El PRD ha insistido durante varios años que una transformación de fondo del régimen político debiera ser el dejar atrás el presidencialismo autoritario que ha regido durante varias décadas la vida social, económica y política de nuestro país, y que debiera ser sustituido por un nuevo sistema parlamentario.
Si uno revisa la historia de nuestro país y sobre todo, estudia la más reciente (por ejemplo: los últimos 25 años) se refuerza la idea de que el cambio político que necesita México debiera orientarse en este sentido. Sé, sin embargo, que un cambio de este calado requiere de varias condiciones y entre ellas, la más importante, sería que en México contáramos con un sistema de partidos sólido, consistente desde el punto de vista programático y especialmente representativo de lo que es la pluralidad política e ideológica del país. Esta es la primera y la más importante condición para avanzar hacia la transformación de nuestro régimen político.
Lamentablemente esto aún no existe y la no existencia de esta condición se convierte en el principal obstáculo para nuestro desarrollo democrático.
Por eso adquiere significado mayor que se comprenda cabalmente la necesidad urgente, de construir y aplicar una gran reforma político electoral como la que se encuentra contemplada en el Pacto por México, y en algunas de las iniciativas que han presentado partidos y grupos parlamentarios.
Desde luego, es indispensable la constitución del cuarto poder, es decir: del poder electoral; y un paso significativo en ese propósito es la creación del Instituto Nacional Electoral; de tribunales eficaces en defender los derechos electorales de los ciudadanos; de la ley de partidos políticos; la normatividad para las coaliciones de gobierno; la reelección acotada en tiempo de los legisladores; de la transparencia en el uso de recursos económicos por los partidos; del ejercicio de las formas de democracia directa como candidaturas independientes, referéndum, plebiscitos, iniciativas ciudadanas, etcétera, etcétera.
Pero aunque esto debiera ser principalmente impulsado por el Congreso de la Unión, pareciera que es en éste, donde se encontrará el principal obstáculo para hacer posible una reforma política verdaderamente transformadora y capaz de dejar atrás al actual y ya anacrónico régimen presidencialista.
¿Por qué está sucediendo esto en el Congreso de la Unión?
Una respuesta pudiera encontrarse en una actitud conservadora que invade a algunos de los principales líderes congresuales de los partidos ahí representados. Otra respuesta pudiera localizarse en la incomprensión, por parte de un buen numero de legisladores, de que ahora es el momento de grandes cambios en todos los ordenes de la vida del país. Parecería que a la necesidad de abordar las grandes transformaciones, se impone la costumbre, aquella de priorizar intereses particulares (los futuros cargos en el porvenir y en consecuencia la atención principal en las próximas elecciones; la atención, principalmente, a las tradicionales “clientelas”; la necesidad de preservar políticamente los “territorios electorales”, etcétera, etcétera).
Es posible que todo eso exista, pero creo que lo que más influye en ese comportamiento es la confusión sobre lo que implica ser legislador postulado por un partido.
En nuestro actual sistema los legisladores lo son porque son votados por los ciudadanos, pero eso es posible porque son postulados por un partido que enarbola determinado programa. En consecuencia, en su trabajo como legisladores deben representar a los votantes, pero igualmente al programa del partido que los postuló. Algunos piensan que en esto existe una contradicción y tienden, por lo tanto, a olvidarse del programa, de las orientaciones de su partido y caen en lo que Carlos Pereda llama la“razón arrogante”.
Con la“razón arrogante” como lanza, algunos legisladores adoptan la actitud de sólo representarse a sí mismos y no caen en cuenta, que con ese comportamiento pierden, precisamente, la condición de representantes. El legislador que sólo quiere representarse a sí mismo es un arrogante, que como todos ellos “deja entender que su preeminencia se desprende de la capacidad de negar. [……] La o el arrogante procuran separarse y separar; confían con fervor en las claras e indiscutibles jerarquías. De esta manera no se aceptan más que cómplices: sólo se reconoce a quienes están dispuestos a abrazar sin el menor reparo la escala de valores de la o el arrogante y, sobre todo, a quienes comparten el enfático menoscabo de todo lo que no está de acuerdo con su creer o desear”. (Crítica de la razón arrogante. Carlos Pereda. Ediciones Taurus).
El país requiere vitalmente cambios profundos, y ello será posible sólo con el concurso definitorio del Congreso, de sus integrantes que en el uso de sus facultades Constitucionales —que son indubitablemente de representación de los votantes y de los partidos que los postularon— se disponen a impulsar tales transformaciones de fondo.
*Ex presidente del PRD
Twitter: @jesusortegam
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