jueves, 28 de agosto de 2014

LA LEGALIZACIÒN DE LA MARIHUANA Y NUEVOS PARADIGMAS EN LA LUCHA CONTRA LAS DROGAS


1.- DIAGNÒSTICO

De acuerdo con el Informe Mundial sobre las Drogas 2014, elaborado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), a nivel mundial, se calcula que en 2012, entre 162 y 324 millones de personas, es decir del 3,5% al 7,0% de la población de entre 15 y 64 años, consumieron por lo menos una vez alguna droga ilícita. En 2012 se informó también de un total aproximado de 183.000 muertes relacionadas con las drogas. Esa cifra se corresponde con una tasa de mortalidad anual de 40 muertes por millón en la población de entre 15 y 64 años.

Por lo que corresponde a la evolución del mercado de drogas, el cannabis sigue siendo la droga más consumida a escala mundial. Se cultiva en casi todos los países del mundo y se calcula que entre 130 y 190 millones de personas la fuman al menos una vez al año. Mientras que el mercado de los opiáceos y de la cocaína sigue disminuyendo, el consumo de drogas sintéticas está en aumento. Se estima que el número total de personas que consumen estimulantes de tipo anfetamínico – aproximadamente entre 30 y 40 millones – superará pronto al número de consumidores de opiáceos y cocaína juntos.
                                            
Los problemas derivados del consumo de drogas se asocian con el riesgo, cada vez mayor, de que aparezcan otros problemas de salud como el VIH/SIDA, la hepatitis, la tuberculosis, el suicidio, la muerte por sobredosis y las enfermedades cardiovasculares. Dejando a un lado África Subsahariana, el 30% de los casos de infección de VIH se deben al consumo de drogas inyectables.

La atención a los toxicómanos es a menudo insuficiente, especialmente en los países en desarrollo. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito   recomienda un tipo de atención centrado en la salud, no en la represión. Por tanto, estima que el tratamiento de la toxicomanía debería incluirse dentro de los servicios sanitarios primarios.   De ahí la importancia de abordar esta discusión de manera objetiva y científica, alejados del conservadurismo o de posiciones morales. Hasta ahora, el tema de las drogas ha sido tratado solo desde una perspectiva de seguridad, de prohibición y restricción, y no a partir de políticas públicas con perspectiva social y cultural, que nos permitan generar un proceso de regulación y de transformación de la realidad.

En este enfoque transformador se encuentra el movimiento DROGAS Y DEMOCRACIA: HACIA UN CAMBIO DE PARADIGMA, encabezado por la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia[1], conformada por tres expresidentes y diversas personalidades independientes, quienes han concluido que la declaración de guerra contra las drogas en nuestra región y en el mundo entero ha sido un rotundo fracaso.

Sostienen que la violencia y el crimen organizado asociados al tráfico de drogas ilícitas constituyen uno de los problemas más graves de América Latina; y afirman que frente a una situación que se deteriora a cada día con altísimos costos humanos y sociales, es imperativo rectificar la estrategia de “guerra a las drogas” aplicada en los últimos treinta años en la región.

En su perspectiva, las políticas prohibicionistas basadas en la represión de la producción y de interdicción al tráfico y a la distribución, así como la criminalización del consumo, no han producido los resultados esperados. Y estamos más lejos que nunca del objetivo proclamado de erradicación de las drogas. Una evaluación realista indica que:

·      América Latina sigue siendo el mayor exportador mundial de cocaína y marihuana, se ha convertido en creciente productor de opio y heroína, y se inicia en la producción de drogas sintéticas;

·      Los niveles de consumo continúan expandiéndose en América Latina mientras tienden a estabilizarse en América del Norte y Europa.

En América Latina la revisión a fondo de las políticas actuales es aún más urgente a la luz de su elevadísimo costo humano y amenazas a las instituciones democráticas. Asistimos en las últimas décadas a:

·      Un aumento del crimen organizado tanto por el tráfico internacional como por el control de los mercados domésticos y de territorios por parte de los grupos criminales;

·      Un crecimiento a niveles inaceptables de la violencia que afecta al conjunto de la sociedad y, en particular, a los pobres y jóvenes;

·      La criminalización de la política y la politización del crimen, así como la proliferación de vínculos entre ambos que se refleja claramente en la infiltración del crimen organizado en las instituciones democráticas;

·      La corrupción de los funcionarios públicos, del sistema judicial, de los gobiernos, del sistema político y, en particular, de las fuerzas policiales encargadas de mantener la ley y el orden.

