Cuando Javier Sicilia y otras ciudadanas y ciudadanos anunciaron que llevarían a cabo una marcha por la Paz y la Dignidad, todos sin excepción, la celebraron. Líderes políticos de todos los partidos, dirigentes de organizaciones sociales, analistas, señalaron la acción de Sicilia no sólo como un acto valiente que desafiaba al gobierno, sino que además, la calificaron como una iniciativa ejemplar con la cual, predecían, se iniciaba un gran movimiento que reivindicaba los afanes pacifistas de la ciudadanía.
Sicilia, con sensatez, nunca pretendió aislar su protesta. Por el contrario, buscó encontrar una respuesta verdaderamente eficaz, haciendo comprender a la sociedad el hecho de que la violencia y la impunidad están estructuralmente vinculadas a la debilidad del Estado Nacional. Así fue, que a las exigencias de paz y de justicia para las víctimas de la delincuencia, se agregaron-con suficientes argumentos- demandas de carácter estratégico, como el de una indispensable Reforma Política que fortalezca a las instituciones legales y representativas del estado.
Sicilia planteó, con lucidez, la necesidad de un Gran Pacto Nacional del cual participaran los principales actores políticos y sociales del país, para que desde este espacio de diálogo y desde indispensables acuerdos políticos de Estado, se lograra frenar la espiral de la violencia y la impunidad. Un Pacto Nacional resulta tan necesario, que la exigencia de Sicilia apareció elementalmente lógica.
Sin embargo, este razonamiento no es compartido por algunos, especialmente por los ultraconservadores de izquierda, aquellos que al inicio de la marcha elevaron a Sicilia al carácter de Héroe Ciudadano y que ahora lo señalan como traidor. ¿Por qué ese abrupto cambio?
Simplemente, porque en la lógica de la necesidad del Pacto Nacional, Sicilia aceptó dialogar con el gobierno, con el Congreso y con otros actores sociales; simplemente, porque admitió la posibilidad de que con el diálogo entre los diferentes o incluso con los contrarios se pudieran lograr acuerdos. Los conservadores de izquierda, en su vulgar utilitarismo, del recelo hacia Sicilia, pasaron a la desconfianza, de la desconfianza a la acusación y de la acusación al estigma. Sicilia no es el único y tampoco será el ultimo de los estigmatizados como traidores por practicar uno de elementos consustanciales de la política como lo es el diálogo. Los inquisidores seguirán señalando, acusando, infamando, pues esa es su visión de la política.
Bobbio escribe que la política no tiene una noción unívoca, que por el contrario es un concepto ambiguo y señala que hay dos troncos conceptuales de la política: Uno que la señala como herramienta para conciliar posiciones e intereses, para resolver problemas de la sociedad, y el otro que la identifica como instrumento para el enfrentamiento, la polarización, la confrontación y el conflicto. Unos buscan solucionar los problemas por la vía de la Paz; los otros piensan, erróneamente, encontrar soluciones en la violencia. Sicilia, es de los primeros.
@jesusortegam
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