El gobierno experimenta una peligrosa parálisis y, con ello, continúa creciendo el desempleo, aumentando la desigualdad y la pobreza que invaden a un mayor número de familias.
Aunque van y vienen las cifras del secretario de Hacienda y el presidente Peña Nieto repite y repite que México está en movimiento, todo ello se topa ante una evidencia inobjetable: el gobierno experimenta una peligrosa parálisis y con ello continúa creciendo el desempleo, aumentando la desigualdad y la pobreza que invaden a un mayor número de familias.
A la par, se reduce el ingreso de la gran mayoría de las y los mexicanos. La explicación a esta realidad algunos personajes —especialmente los dirigentes de las cúpulas empresariales— la encuentran exclusivamente en la Reforma Hacendaria y otros —los voceros gubernamentales— cómodamente recurren, como en otras ocasiones, a los factores económicos externos.
Pareciera entonces que para remediar en algo la situación actual del país, los mexicanos deberíamos recordar al gobierno federal la frase que Clinton restregó a Bush durante las elecciones de 1992: ¡Es la economía, estúpido!
Supondrán muchos que el problema central está localizado en la impericia o en la incapacidad de aquellos altos funcionarios encargados de la conducción de la economía. Esto es cierto en una parte importante y, sin embargo, no es la única y yo diría que ni siquiera es la principal razón de la parálisis gubernamental.
Es la economía, cierto, pero sobre todo es ¡la política!
Peña Nieto recorrió el mundo presumiendo una nueva forma de hacer política, es decir: presentando a un gobierno capaz de dialogar con sus contrincantes; de buscar, con éstos, acuerdos en razón de los intereses nacionales; de aceptar la necesidad de reformas concertando y, con todo ello, posibilitó que se abriera la expectativa promisoria de cambios para grandes transformaciones en beneficio de la gente.
Pero pareciera que eso cambió y en los últimos meses ha dado una vuelta en U para regresar a la visión equivocada de asumir, desde el gobierno y con su partido, un pernicioso y trasnochado hegemonismo autoritario.
Si no de esta manera, ¿cómo explicar el intento de cambiar acuerdos fundamentales del Pacto por México en materia de telecomunicaciones para no afectar a los monopolios de la radiodifusión a los cuales, el mismo gobierno, había entendido como obstáculo para el desarrollo económico? ¿Cómo entender su complacencia ante las actitudes conservadoras de los gobernadores, principalmente priistas, que se resisten a la Reforma Político-Electoral para, con ello, continuar con las prácticas fraudulentas durante los comicios locales en puerta? ¿Cómo entender la obcecación e intolerancia de los líderes parlamentarios de su partido para violentar, como en los viejos tiempos, toda la normativa legislativa y con ello cerrar toda posibilidad de diálogo y acuerdos con las otras fuerzas en el Congreso? ¿Cómo entender que en Nayarit la fuerza del gobierno federal se ponga al servicio del gobernador priista para que ¡en 2014!, se vea un proceso electoral como si estuviéramos en 1970?
¿Cómo entender que este gobierno, como ningún otro en los tiempos recientes, cuente con grandes reformas estratégicas en lo legislativo resultado del Pacto por México, y al mismo tiempo observemos la ausencia de las políticas públicas de la administración federal?
Las vueltas en U son peligrosas, aun en las vialidades vehiculares, pero las vueltas en U en la política frecuentemente provocan desastres de trascendencia nacional difíciles de remediar.
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