Supongo que la mayoría de las personas en México comparten la idea de que la política, poco o nada tiene que ver con la razón y menos aún con la ética. Esta percepción de la política, seguramente tiene que ver con los comportamientos de personas que se dedican a la política y lo hacen, precisamente, alejados de la razón y la ética.
Esto es verdad, pero esa percepción de la política que hoy tiene una buena parte de los ciudadanos en México y en otras latitudes, es la misma —si no es que peor aún— a la que tenían en la antiguedad sobre la política y sobre los políticos.
La percepción tan negativa sobre esta actividad fundamental de los hombres en sociedad es tan antigua como la propia humanidad y, sin embargo, las sociedades antiguas requerían de la política como del agua y las modernas, las contemporáneas, no se podrían elementalmente comprender organizadas y en convivencia civilizada, si no fuese a través y por medio de la política.
Más aún, aquellas sociedades en donde la fuerza se impone a la razón, en donde la anarquía se levanta sobre las leyes; en donde la violencia se arguye como solución a los problemas sociales; en donde los mesías y los profetas aparecen como la respuesta única y totalizadora. Ahí se expresan sintomatologías del deterioro del Estado y de la ausencia de la política.
“En los últimos tiempos son muchos los que dicen —escribe Adam Schaff— que los partidos políticos son un invento anacrónico” y los que esto afirman no hacen diferencia alguna, para como es frecuente, lanzar anatemas que generalizan (Noticias de un hombre con problemas, Adam Schaff).
Estas generalizaciones son altamente peligrosas, pues generan aversiones en los individuos; odios y rencores sociales que, habiéndose consolidado (y las experiencias en México y en el resto del mundo no son pocas) son el inicio de regímenes autoritarios y totalitarios.
Desde luego que en nuestro país y en muchos otros existen partidos políticos que, desde el punto de vista de los “principios” y desde la concepción programática, son ciertamente anacrónicos y, en ese sentido, contribuyen a que parte importante de la población considere al conjunto de la política y de los políticos no sólo como entes anacrónicos, sino factores principales y hasta causa única de los “males” que padece el conjunto de la sociedad.
Por ello es recurrente —y cada vez con mayor intensidad— la presencia del argumento de que la respuesta a los problemas de las sociedades modernas se encuentra en los agrupamientos o movimientos “ciudadanos” alejados o francamente confrontados con la política, y mejor —dicen— si estos movimientos se encuentran guiados, conducidos —literalmente— por un “líder” mesiánico o por un individuo (estén en el poder o se encuentren en la oposición) que se asume portador de todas las respuestas y de todas las soluciones.
Esto es falaz y la historia de las sociedades lo ha demostrado contundentemente.
En sentido contrario, si hay soluciones eficaces a los complejos problemas que éstas padecen, sólo se podrán encontrar en la democracia y ésta última, paradójicamente, es posible solamente desde la política.
La política para reconstruir el tejido social desde la existencia de un Estado fuerte y democrático; desde instituciones republicanas sólidas y verdaderamente representativas; desde la participación activa, permanente, influyente de las y los ciudadanos en los asuntos públicos y con la presencia indispensable de partidos políticos radicalmente renovados en sus concepciones de principios, de programas y necesariamente en su visión renovada de un nuevo quehacer político que recupere a la ética como elemento sustantivo en sus propósitos y objetivos.
Entiendo que la reivindicación de la política es un desafío que como premisa debe incluir y reconocer nuestra pluralidad nacional y, si esto es necesario que lo reconozcan todos los actores políticos, lo debemos hacer principalmente desde la izquierda democrática. Es decir: reconocer que existimos como parte del conjunto de la sociedad; que existimos a partir de la existencia de los otros, de los diferentes e incluso de los contrarios.
Por ello, para los partidos de izquierda, la obligada renovación nos obliga a desprendernos de toda nostalgia del socialismo autoritario, de toda ideología totalizadora y de las visiones deterministas y dogmáticas; de los populismos demagógicos y, principalmente, desprendernos de la mitología (que desde Quetzalcóatl venimos heredando) de que nuestra salvación como país y como sociedad será consecuencia, al margen de la política, de un personaje providencial.
¡Es la política, a pesar de los políticos!
*Ex presidente del PRD
Twitter: @jesusortegam
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