Excélsior
Ya han pasado algunas semanas desde el incendio del Casino Royale y las cosas en el país vuelven, como en trágica fatalidad, a la “normalidad de la desesperanza”.
En la Cámara de Diputados se hacen debates sobre la tragedia de Monterrey y cada quien de los oradores ubica a los responsables. Que si Gobernación, que si el alcalde, que si el gobernador, que si Calderón, que si el crimen organizado, que si la corrupción, que si la policía... y así las discusiones continuarán por unos días más. Pero este tema, como el de los infantes de la guardería de Hermosillo, el de la niña Paulette en el Estado de México, el de los migrantes sacrificados en San Fernando, el de los “desconocidos” sepultados en Durango y como otros más; éste, el de los casinos, será otro tema que poco a poco se irá agotando, desvaneciéndose y desapareciendo de los periódicos y los noticieros.
Volveremos a la “terrible normalidad” de un país en donde la corrupción es lo ordinario, donde la violencia más salvaje es lo habitual; a un México en donde la indiferencia y el individualismo se filtran hacia todos los espacios y rincones de la sociedad, y corroen las formas más elementales de cualquier convivencia civilizada.
¿Qué deberá suceder para que el país se cimbre desde los cimientos y los mexicanos tomemos conciencia de la necesidad de un profundo cambio que nos aleje de la propensión a acostumbrarnos a vivir, día a día, acompañados de la desgracia, de la tragedia y del profundo desgaste de nuestra nación.
Para que Nicaragua se pudiera desprender de Somoza, aquel dictador corrupto y despiadado, esa nación tuvo que pasar por el dolor de vivir el terrible sismo de 1972 y experimentar la felonía del sátrapa, que antes que auxiliar a la victimas, se robaba —literalmente— la ayuda que enviaba la solidaridad internacional.
La revolución sandinista fue alentada, sin duda, por la indignación que entre los nicaragüenses provocó, especialmente durante la tragedia, la actitud ultrajante de Somoza.
Los cambios políticos que en México vivimos en 2000 también fueron influenciados por la indolencia e irresponsabilidad con que actuaron las autoridades civiles durante el terremoto de 1985. Cada año en septiembre lo recordamos, particularmente, por la solidaridad ciudadana que hizo enorme contraste con la irresponsabilidad de los gobernantes. El sismo de 85 también fue determinante en el proceso de cambio que el país comenzó a experimentar tres años después, es decir en la insurgencia cívica de 1988.
Guardando comparaciones, hoy estamos viviendo en el país entero “un sismo social” de mayor fuerza destructiva que el que se ensañó con la ciudad capital. El “sismo” actual no tumba edificios, pero derrumba instituciones en lugar de alentar, como aquél, cohesión ciudadana. Este agrieta profundamente la convivencia social al grado de poner en riesgo los cimientos en los que se sostiene el Estado nacional.
Dice Enrique Semo (Diálogos nacionales. UNAM) que en condiciones normales no hay necesidad de un pacto nacional.
¿Pero son normales las condiciones que vive México hoy? El académico universitario contesta que NO y rechaza que nos acostumbremos a esa “normalidad” que nos hace perder toda esperanza.
Es cierto que ahora se están frustrando las posibilidades de que todas las fuerzas liberadas en el proceso político-social que se inició en 1985 confluyan para cambiar aspectos esenciales en nuestro país. Es verdad, dice Semo, que nos encontramos empantanados en el mismo lugar que estábamos antes de julio de 2000: fragmentación social, transición frustrada, voluntad de cambio económico y social que no se realiza; es decir: pérdida de esperanza y extravío del país.
Pero, por ello mismo, porque lo que priva en el país es la desesperanza, es tan urgente y se hace tan necesaria una nueva voluntad y el mayor de los esfuerzos para materializar un Pacto Nacional que permita que confluyan las diversas fuerzas políticas y sociales en el logro de dos objetivos principales: sacar al país del estancamiento, del pantano en que se encuentra, y que se dé rumbo cierto a México.
Un Pacto Nacional es buena respuesta para que el país logre salir de esa “normalidad” del escepticismo y la desesperanza.
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