martes, 23 de diciembre de 2014

Los anillos de Giges


Para argumentar la siguiente reflexión me apoyo en el autodenominado Partido Verde Ecologista. Los dirigentes de esta organización han mantenido desde su surgimiento una estrategia de alcanzar espacios de representación política a partir de alentar entre los ciudadanos el desprecio a la política y a los políticos. “No votes por un político, vota por un ecologista”, decían en 1997, y sin embargo, su principal dirigente ha ocupado de manera intermitente un asiento en el Senado o en la Cámara de Diputados. Dicen los del PVEM defender la vida, y su principal demanda programática es que se instaure en nuestro país la pena de muerte; se oponen al maltrato a los animales en los circos, pero algunos de sus dirigentes participan en safaris en África para decorar sus casas con los animales disecados que sacrifican.

¿Cómo se puede calificar este comportamiento?

¡Para todo propósito, esto llanamente es hipócrita corrupción!

Yo sé que éste es uno de los principales problemas que vive la política y aunque ha estado presente desde que esta existe, sí es necesario reconocer que ahora ésta problemática se ha agudizado en todo el mundo, pero de manera particular en nuestro país. Y ello sucede porque parecería que estos comportamientos no tienen ninguna sanción, ni por las leyes ni por la ciudadanía. Mienten sin rubor alguno, vuelven a mentir, actúan con impunidad y, sin embargo, ¡aumenta su preferencia electoral!

Es como si los del PVEM se hubieran apoderado del anillo de Giges, aquel del mito de la Grecia antigua que, según cita Platón en La República, el que lo portara se hacía invisible para de esa manera poder cometer todo tipo de injusticias sin consecuencia alguna.

Ahí está, por ejemplo, cerca de invisivilizarce, el asunto de la licitación del tren México-Querétaro con sus evidentes conflictos de interés, de los que participan importantes funcionarios gubernamentales y prominentes empresarios privados. Pueden hacer estos, hipócritamente tan escandaloso fraude sin tener problema alguno, porque suponen que en muy poco tiempo se difuminará en el aire y aquellos que participaron del negocio se harán invisibles, pues portan el anillo de Giges.

— ¿Y la adquisición de la Casa Blanca y sus intermediarios facilitadores, ellos tan generosos para pagar tan fabulosas indemnizaciones?

— ¿Y la irracional contaminación del río Sonora?

— ¿Y los Guerreros Unidos?

— ¿Y los cómplices de Abarca?

— ¿Y Romero Deschamps?

— ¿Y Moreira, el exgobernador de Coahuila?

— ¿Y Valencia?

¿Y cuántos más anillos de Giges existen para ser utilizados y lograr impunidad?

Parecería que muchos más, pero más cierto y grave es que el país completo se encuentra atrapado en una enorme cadena, cuyos eslabones son precisamente esos anillos de oro de los que escribía Platón. La corrupción degrada a la nación, la pervierte, sabemos que ahí está, que es enorme, pero nos hemos acostumbrado a no verla o en el mejor de los casos a verla sólo en la política cuando en realidad ha invadido a todo el sistema nervioso del país.

Si así fuese, ¿cómo es que podemos romper con esa cadena?

Algunos dicen que es imposible, pues argumentan que la corrupción es idiosincrática a nuestro ser nacional, a nuestra identidad social.

Creo que se equivocan, o algunos de los que así opinan es porque portan con hipocresía el mencionado anillo de Giges.

A mi parecer, esa opinión es falsa y tiene vínculos muy estrechos con aquella concepción de que los mexicanos somos por naturaleza corruptos y en consecuencia requeriríamos de la presencia de un Juan Bautista para poder desprendernos de esa condición, de ese pecado, de esa maldición. En la aceptación de esta errónea concepción es que aparecen, de vez en vez, aquellos personajes que, inflamados de fervor mesiánico, repudian la política para sustituirla por SU visión de moral. AMLO es un claro ejemplo de ello.

En sentido diferente a esa fatalidad, la solución a este grave problema se encuentra paradójicamente en la política y en los políticos, o cuando menos en algunos de ellos. Y así lo afirmo, en razón de que desde la política es desde donde se puede reconstruir el conjunto de las relaciones sociales y ello, necesariamente, a partir de la reconstrucción del Estado nacional. Es con el Estado, con sus instituciones reconstruidas desde donde se puede dejar atrás —para citar a los clásicos— el estado de naturaleza para construir una sociedad de convivencia civilizada, ordenada, constructiva, igualitaria, justa.

Es cierto que la mayoría de los políticos no podrán hacer esto por iniciativa propia; ello tendrá que ser resultado de la presión y de la exigencia que la sociedad ejerza sobre ellos para que, precisamente, cumplan con su principal responsabilidad de reconstruir el Estado. Pero serán, precisamente estos, los políticos reformadores que reivindican a la política, no los que hipócritamente la menosprecian.

                *Expresidente del PRD

                Twitter: @jesusortegam

                http://ortegajesus.blogspot.com/

                agsjom52@gmail.com

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