El modelo actual de política de represión de las drogas está firmemente arraigado en prejuicios, temores y visiones ideológicas. El tema se ha transformado en un tabú que inhibe el debate público por su identificación con el crimen, bloquea la información y confina a los consumidores de drogas a círculos cerrados donde se vuelven aún más vulnerables a la acción del crimen organizado. Por ello, romper el tabú, reconocer los fracasos de las políticas vigentes y sus consecuencias, es una condición previa a la discusión de un nuevo paradigma de políticas más seguras, eficientes y humanas.

Eso no significa desconocer la necesidad de combatir a los carteles y traficantes. Significa, eso sí, que debemos reconocer la insuficiencia de los resultados.

La cuestión que se plantea es reducir drásticamente el daño que las drogas hacen a las personas, a las sociedades y a las instituciones. Para ello, es esencial diferenciar las sustancias ilegales de acuerdo con el daño que provocan a la salud y a la sociedad. Políticas seguras, eficientes y fundadas en los derechos humanos implican reconocer la diversidad de situaciones nacionales, así como priorizar la prevención y el tratamiento.

Por ello es imperativo examinar críticamente las deficiencias de la estrategia prohibicionista impulsada por los Estados Unidos y las ventajas y los límites de la estrategia de reducción de daños seguida por la Unión Europea, así como la escasa jerarquía que le dan al problema de las drogas algunos países, tanto industrializados como en desarrollo.

Colombia es un claro ejemplo de las limitaciones de la política represiva promovida globalmente por Estados Unidos. Durante décadas, este país ha adoptado todas las medidas de combate imaginables, en un esfuerzo descomunal, cuyos beneficios no se corresponden con los enormes gastos y costos humanos. A pesar de los significativos éxitos de Colombia en su lucha contra los carteles de la droga y la disminución de los índices de violencia y de delitos, han vuelto a aumentar las áreas de siembra de cultivos ilícitos y el flujo de drogas desde Colombia y el área Andina.

México se ha convertido de manera acelerada en otro epicentro de la actividad violenta de los grupos criminales del narcotráfico. Esto plantea desafíos al gobierno mexicano en su lucha contra los carteles de drogas que han reemplazado a los traficantes colombianos como los que introducen la mayor cantidad de narcóticos en el mercado de Estados Unidos.

México tiene el derecho de reivindicar del Gobierno y de las instituciones de la sociedad estadounidense un debate sobre las políticas que allí se aplican y también pedir a la Unión Europea un esfuerzo mayor para la reducción del consumo. La traumática experiencia colombiana y mexicana son sin duda  referencia para que se evite el error de seguir las políticas prohibicionistas de Estados Unidos y se encuentren alternativas innovadoras.

No se trata de buscar países culpables por tal o cual acción u omisión pero sí de afirmar que Estados Unidos y la Unión Europea son corresponsables de los problemas que enfrentamos en la región, pues sus mercados son los mayores consumidores de las drogas producidas en América Latina. Es deseable, por ello, que apliquen políticas que efectivamente disminuyan el nivel de consumo y que reduzcan significativamente el tamaño de este negocio criminal.

Considerando la experiencia de América Latina en la lucha contra el tráfico de drogas y la gravedad del problema en la región, la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia lanzó un llamado a la opinión pública y a los gobiernos de América Latina, a las Naciones Unidas y a la comunidad internacional proponiendo un nuevo paradigma sustentado en tres grandes directrices:

·      Tratar el consumo de drogas como una cuestión de salud pública.

·      Reducir el consumo mediante acciones de información y prevención.

·      Focalizar la represión sobre el crimen organizado.

Este enfoque no es de tolerancia con las drogas pues se reconoce que estas provocan daños a las personas y a la sociedad. Sin embargo, tratar el consumo de droga como un tema de salud pública y promover la reducción de su uso son precondiciones para focalizar la acción represiva en sus puntos críticos: la disminución de la producción y el desmantelamiento de las redes de traficantes.

