El 22 de julio se encontraban reunidos más de medio millar de jóvenes socialdemócratas en la isla noruega de Utoya. Asistían a un campamento de verano de la Juventud Laborista (AUF, por sus siglas en noruego), cuando Anders Behring, quien horas antes había hecho estallar con consecuencias mortales un coche bomba en Oslo, comenzó una matanza cuyo resultado fue la muerte de 68 personas.
Anders Behring, de nacionalidad noruega y 32 años de edad, se encuentra ya detenido por las autoridades de ese país nórdico. En su primera audiencia ante las autoridades judiciales ha reconocido plenamente la autoría de los dos actos terroristas, pero ha rechazado ser culpable. Esta negativa se debe a que este multihomicida está convencido de que sus actos eran necesarios “para salvar a Noruega” y “despertar a las masas”.
En un manifiesto de mil 500 páginas que publicó en internet, Behring, ligado a grupos ultraderechistas, fundamentalistas cristianos e islamófobos; criticó la “colonización islámica” y la “islamización de Europa occidental”, así como el ascenso del multiculturalismo, el cual equipara al marxismo.
Así, el objetivo de este ultraderechista era, en sus propias palabras, “comenzar una cruzada para diezmar al marxismo cultural, castigando a la socialdemocracia por importar musulmanes”. Jens Stoltenberg, Primer Ministro de Noruega, comprendió lo anterior y ha declarado que los ataques terroristas estuvieron dirigidos contra la multiculturalidad.
Lo ocurrido en Noruega es el más reciente capítulo de la historia que narra la progresión del odio alrededor del mundo en el siglo XXI. La animadversión contra los migrantes y todos aquellos que piensan diferente, va en aumento en todas las latitudes.
La movilidad de las personas no sólo es una parte natural de la historia humana, sino una dimensión permanente del desarrollo y de las sociedades modernas, donde la gente busca aprovechar nuevas oportunidades y cambia sus circunstancias en función de ellas. Son exagerados los temores que hablan de que los migrantes quitan los empleos o hacen bajar los salarios de los lugareños, constituyen una carga desacertada para los servicios sociales o un gravamen para el dinero de los contribuyentes.
Irracional resulta también, la aversión hacia quienes piensan que a través de mecanismos democráticos, es posible transformar el mundo en un lugar en donde impere la igualdad, la equidad y la justicia. Tan nocivo como el fundamentalismo religioso, es el fanatismo político -que desde una supuesta posición de superioridad moral- tiene la firme creencia de que únicamente la franja del espectro político al que se pertenece es poseedora de la razón absoluta. Por lo tanto, quienes piensan diferente son los enemigos a exterminar.
Ante el panorama actual, es urgente concertar medidas globales para reforzar el combate contra toda forma de racismo, la xenofobia, la discriminación y la intolerancia. Sin dejarse manipular por el pánico, se deben fortalecer las acciones para enfrentar al terrorismo en todas sus modalidades.
La respuesta estadounidense ante estos desafíos ha sido combatir el odio con más odio; la violencia con más violencia. Esperemos que el mundo abandone ese paradigma y mire hacia Noruega, cuyo Primer Ministro, ante la tragedia que se vive en su país, ha afirmado que la respuesta debe ser más democracia, más apertura y más humanidad.
Es muy interesante tu proyecto de demócratas de izquierda. Sólo no te olvides de que la mala política solo existe en el plano metafísico, la trivialidad de las cosas no distingue sexo, edad ni religión.
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