En aquella antigua Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE), resultado de la reforma política de 1977-1978, se estableció la fórmula de que la Cámara de Diputados se conformaría, en una parte, con representantes de mayoría relativa y otra, con legisladores de representación proporcional. Era aquella fórmula un primer paso de apertura del régimen, concertado con los dirigentes de algunos partidos de izquierda para que éstos pudieran participar en las contiendas electorales. Desde luego —como ya sucedía en algunos sistemas parlamentarios, principalmente los europeos—, los partidos integraban en sus listas de representación proporcional a sus principales dirigentes, aquellos que por su conocimiento, convicción y experiencia, llevaran al Congreso lo fundamental del programa y de la plataforma electoral de su partido. La presencia de esos dirigentes en el debate congresual es, entre otros, uno más de los acertados motivos de nuestro sistema mixto de representación.
Cierto es que los partidos no siempre han sido consecuentes con este principio y en las listas que presentan cada tres años se ha notado la presencia de indebidas influencias o colusión de intereses personales y de grupo que se confrontan a los ideales del partido que los postula. Siendo ésta una nociva práctica de nuestro actual sistema de partidos, ¿qué se debería hacer, me pregunto, para superar esta deficiencia que avanza hacia un proceso degenerativo?
Los nostálgicos del viejo régimen de partido de Estado no cambian su fórmula, la cual consiste llanamente en que el solitario de Palacio palomee las candidaturas de su partido y que, junto a ello, propongan la desaparición de la representación proporcional en el Congreso. Saben que eso conduciría de nueva cuenta al presidencialismo omnímodo y a un Congreso mono o bipartidista. Por ello, César Camacho y algunos panistas insisten en esa regresión.
Hay otros, igualmente nostálgicos del presidencialismo, que tienen otra forma, la que finalmente concluye en el mismo objetivo del presidente del PRI. Me refiero al dirigente de Morena, que a través de una rifa designará a sus candidatos de representación proporcional. En principio, nadie podrá negar que el método es novedoso, pero imagine usted la escena del consejo nacional de cualquier partido en el mundo en donde los aspirantes a legisladores, la mayoría con gran experiencia y vastos conocimientos, se encuentran reunidos, expectantes, cruzando los dedos y con la mirada puesta en una tómbola, a la que da vueltas un dirigente vestido de color rojo y sombrero de tubo, y de vez en vez, gritando los nombres de los afortunados, impresos en las bolitas de un sorteo igual al de Melate. ¡Ni a Buñuel se le hubiese ocurrido tal imagen surrealista!
Ese “método” ciertamente extravagante, desnaturaliza la representación proporcional, a los propios partidos y convierte a los aspirantes a legisladores en compradores de un billete de lotería.
Pero entonces, ¿qué hacer para corregir las graves desviaciones que existen en todos los partidos, incluido el PRD?
¿Desaparecer la representación proporcional? ¡No!
¿Sortear las candidaturas? ¡Tampoco!
La fórmula adecuada, en todo caso, debería incluir tanto la meritocracia como a la democracia, es decir, los candidatos a cualquier cargo de elección deberían también ser electos por los órganos internos de los partidos facultados para ello y deberían ser hombres y mujeres que por sus méritos militantes, sus conocimientos, su representatividad ciudadana y su identidad política puedan representar mejor el programa, las propuestas, la plataforma y el proyecto partidario.
Ahora es una oportunidad (¿la última?) para que los partidos postulen a candidat@s que con las características antes mencionadas, no sólo quieran, sino que además sean capaces de reivindicar a la política como el mejor instrumento para solucionar los grandes problemas del país y su gente.
*Expresidente del PRD
Twitter: @jesusortegam
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