El pasado domingo se llevó a cabo el XIII Congreso Nacional Extraordinario del PRD, el mismo que adoptó decisiones que son importantes para el momento actual del país y del partido. Por ejemplo: determinó que el PRD elija como su candidato o candidata a la Presidencia de la República, al ciudadan@ que se encuentre mejor “posicionado”, es decir: el que cuente con mayores simpatías entre los electores, el de mayor capacidad de crecimiento, de suma, de inclusión y, desde luego, el que tenga el menor rechazo entre el universo de los votantes.
Se trata de presentar como candidato al que pueda alcanzar la mayor representatividad entre la población y, por lo tanto, aquel que pueda adquirir la mayor fuerza para estar en condiciones de vencer a los candidatos de las otras opciones políticas. Por ello, este Congreso Nacional asumió que el mejor método para lograr tal objetivo será el de realizar una o varias encuestas entre “la ciudadanía en general”, entre el universo de los posibles votantes.
Esto es un gran acierto, porque sucede que entre algunos compañeros existe la confusión sobre a quiénes debiera aplicarse la referida encuesta y piensan, de manera equivocada, que la muestra estadística debiera sólo contemplar a los ciudadanos que votan tradicionalmente por la izquierda o a aquellos que se encuentran afiliados a los partidos que se definen como parte de las izquierdas.
Quienes piensan de esta manera, es obvio que cometen un grave error conceptual porque, para ganar la elección de Presidente de la República, la izquierda está obligada a ver más allá de sus propias “fronteras ideológicas”, estamos obligados a poner la vista en todas y todos los ciudadanos que podrían sufragar en julio del próximo año.
Hay que decirlo con toda claridad y con la mayor contundencia: En ningún país, tampoco en el nuestro, ningún partido —de cualquier orientación ideológica— gana una elección si su activo y su fuerza se limita al estrecho margen que significan los militantes, los “feligreses”, el “voto duro”. Esto fue, precisamente, lo que nos sucedió en la reciente elección del Estado de México y de la cual deberíamos aprender la lección.
Por el contrario, la izquierda será competitiva y estará en condiciones de ganar las elecciones federales en la medida en que ampliemos nuestro horizonte hacia la gran mayoría de la población, especialmente hacia las y los jóvenes; hacia las mujeres; hacia los amplios sectores de las clases medias que, principalmente, se encuentran en las grandes zonas urbanas y, por último, a los electores que no practican militancia política alguna, que tienen “flexibilidad” al momento de emitir su voto y que, por ello, son todos estos, el factor determinante de cualquier resultado electoral.
En razón de ello, lo correcto de una encuesta que en su aplicación contemple a todas y todos los electores para que podamos ubicar, dentro de los aspirantes a representar la alternativa progresista, al mejor posicionado.
Pero, además, el mejor posicionado debe ser aquel que permita superar el espejismo de que lo único que importa es ganar la Presidencia. Digo que es un espejismo, porque tener la Presidencia —ya lo hemos experimentado— no es suficiente para garantizar una gobernabilidad democrática que pueda realmente solucionar los grandes problemas del país. Más allá de esto, se requiere un candidato que proponga un gobierno de coalición amplia, que como dice José Woldemberg en su texto “la izquierda mexicana en su laberinto”, sea capaz de “contar con un apoyo mayoritario en el Congreso, lo cual se puede lograr con un acuerdo general que establezca con claridad y de manera pública los principales compromisos y reformas que llevaría a cabo”.
Y por eso también el acierto del PRD, de plantearse como parte de su estrategia la construcción de una gran alianza política y ciudadana, que sirva no sólo para ganar sino, además, para gobernar de manera democrática, eficaz y en beneficio de la gran mayoría de las y los mexicanos.
Por lo que veo, Jesús Ortega no piensa respetar los acuerdos del pasado Congreso Nacional. Tal parece que el señor Ortega está empeñado en desaparecer al PRD o volverlo un partido testimonal, que solo vea llegar a otros a la Presidencia de la República. Seguramente el vive muy bien y no le importa los millones de mexicanos que tienen forjadas sus esperanzas en un verdadero cambio con López Obrador.
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