No hay que perder de vista lo que en 1989 le escuché a Heberto Castillo: “Ya sabemos cómo llenar plazas, ahora también hay que llenar urnas con votos libres a favor del cambio pacífico”. Jesús Ortega Martínez*
La izquierda mexicana ha venido participando en las elecciones constitucionales desde 1979 y ese hecho ha permitido —como nunca en su historia contemporánea— crecer y convertirse en una fuerza influyente en la vida política y social del país.
Para lograr caminar por la vía de la democracia electoral, se tuvo que vencer muchas resistencias internas, especialmente las de aquellos compañeros que privilegiaban la “movilización de las masas en las calles” como el rumbo para transformar la vida social y política de nuestro país.
Recuerdo un debate a finales de 1988, a propósito de la necesidad de disolver al entonces Partido Mexicano Socialista para integrarnos de lleno a los trabajos de la formación del PRD, y en consecuencia para dotarnos los ciudadanos con pensamiento de izquierda, de un partido que buscara acceder al poder político a través de las elecciones.
En esa discusión, un grupo de compañeros insistía en que la participación en las elecciones debería entenderse sólo como vehículo que condujera hacia “la gran rebelión de las masas” y con ello lograr, por fin, la transformación revolucionaria del país.
Esos compañeros fueron entonces derrotados en el debate y se podría pensar —después de más de tres décadas de participar en las elecciones— que esa visión “insurreccional” en la izquierda estaba superada. Pero no ha sido así, pues hay compañeros y hay ciudadanos que piensan que llenando las calles y las plazas será suficiente para derrotar a Peña Nieto y a la oligarquía económica que lo apuntala.
Alguien, incluso, ha calificado a las movilizaciones de los últimos días, como “la primavera de México” en clara alusión a la primavera de Praga, que como sabemos, con grandes concentraciones en las calles, pudo asestar un golpe mortal al antiguo régimen soviético.
Respeto tal opinión, pero creo que la comparación no es correcta y parte de un equivocado análisis político de nuestra realidad.
Es verdad que como en 1968, ahora también existe una gran inconformidad entre la gran mayoría de la población; que hay hastío entre los ciudadanos por la ineficacia de la clase política; que existe manifiesto deseo por cambios verdaderos. Todo eso es cierto, pero no hay que perder de vista lo que en 1989 le escuché a Heberto Castillo: “Ya sabemos cómo llenar plazas, ahora también hay que llenar urnas con votos libres a favor del cambio pacífico”.
Muy bien por las protestas de los jóvenes universitarios; beneplácito para las masivas muestras de inconformidad; en buena hora el enérgico rechazo a la restauración priista y al continuismo panista. Pero, celebrando todo ello (especialmente la severa crítica de los jóvenes) lo principal sigue siendo el impulso a la movilización de la mayoría de los ciudadanos hacia las urnas para votar el 1 de julio a favor de AMLO y los partidos que postulan el cambio verdadero.
Sé que habrá quien opine diferente, pero cualquier táctica de llenar plazas y calles debe ser entendida complementaria a una estrategia que anime a millones a ir a las urnas para de esa manera ganar las elecciones. ¡Cierto! Para ganar las próximas elecciones se puede y se debe evidenciar la mezquindad política y la cortedad de ideas en los candidatos del PRI y PAN, pero junto a esto se debe enfatizar la organización de todas nuestras fuerzas para que, casa por casa convenzamos a los electores de las virtudes de nuestra propuesta alternativa.
La izquierda mexicana ha venido participando en las elecciones constitucionales desde 1979 y ese hecho ha permitido —como nunca en su historia contemporánea— crecer y convertirse en una fuerza influyente en la vida política y social del país.
Para lograr caminar por la vía de la democracia electoral, se tuvo que vencer muchas resistencias internas, especialmente las de aquellos compañeros que privilegiaban la “movilización de las masas en las calles” como el rumbo para transformar la vida social y política de nuestro país.
Recuerdo un debate a finales de 1988, a propósito de la necesidad de disolver al entonces Partido Mexicano Socialista para integrarnos de lleno a los trabajos de la formación del PRD, y en consecuencia para dotarnos los ciudadanos con pensamiento de izquierda, de un partido que buscara acceder al poder político a través de las elecciones.
En esa discusión, un grupo de compañeros insistía en que la participación en las elecciones debería entenderse sólo como vehículo que condujera hacia “la gran rebelión de las masas” y con ello lograr, por fin, la transformación revolucionaria del país.
Esos compañeros fueron entonces derrotados en el debate y se podría pensar —después de más de tres décadas de participar en las elecciones— que esa visión “insurreccional” en la izquierda estaba superada. Pero no ha sido así, pues hay compañeros y hay ciudadanos que piensan que llenando las calles y las plazas será suficiente para derrotar a Peña Nieto y a la oligarquía económica que lo apuntala.
Alguien, incluso, ha calificado a las movilizaciones de los últimos días, como “la primavera de México” en clara alusión a la primavera de Praga, que como sabemos, con grandes concentraciones en las calles, pudo asestar un golpe mortal al antiguo régimen soviético.
Respeto tal opinión, pero creo que la comparación no es correcta y parte de un equivocado análisis político de nuestra realidad.
Es verdad que como en 1968, ahora también existe una gran inconformidad entre la gran mayoría de la población; que hay hastío entre los ciudadanos por la ineficacia de la clase política; que existe manifiesto deseo por cambios verdaderos. Todo eso es cierto, pero no hay que perder de vista lo que en 1989 le escuché a Heberto Castillo: “Ya sabemos cómo llenar plazas, ahora también hay que llenar urnas con votos libres a favor del cambio pacífico”.
Muy bien por las protestas de los jóvenes universitarios; beneplácito para las masivas muestras de inconformidad; en buena hora el enérgico rechazo a la restauración priista y al continuismo panista. Pero, celebrando todo ello (especialmente la severa crítica de los jóvenes) lo principal sigue siendo el impulso a la movilización de la mayoría de los ciudadanos hacia las urnas para votar el 1 de julio a favor de AMLO y los partidos que postulan el cambio verdadero.
Sé que habrá quien opine diferente, pero cualquier táctica de llenar plazas y calles debe ser entendida complementaria a una estrategia que anime a millones a ir a las urnas para de esa manera ganar las elecciones. ¡Cierto! Para ganar las próximas elecciones se puede y se debe evidenciar la mezquindad política y la cortedad de ideas en los candidatos del PRI y PAN, pero junto a esto se debe enfatizar la organización de todas nuestras fuerzas para que, casa por casa convenzamos a los electores de las virtudes de nuestra propuesta alternativa.
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