelección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos de América representa una oportunidad para evaluar la situación del tema migratorio en la actual administración demócrata.
Una de las promesas que hizo durante su campaña en 2008 Obama fue impulsar una reforma migratoria “viable, práctica y humana”.
Recordemos que dicha reforma migratoria planteada por Obama decía: 1) la creación de un sistema de apoyo para los indocumentados que cumplan con los requisitos para legalizar su estatus migratorio y allane el camino a la ciudadanía previo pago de multas, impuestos y de que los migrantes aprendan inglés; 2) atacar y desmantelar las organizaciones de contrabando y combatir la delincuencia asociada al narcotráfico; 3) ayudar con políticas que generen desarrollo y crecimiento económico en los países expulsores, para frenar la migración desde el origen; 4) terminar con las redadas, porque reconocen lo ineficiente que resulta esta política de criminalización de los migrantes y 5) reformar la burocracia disfuncional que evita la reunificación familiar y con ello incrementar el número de visas para miembros de las familias que viven en Estados Unidos y para los migrantes que puedan ejercer empleos no cubiertos con mano de obra local.
Al término de su primer periodo, podemos constatar que los anteriores objetivos no fueron cumplidos por el gobierno de Obama. Si bien se dieron algunos pasos en la dirección correcta, como con el impulso a la Dream Act (Ley de Fomento para el Progreso, Alivio y Educación para Menores Extranjeros) que daría un camino hacia la ciudadanía estadunidense a estudiantes indocumentados que hubiesen llegado a Estados Unidos siendo menores de edad, así como la reforma de las normas del Departamento de Ciudadanía y Servicios de Inmigración (USCIS) que facilitan el proceso de regularización migratoria de familiares de ciudadanos en dicho país, en la mayoría de los casos, no se dieron ni siquiera los primeros pasos para concertar los objetivos planteados.
Consciente del déficit en el tema migratorio de su administración, Obama mencionó el tema migratorio durante el mas reciente debate presidencial de Estados Unidos: “Somos una nación de paredes y de inmigrantes... debemos arreglar el sistema de migración”, sostuvo.
Argumentó que se debe poner más seguridad en la frontera, pero no para perseguir a estudiantes: “Los estudiantes que entonan el himno, estudian en nuestro país y atienden a todas sus clases, ellos no deberían de tener problemas”.
El gobierno mexicano tiene que aprovechar el discurso de Obama, muy alejado del discurso republicano que inclusive plantea deportaciones masivas, para sensibilizar aún más a la clase política norteamericana y cabildear una reforma migratoria profunda e integral. Lo anterior no es únicamente un buen deseo, ya que como afirma el diario Washington Post, las encuestas muestran que la mayoría del público estadunidense apoya un arreglo a las leyes de migración, por lo que no hacer nada conlleva sus propios riesgos políticos.
El encuentro del próximo 27 de noviembre entre Barack Obama y Enrique Peña Nieto debe trascender el mero encuentro protocolario y convertirse en una reunión de trabajo en donde se acuerden compromisos claros y medibles en el tema migratorio, reconociendo que si bien para concretar una reforma integral es necesaria la participación de los poderes legislativos mexicano y norteamericano, se pueden dar pasos importantes por medio de acciones ejecutivas.
Sin ser ingenuos, México debe ser enérgico y convencer a Estados Unidos de que una reforma migratoria puede ser en beneficio de ambas naciones, pero sobre todo en beneficio de más de 11 millones de seres humanos que actualmente viven a la sombra.
Consciente del déficit en el tema migratorio de su administración, Obama mencionó el tema migratorio durante el mas reciente debate presidencial de Estados Unidos: “Somos una nación de paredes y de inmigrantes... debemos arreglar el sistema de migración”, sostuvo.
Argumentó que se debe poner más seguridad en la frontera, pero no para perseguir a estudiantes: “Los estudiantes que entonan el himno, estudian en nuestro país y atienden a todas sus clases, ellos no deberían de tener problemas”.
El gobierno mexicano tiene que aprovechar el discurso de Obama, muy alejado del discurso republicano que inclusive plantea deportaciones masivas, para sensibilizar aún más a la clase política norteamericana y cabildear una reforma migratoria profunda e integral. Lo anterior no es únicamente un buen deseo, ya que como afirma el diario Washington Post, las encuestas muestran que la mayoría del público estadunidense apoya un arreglo a las leyes de migración, por lo que no hacer nada conlleva sus propios riesgos políticos.
El encuentro del próximo 27 de noviembre entre Barack Obama y Enrique Peña Nieto debe trascender el mero encuentro protocolario y convertirse en una reunión de trabajo en donde se acuerden compromisos claros y medibles en el tema migratorio, reconociendo que si bien para concretar una reforma integral es necesaria la participación de los poderes legislativos mexicano y norteamericano, se pueden dar pasos importantes por medio de acciones ejecutivas.
Sin ser ingenuos, México debe ser enérgico y convencer a Estados Unidos de que una reforma migratoria puede ser en beneficio de ambas naciones, pero sobre todo en beneficio de más de 11 millones de seres humanos que actualmente viven a la sombra.
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