martes, 7 de junio de 2011

Ni continuismo, ni restauración, ni ruptura

Antier se encontraban en Morelia y desde esa ciudad continuaban la marcha hacia San Luis Potosí. Son los marchantes, entre ellos Javier Sicilia, que reclaman con energía -y con gran lucidez política- la necesidad de un Pacto Nacional que termine con la inseguridad y la violencia,  pero que además siente las bases para una gran reforma del Estado mexicano. Ellos son las y los mexicanos que recientemente demandan más esa gran reforma, la misma que por pequeños intereses egoístas, antes ha sido -en tantas ocasiones- desdeñada y menospreciada.

La reforma del Estado ha sido desdeñada por los panistas, especialmente por Fox y Calderón, símbolos ambos de una alternancia en el poder que fue lastimosamente desperdiciada y que sólo sirvió para darle oxígeno a un régimen político, que desde hace décadas se encuentra in articulo mortis. Los panistas en lugar de buscar transformarlo, se treparon al carromato del viejo sistema y lo que han logrado -en diez años de gobierno- ha sido sólo profundizar ese deterioro. Para desgracia del país, hoy observamos los peores síntomas de la descomposición del ancien régime: Ausencia de ley, huida de la política, violencia y una debilidad extrema del Estado frente a poderes fácticos.


Sin embargo, la reforma del Estado también ha sido menospreciada por los priistas, y así han actuado, debido a que algunos de los principales dirigentes de ese partido, están pensando y actuando para la plena restauración del viejo sistema de partido hegemónico o cuasi único. Ese propósito desgraciadamente no es un delirio, pues esa intentona regresiva ha tenido éxito en varios estados -Coahuila, México, Durango, Yucatán, Tamaulipas, etcétera- se alistan y preparan para el asalto último en el 2012.  Detener la restauración era el objetivo de las alianzas electorales de 2010, pues la última resistencia no fue, ni es Calderón o el panismo; la última resistencia se da desde el Distrito Federal.


Pero a la reforma del Estado no sólo la desdeñan panistas y priistas. También desde sectores de la izquierda la menosprecian, y lo hacen sobre la idea -aquí sí delirante- de polarizar las posiciones políticas y los intereses de los sectores sociales hasta el grado de la ruptura del tejido nacional. Creen que desde las ruinas del país es posible construir uno nuevo.


Estas son tres posiciones políticas, que en razón de intereses diversos, conspiran contra el Acuerdo Nacional y bloquean la ya indispensable reforma del Estado.


El país no resistiría más la continuidad paralizante del panismo, menos aún soportaría la restauración del viejo régimen priista; pero al país tampoco le sería útil la propuesta de una ruptura populista que pretende respuestas decimonónicas frente a los desafíos que nos impone a la nación la globalidad del siglo XXI.


-¡Ni la continuidad!


-¡Ni la restauración!


-¡Ni la ruptura!

Lo que requiere México -como ha sido posible lograrlo en otros países que superaron la crisis y que se han enfilado hacia un desarrollo con equidad, con legalidad y con estabilidad- es un gobierno democrático que a partir de 2012 impulse la propuesta de un Acuerdo Nacional, de una gran reforma de Estado que cristalice un nuevo Estado democrático, social y de derecho. Sólo así podrá culminarse con nuestro largo proceso de transición y sólo así se pondrá fin a todo resabio político e ideológico del viejo régimen.


La propuesta de un gran Acuerdo Nacional que enarbola la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, debería atenderse desde ahora por las autoridades y los dirigentes políticos, pero lo mas seguro es que de nueva cuenta sea soslayada. Sin embargo, podría ser recogida por las y los ciudadanos durante el proceso electivo federal del próximo año.


Sería así, si la soberanía popular opta por la propuesta de una izquierda democrática, que por ello mismo sea necesariamente pacífica, una izquierda capaz de levantar para el país alternativas viables, capaz de innovar, de incluir a todos o a la gran mayoría de la población en la construcción de las necesarias respuestas a los graves y enormes problemas de nuestro país. Una izquierda que llame a construir y no a destruir, que llame a los acuerdos y no a los enfrentamientos, que movilice a la nación en torno a la razón y la inteligencia, y no atice en el rencor social o la venganza política.

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