Para concretar este cambio de paradigma, se propone que América Latina tome las siguientes iniciativas en el marco de un proceso global de transformación de las políticas de combate al uso de drogas ilícitas:

1. Transformar los adictos de compradores de drogas en el mercado ilegal en pacientes del sistema de salud.

La enorme capacidad de violencia y corrupción del narcotráfico sólo podrá ser combatida efectivamente si se debilitan sustancialmente sus fuentes de ingresos. Con este propósito, el Estado debe crear las leyes, instituciones y regulaciones que permitan que las personas que han caído en la adicción de drogas dejen de ser compradores en el mercado ilegal para convertirse en pacientes del sistema de salud.

Esto, en conjunto con campañas educativas y de información, llevaría a una reducción de la demanda de drogas ilegales y al desplome de los precios de las mismas, minando de esta manera las bases económicas de este negocio criminal.

2. Evaluar con un enfoque de salud pública y haciendo uso de la más avanzada ciencia médica la conveniencia de descriminalizar la tenencia de marihuana para consumo personal.

La marihuana es, por mucho, la droga más difundida en América Latina. Su consumo tiene un impacto negativo sobre la salud, inclusive la salud mental. Sin embargo, la evidencia empírica disponible indica que los daños causados por esta droga son similares a los causados por el alcohol o el tabaco.

Más importante aún, gran parte de los daños asociados a la marihuana – de la prisión y encarcelamiento indiferenciado de consumidores a la violencia y la corrupción que afectan toda la sociedad – son el resultado de las políticas prohibicionistas vigentes. La simple descriminalización del consumo, si no va acompañada de políticas de información y prevención, puede tener como consecuencia la profundización de los problemas de adicción.

Estados Unidos es probablemente el país industrializado que dedica más recursos a la lucha contra el tráfico de drogas ilícitas. El problema está en la eficacia y las consecuencias de sus acciones. Su política de encarcelar a los usuarios de drogas, cuestionable desde el ángulo del respeto a los derechos humanos y de su eficacia, es inaplicable en América Latina, considerando la superpoblación carcelaria y las condiciones del sistema penitenciario. Inclusive esta política represiva propicia la extorsión de los consumidores y la corrupción de la policía.

En ese país también es descomunal la magnitud de los recursos que se usan para la interdicción del tráfico y para solventar el sistema carcelario en comparación a lo que se destina para la salud y la prevención, tratamiento o rehabilitación de los consumidores.

3. Reducir el consumo a través de campañas innovadoras de información y prevención que puedan ser comprendidas y aceptadas, en particular por la juventud, que es el mayor contingente de usuarios.

Los cambios en la sociedad y la cultura que llevaron a reducciones impresionantes en el consumo de tabaco demuestran la eficiencia de campañas de información y prevención basadas en lenguaje claro y argumentos consistentes con la experiencia de las personas a que se destinan.

4. Focalizar las estrategias represivas hacia la lucha implacable contra el crimen organizado.

Las políticas públicas deberán priorizar la lucha contra los efectos más nocivos del crimen organizado para la sociedad, como la violencia, la corrupción de las instituciones, el lavado de dinero, el tráfico de armas, el control de territorios y poblaciones. En esta materia es importante el desarrollo de estrategias regionales y globales.

5. Reorientar las estrategias de represión al cultivo de drogas ilícitas.

Los esfuerzos de erradicación deben ser combinados con la adopción de programas de desarrollo alternativo, seriamente financiados y que contemplen las realidades locales en términos de productos viables y con acceso a los mercados en condiciones competitivas. Se debe hablar no sólo de cultivos alternativos sino de desarrollo social de fuentes de trabajo alternativo, de educación democrática y de búsqueda de soluciones en un contexto participativo.

Un nuevo paradigma para enfrentar el problema de las drogas debe estar menos centrado en acciones penales y ser más incluyente en el plano de la sociedad y la cultura. Las nuevas políticas deben basarse en estudios científicos y no en principios ideológicos. En ese esfuerzo se debe involucrar no sólo a los gobiernos sino al conjunto de la sociedad.

