martes, 2 de octubre de 2012

El extremismo: Enfermedad senil de la izquierda


La reforma laboral requería de mayor tiempo para el mejor diálogo entre los actores económicos, las organizaciones sindicales y, desde luego, los partidos políticos

En las últimas semanas el tema que acaparó la atención del Congreso de la Unión fue la iniciativa de reforma laboral, que con carácter de preferente, presentó Felipe Calderón.

Me parece, en principio, que tanto Calderón como Peña Nieto cometieron una grave imprudencia. Una reforma como la laboral no debió presentarse a sólo dos meses del cambio de gobierno. La iniciativa en comento fue incompleta, insuficiente y presentó contenidos que, ciertamente, afectan derechos de los trabajadores. No estoy en contra de modernizar las relaciones entre los empresarios y los trabajadores, y aún creo que este asunto resulta indispensable para un mayor crecimiento de la economía y la generación de más empleos, pero el resultado de tal imprudencia fue sólo un parche mal pegado.

El Presidente electo, en el espacio de diálogo que se estableció para la transición en el poder Ejecutivo federal, debió recomendar al aún Presidente que no presentase, y menos con el carácter de preferente, la mencionada iniciativa.

La reforma laboral requería de mayor tiempo para el mejor diálogo entre los actores económicos, las organizaciones sindicales y, desde luego, los partidos políticos. No debiera legislarse, como creo que sucedió, a partir de favores mutuos entre el Presidente saliente y el entrante.

En consecuencia, el comportamiento de algunos actores fue de extravío y confusión. No del PRI, por cierto, pues obtuvo lo que buscaba: que no se tocara la estructura del sindicalismo corporativo y corrupto que en buena parte lo sostiene y apoya.

El PAN apoyó acríticamente a su correligionario que se va y les ganó el instinto —que algunos cargan con fervor— de aparecer como partido 
patronal. Por su parte, el PRD se ahogó en la indefinición y en su lamentable bipolaridad: ni se pudo abortar la reforma y tampoco pudimos evidenciar, ante la opinión pública y los propios trabajadores, su contenido lesivo.

¡En el parlamento, una parte de los perredistas rehuyeron el debate! Y, peor aún, inocentemente, cayeron en la trampa tendida por PRI y PAN para seguir presentando al PRD como una fuerza que insiste en medir su influencia en la política nacional a partir del número de decibeles que alcanza su protesta y de su irrefrenable “capacidad para enfurecerse”.

La izquierda es la segunda fuerza política del país y nos seguimos comportando como un pequeño grupo de desesperados, de encolerizados. Un ejemplo: pudimos dar un severo golpe a las mafias sindicales cambiando el artículo 371 de la ley laboral y con ello lograr el voto universal, directo y secreto para elegir a los lideres sindicales, pero en lugar de ello, 48 perredistas, siete miembros del MC, varios petistas y ocho legisladores más, puntualmente se retiraron antes de la votación de ese artículo.

El resultado de ese extremismo fútil es que las mafias sindicales seguirán actuando contra los trabajadores, en la impunidad y permanecerán como principal obstáculo para la modernización, democratización y crecimiento de la economía.

Nuestros “ultra izquierdistas”, que “toman” tribunas, huyen del debate y vociferan en lugar de confrontar ideas, en realidad desprecian la lucha en el parlamento y la vía electoral. Febrilmente buscan ser parlamentarios y cuando llegan a serlo, en lugar de dar la batalla de las ideas —y también ganar las votaciones— se retiran de ésta, argumentando precisamente un extremismo, que a la luz de los hechos, es trágicamente inservible.

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