martes, 4 de septiembre de 2012

Acuerdo político, antídoto contra la restauración.


Con visión nueva, hay que llevar a cabo —desde la izquierda— una acción política que aliente desde la paz y con apertura democrática, una resistencia de la ciudadanía a la restauración del Ancien régime.

Con la resolución del Tribunal Electoral (injusta y contraria a los principios constitucionales) se inicia una nueva etapa para la vida del país, en donde todas las fuerzas políticas debieran contribuir para que ésta fuese de prosperidad y de avance en el bienestar de todas y todos los mexicanos.

Con Peña Nieto encargado del Ejecutivo federal, está latente la posibilidad de la restauración del viejo régimen en sus dos claras expresiones: la primera de éstas, es la del nacionalismo revolucionario, autoritario, antidemocrático y portador de un desfasado y anacrónico programa de gobierno; la segunda es la del neoliberalismo, igualmente antidemocrático, pero especialmente empobrecedor de la gran mayoría de la población. Ese priismo autoritario, con estas dos caras, sumió a México en décadas de represión, cancelación de derechos, pobreza y desigualdad. Para desgracia del país, el panismo de Fox y Calderón ni continuaron la transición ni menos terminaron con el antiguo régimen; contrario a ello, se treparon en éste y lo peor, pavimentaron el camino para su regreso.

En la izquierda, miles, millones de mujeres y hombres hemos hecho grandes esfuerzos y dado grandes luchas para lograr sepultar a ese sistema y aunque no hemos tenido la Presidencia, sí hemos logrado significativos avances aunque no los suficientes ni los necesarios que demanda México. Algunas cosas nos han faltado, pero de lo principal que hemos carecido es de la propuesta alternativa de país, que substituya tanto al viejo nacionalismo revolucionario como al neoliberalismo, modelo en el que se hermanaron en las dos últimas décadas, el PRI y el PAN.

En la izquierda, cierto, tenemos problemas de organización, de conflictos internos, de sectarismo, pero sin restarles importancia, nuestra carencia principal es programática, es decir: no acertamos en definir con diáfana claridad qué le ofrecemos al país que no sea un remedo de ese nacionalismo revolucionario y que no sea un nuevo maquillaje para el neoliberalismo.

Con visión nueva, hay que llevar a cabo —desde la izquierda— una acción política que aliente desde la paz y con apertura democrática, una resistencia de la ciudadanía a la restauración del Ancien régime. Pero hay que entender esta resistencia, no como acción violenta, no como pugna estéril, no como chovinismo partidista ni como “reivindicación para la historia” de personajes, sean cuales fueran. ¡No! Así, con esas formas decimonónicas la izquierda, más allá de deseos, no estará preparada para ser la alternativa al sistema priista.

En sentido contrario, es ahora el momento político para presentarle a los ciudadanos lo diferente; para proponer a todos, ciudadanos y partidos, el programa renovador que México necesita; el programa económico, social y democrático de una izquierda moderna e innovadora.

El PRD y la izquierda progresista están en condiciones para procurar para el país un gran acuerdo político con otras fuerzas y otros actores influyentes de la sociedad, y en torno a ese acuerdo, el PRD debe ofrecer las soluciones que en conjunto deban ser alternativa al viejo sistema, para con ello impedir su restauración.

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