Esta construcción de alternativas es un proceso que requiere la participación de múltiples actores sociales: instituciones de justicia y seguridad, educadores, profesionales de la salud, líderes espirituales, las familias, formadores de opinión y comunicadores. Cada país debe enfrentar el desafío de abrir un amplio debate público sobre la gravedad del problema y la búsqueda de las políticas más adecuadas a su historia y su cultura.


                                                       


ANEXO
INNOVACIONES LEGISLATIVAS EN POLÍTICAS DE DROGAS

A continuación se presenta un resumen de buenas prácticas en reformas legislativas de drogas de todo el mundo, que representan un alejamiento del modelo represivo de la tolerancia cero y un avance hacia políticas de drogas más humanas y fundamentadas en pruebas empíricas. Este material se generó en el Senado de la República en 2011, durante un seminario convocado por la Comisión de Relaciones Exteriores Europa y la Asamblea Parlamentaria Euro Latinoamericana.

Los ejemplos reflejan las lecciones aprendidas en la práctica con la aplicación de enfoques menos punitivos y su impacto en los niveles de consumo de drogas y los daños asociados sobre los individuos y la sociedad.

Las pruebas disponibles sugieren que las legislaciones que moderan la penalización, acompañadas de medidas que ayuden a redirigir los recursos de las actividades de represión y encarcelamiento hacia a la prevención, el tratamiento y la reducción de los daños, son más eficaces para limitar los problemas relacionados con las drogas. LOS TEMORES DE QUE RELAJAR LAS LEYES DE DROGAS Y SU APLICACIÓN SE TRADUCIRÍA EN UN DRÁSTICO AUMENTO DEL CONSUMO HAN RESULTADO SER INFUNDADOS.

Los ejemplos citados, a pesar de sus diferencias en cuanto a alcances y objetivos, pueden considerarse como mejoras sobre un modelo de fiscalización de drogas demasiado represivo y apuntan a una dirección de reformas y cambios de paradigma más significativos en el futuro. El centro de gravedad de esta serie de reformas se sitúa en Europa, tal como recapitula el observatorio europeo de las drogas y las toxicomanías (OEDT):

“El análisis de las estrategias nacionales en materia de drogas, la literatura jurídica, las leyes y las prácticas judiciales indica que en varios países de la Unión Europea la acción pública se basa en

a) UN MAYOR HINCAPIÉ EN EL TRATAMIENTO QUE EN EL CASTIGO PENAL;
b) una sensación de desproporción entre las penas de privación de la libertad (que suelen conllevar el registro de antecedentes penales) y el consumo ilícito de drogas; y,
c) la percepción de que, en comparación con otras drogas, el cannabis es menos peligroso para la salud”.
El primer tipo de reforma legislativa que se puso en marcha en Europa –y que últimamente está tomando fuerza en América Latina– consiste en eximir a los consumidores de drogas de ser sometidos a arrestos y procesos judiciales por el consumo de drogas y por actos preparatorios como la adquisición, la simple posesión o el cultivo para consumo personal. No hay ningún argumento con fundamento científico contra las ventajas de este nivel de descriminalización. No conduce a un mayor consumo de drogas y, en cambio, sí descarga notablemente la presión a la que están sometidos los organismos de aplicación de la ley y los sistemas judicial y penitenciario.

Algunas reformas legislativas establecen umbrales cuantitativos; otras, definen la distinción en función de ciertos criterios y principios y dejan que éstos se apliquen, según cada caso concreto, a discreción de los fiscales y jueces. Otras reformas han puesto punto y final a todo tipo de penas (descriminalización total), mientras que, otras, han suprimido sólo las sanciones penales y las penas de cárcel y mantienen las sanciones administrativas o las derivaciones a servicios de tratamiento o educación.

