En agosto de 2006 el PRI era la tercera fuerza electoral en el país y parecía que este partido se encontraba en fase terminal. Seis años después esa apreciación ha cambiado radicalmente y ahora, el dinosaurio, se encuentra en condiciones de retomar su antigua condición de fuerza hegemónica e incluso de convertirse en mayoría absoluta en el Congreso.
No pienso que el retorno al pasado sea fatal, pero sí hay que reconocer que la posibilidad existe y que de materializarse, nuestro país, sería el único, en la época contemporánea, en donde un ancien régime regresa al poder y lo podría hacer sin haber experimentado en sus prácticas y en sus concepciones ideológicas cambio sustantivo alguno.
Ni en Europa del Este los antiguos partidos comunistas han logrado tal hazaña; ni en Sudamérica o en Centroamérica han regresado al poder las viejas dictaduras. Sólo con nosotros, en México, como decía Marx: podría repetirse la historia como una farsa.
¿Qué ha ocasionado que esta peligrosa circunstancia se pueda presentar en nuestro país? Varios son los hechos, pero particularmente dos. El primero: Entre 2006 y 2009 la izquierda cedió su condición de fuerza política más influyente para replegarse a las tradicionales trincheras del oposicionismo sistémico y del mero testimonialismo. Lo segundo: que tal repliegue de la izquierda posibilitó que el PRI —a partir de una estrategia de alianzas con el gobierno de Calderón— recuperara la condición de fuerza más influyente en las decisiones políticas fundamentales del gobierno. Vázquez Mota dice que el PRI se opuso a reformas estructurales y ello es cierto, pero le falta agregar que eso fue con la anuencia y la complacencia del gobierno panista.
¿Cómo, entonces, evitar la regresión hacia el viejo sistema priista?
Sé que no hay, y menos en política, respuestas absolutas, pero entiendo que sí es posible evitar tal regresión a partir de que las izquierdas, principalmente, se constituyan en verdadera alternativa de gobierno frente al continuismo panista y a la regresión priista.
Pero ser alternativa implica ciertamente, evidenciar lo que representan Peña Nieto y Vázquez Mota, pero si nos detenemos en la denuncia nos quedamos a la mitad del camino. Es claro que los ciudadanos necesitan saber del riesgo que significa el regreso del PRI al poder, pero por sobre ello, necesitan saber de las acciones y las medidas que un gobierno de izquierda adoptaría para terminar con la violencia, con la pobreza, con el desempleo, con el pasmo y la crisis que vive el país.
Por años la izquierda se ha entrampado en un dilema falso: la denuncia o la propuesta, y parecería que ahí queremos seguir cuando algunos simpatizantes de la izquierda convocan a una marcha para profundizar nuestro rechazo al abanderado de la regresión.
Respeto esa posición, pero para ganarle a Peña Nieto, aparte de refrendar a quien ya nos apoya, es indispensable sumar a quien aún no lo hace. Eso lo podríamos hacer si convencemos a los que todavía no deciden por quién votar y a aquellos ciudadanos que —dándoles razones— podrían votar por un cambio verdadero.
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