UNO DE LOS EJEMPLOS MEJOR DOCUMENTADOS DE LA DESCRIMINALIZACIÓN DEL CONSUMO DE DROGAS ES EL CASO DE PORTUGAL. En julio de 2001, la adquisición y la posesión de drogas para consumo personal pasó de ser un delito penal a un delito menor, punible sólo con una multa o alguna otra medida administrativa, cuya aplicación depende de las llamadas comisiones para la disuasión de las toxicomanías (CDT).
Estas comisiones están integradas por un jurista y otros dos miembros procedentes de un equipo de médicos, psicólogos, sociólogos y expertos de los servicios sociales. Las CDT han tratado una media de 500 casos mensuales. La mayoría de las sentencias dictaminaron la suspensión de las acciones judiciales emprendidas contra consumidores no adictos. En torno al diez por ciento de los casos se saldaron con una multa. La nueva ley adoptó la norma de “la cantidad necesaria para un consumo medio individual durante un período de 10 días”.
A título orientativo, la dosis media diaria se fija, por ejemplo, en los 2,5 gramos para el cannabis y los 0,2 gramos para la cocaína.

Estos umbrales son indicativos y no determinantes; sin embargo, mientras no haya otras pruebas que indiquen que el consumidor de drogas está implicado en delitos más graves, la posesión de drogas está despenalizada y se trata como una falta administrativa, no como un delito penal sujeto a proceso judicial.

La descriminalización en Portugal condujo a una disminución del número de prisioneros condenados por delitos de drogas, que pasó de un porcentaje punta del 44 por ciento en 1999 a un 28 por ciento en 2005.

El descenso del número de encarcelados por delitos de drogas contribuyó a una marcada reducción de la sobrepoblación penitenciaria. En 2005, el número de reos en el país ya no superaba la capacidad oficial de las cárceles. La importante caída de las muertes relacionadas con la heroína (de 350 en 1999 a 98 en 2003) se puede vincular con el notable aumento de los consumidores que entraron en tratamiento de sustitución. Aunque las muertes relacionadas con el consumo de otras drogas aumentaron, se registró un descenso general de las muertes relacionadas con drogas del 60 por ciento entre 1999 y 2003.

El efecto de la descriminalización sobre los niveles de consumo de drogas es susceptible a distintas interpretaciones. El consumo de heroína bajó considerablemente, pero el de cocaína y cannabis se incrementó, especialmente entre los jóvenes, como en otros países europeos, aunque Portugal sigue estando muy por debajo de la media europea. En general, “a juzgar por prácticamente cualquier indicador, el marco de descriminalización portugués ha sido un rotundo éxito […] Los responsables de las decisiones políticas en materia de drogas del Gobierno portugués muestran una unanimidad casi total en que la descriminalización ha activado un enfoque mucho más eficaz para gestionar los problemas de adicción y otras aflicciones relacionadas con las drogas en Portugal”.


Por ese motivo, varios países han adoptado planes de derivación o tribunales especializados en drogas para abordar los delitos relacionados con drogas, a través de los cuales ofrecen a los autores de los delitos la posibilidad de elegir entre la prisión o el tratamiento (CORTES DE DROGAS).

En los tribunales especializados en drogas que funcionan actualmente en los Estados Unidos, Canadá, Australia e Irlanda, el juez cuenta con la ayuda de un equipo de profesionales que le asesora sobre las opciones de tratamiento más adecuadas en cada caso en vez de penas que entrañen la privación de libertad.

El Reino Unido introdujo en 1999 un ‘programa de derivación’ que ofrecía a las personas detenidas con problemas de consumo de drogas la posibilidad de recibir la ayuda terapéutica adecuada inmediatamente después del arresto. Según Tom Lloyd, ex comisario de policía, este enfoque “ofrecía a los adictos que mostraban reincidencia delictiva la posibilidad de elegir entre tratamiento y arresto. En casi todos los casos, se decantaban por el tratamiento, y a los agentes les sorprendió descubrir no sólo que el proceso ahorraba tiempo y unos recursos preciosos, sino también que se trataba de la forma más eficaz para abordar los robos con allanamiento que jamás hubieran visto”.

Este modelo también se puso en marcha en algunos de los barrios más afectados por los delitos relacionados con drogas en algunas grandes ciudades de los Países Bajos, con resultados igual de positivos. En el Reino Unido, las opciones a disposición del sistema de justicia penal se ampliaron rápidamente para animar a los autores de delitos menores con alguna farmacodependencia a seguir un tratamiento.

El Plan de acción de la UE en materia de lucha contra la droga obliga a los Estados miembros a establecer mecanismos concretos para proporcionar alternativas al encarcelamiento, especialmente entre los delincuentes jóvenes y consumidores de drogas.
“Esta tendencia coincide con el desarrollo de paradigmas más humanitarios en los sistemas de legislación y justicia penal, así como de modelos médicos y psicosociales de adicción más avanzados”. Encerrar a los adictos en prisión por delitos cometidos para financiar sus hábitos de consumo entraña “limitar las posibilidades de un tratamiento con buenos resultados y aumentar las posibilidades de reincidencia”.

En los Estados Unidos  se han puesto en marcha algunos programas prometedores con el objetivo de reducir la violencia del mercado de las drogas. Mediante el proyecto Boston Gun (también conocido como operación alto al fuego), se ofreció a los miembros de bandas implicados en el comercio de drogas la posibilidad de no ser procesados siempre que no incurrieran en episodios de violencia letal. Los resultados no se hicieron esperar y fueron espectaculares.


El enfoque cada vez más punitivo se podría interpretar con motivaciones estrictamente políticas (POPULISMO PENAL, AL IGUAL QUE EN MATERIA DE SECUESTRO), ya que no ha tenido ningún impacto en la oferta de drogas ni en las cifras de prevalencia.

Según una investigación exhaustiva sobre la política de encarcelamiento realizada para el gobierno canadiense, los delincuentes enviados a prisión mostraban las mismas probabilidades de reincidencia que aquellos que recibían sentencias alternativas de servicio a la comunidad, y aquellos con penas de prisión más largas tenían más probabilidades de volver a delinquir una vez cumplida la sentencia que aquellos con penas más cortas.

Todos los estudios efectuados en este campo revelan la falta de eficacia de las penas de prisión largas, especialmente entre las personas que han infringido las leyes de drogas sin incurrir en violencia. Paralelamente, la capacidad del sistema judicial se ve desbordada muy por encima de sus propios límites, lo cual lleva a la lentitud de los procedimientos, a largos períodos de detención preventiva y a la sobrepoblación de los centros penitenciarios. Una preocupación adicional es que las reformas legislativas a favor de la descriminalización de los consumidores regularmente se hacen políticamente aceptables a cambio de que se aumentan los niveles de castigo por el tráfico a pequeña escala, como sucedió en México, por ejemplo.


Las legislaciones o jurisprudencias están estableciendo también cada vez más criterios para distinguir entre comercio a pequeña escala o narcomenudeo, el transporte o correo, el comercio a mediana escala y el tráfico organizado, teniendo también en cuenta el grado de responsabilidad del delincuente en la cadena de tráfico, sus ganancias y los motivos que lo indujeron a participar en él. Estos criterios varían enormemente según el país y seguirán sujetos a muchas diferencias en los principios jurídicos nacionales.

Hay dos ejemplos recientes que cabría resaltar de visionarios en este sentido y que apuntan a cambios más radicales en las estrategias para abordar el transporte de drogas a pequeña escala. A fines de 2008 y principios de 2009, se excarceló en Ecuador a más de 2,000 personas que cumplían penas por tráfico de drogas. Este “indulto de mulas” se dirigió a un grupo concreto de reos que eran víctima de la legislación desproporcionada que llevaba vigente en el país durante muchos años. Con esta medida, el gobierno de Rafael Correa dio un gran paso en el proceso de reforma de unas leyes draconianas y de solución de la crisis penitenciaria. Las nuevas propuestas legislativas que se están elaborando en estos momentos deberán tener en cuenta el precedente judicial del indulto de las mulas. Los criterios que se establecieron para acogerse a la medida fueron: no tener una condena previa en virtud de la ley sobre drogas; arresto por posesión de un máximo de dos kilos de cualquier tipo de estupefaciente; haber cumplido con un diez por ciento de la sentencia o con un mínimo de un año.

El segundo ejemplo es la forma en que los Países Bajos intentaron abordar entre 2003 y 2005 el enorme aumento en la llegada de personas que actuaban como correos de cocaína (la mayoría de ellas con bolas en el estómago) al aeropuerto de Schiphol procedentes de las antillas neerlandesas.

En opinión de los jueces, todas las drogas que llegaban al aeropuerto se debían confiscar, pero las personas que los transportaban podían volver a su país de origen a no ser que portaran cantidades muy elevadas o fueran reincidentes. El enfoque, por lo tanto, se pondría en la confiscación de los estupefacientes y no en la acusación o detención del correo.

Las prácticas de reducción de daños se están extendiendo rápidamente, incluso en países con leyes de lucha contra las drogas muy rígidas. China, por ejemplo, activó programas de intercambio de agujas hace varios años y cuenta con tener un millar de clínicas de metadona en pleno funcionamiento para finales de la década.

Países como Irán, Pakistán y Vietnam están también gestionando abiertamente servicios básicos parecidos. El gobierno federal de los Estados Unidos  mantiene desde hace años una cruzada ideológica contra la reducción de los daños, a pesar de que muchos estados y ciudades ofrecen programas de intercambio de agujas y de tratamiento de sustitución con opiáceos.


A pesar de ello, se ha demostrado que el consenso que ha impulsado la prohibición mundial de las drogas durante todo un siglo se ha resquebrajado. Y llevan a esperar que puede que tengamos una política más matizada en los próximos años; una política que otorgue a los países la flexibilidad necesaria para poner en práctica la política en materia de drogas que mejor se adapte a sus necesidades, en lugar de verse constreñidos por el rígido enfoque de ‘una sola fórmula para todos’ que durante tanto tiempo tan poco nos ha servido.

Debemos seguir demostrando por qué la forma más eficaz de abordar el consumo de drogas pasa por asumirlo como un desafío de salud pública y por qué los enfoques punitivos que criminalizan a los consumidores, agotan los recursos de los organismos de aplicación de la ley y sobrecargan los sistemas judicial y penal, son vanos y contraproducentes.






CONCLUSIONES

1.- Décadas de estrategias basadas en el encarcelamiento generalizado y el constante aumento de la severidad de las penas (endurecidas con las disposiciones de la Convención contra el tráfico ilícito de estupefacientes de 1988), las pruebas indican que las medidas de aplicación de la ley no son un medio eficaz para limitar el alcance del mercado de las drogas ilícitas.

2.-La aplicación excesivamente represiva del régimen prohibicionista mundial ha provocado un gran sufrimiento humano, truncando la vida de muchas familias e imponiendo a los condenados penas desproporcionadas en unas condiciones penitenciaras a menudo terribles.

3.- También ha sobrecargado el sistema judicial y la capacidad de las prisiones, y ha absorbido una cantidad enorme de recursos que se podrían haber destinado a tratamientos más eficaces, programas de reducción de los daños y prevención de la delincuencia, y a poner un mayor énfasis en la delincuencia organizada y la corrupción.


4.- En lo que se refiere a los delitos de tráfico ilícito, los pocos ejemplos que existen en que se hayan bajado notablemente la severidad de las penas para los eslabones más bajos de la cadena merecen toda la consideración y el debate internacional para compartir y perfeccionar el pensamiento actual sobre la delimitación de los niveles de comercio y la proporcionalidad de las sentencias.


5.- A pesar de la imagen de estricta prohibición en el ámbito federal en los Estados Unidos, lo cierto es que algunas de las buenas prácticas de descriminalización del cannabis y de reducción de los daños se han puesto en marcha en este país a escala local y estatal. Aunque los Estados Unidos  han exportado con gran éxito su modelo punitivo de tolerancia cero al resto del mundo, el gobierno federal la ha tenido muy difícil para aplicar su propia política en su propio territorio.

A pesar de las importantes diferencias entre distintos condados y ciudades, el “modelo californiano”, que exime de sanciones penales el consumo de cannabis con fines medicinales y permite a los usuarios “poseer, cultivar y transportar” cannabis siempre que se emplee con fines terapéuticos y cuente con receta médica, se ha convertido en algo cercano a la legalización de facto. MÈXICO NO PUEDE CERRAR LOS OJOS Y PRETENDER IGNORAR ESTA REALIDAD.

Jesús Ortega Martínez



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