martes, 27 de diciembre de 2011

Entre la moral individual y la ética pública

La Cámara de Diputados ha reformado el artículo 24 de la Constitución y eso dio pie para que se alentara una discusión, nuevamente, entre lo que deben ser las responsabilidades políticas del Estado y el derecho de las personas a profesar o no alguna religión. Esta discusión parecía  ya superada en nuestro país y por lo tanto no había razón que justificara la alteración del texto constitucional.

La iniciativa que fue presentada por el grupo parlamentario del PRI, obedeció a una coyuntura política —la presencia del Papa en México a principio del próximo año— que empata con las pretensiones de una parte de la jerarquía católica para posibilitar la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Como es conocido, esta pretensión es añeja y algunos de los ministros de la iglesia católica no quitan el dedo del renglón.

Quizás, este tema se trató en la entrevista de Peña Nieto con el Papa y derivado, posiblemente, de algún compromiso contraído por el entonces gobernador mexiquense, es que el PRI presentó dicha propuesta de modificación constitucional.

Originalmente, en esta iniciativa se planteaba “la obligación del Estado para garantizarle a los padres que sus hijos recibieran educación religiosa” y resultaba obvio, que por esta vía se anulaba de facto, el precepto constitucional que establece que la educación que imparta el Estado debe ser laica. Sin embargo, por la acción de varios diputados del PRD y algunos del propio PRI, se impidió que dicha iniciativa prosperara; y aunque el artículo 24 se cambió en algunas palabras, el contenido esencial  no fue trastocado. Aun así, el Senado debería rechazar tales modificaciones.

Este asunto necesita verse como una llamada de alerta,  pues ahora mismo podemos observar a varios políticos (incluidos los candidatos presidenciales) elaborando sus discursos proselitistas alrededor del tema de la moral y lo religioso. 

Según estos, la parte sustantiva de nuestra problemática como nación, está concentrada en la ausencia de una moral que nos guíe, a cada individuo,  en nuestro comportamiento dentro de la sociedad. Por lo tanto, —nos dicen— la respuesta a la grave crisis del país, está en encontrar a un líder moral que sepa conducir a México por la senda del bien. Un Kim II-Sung  o un Jean-Marie Le Pen.

Si los ciudadanos también compartiéramos esta confusión, nos enfrentaríamos al emitir nuestro voto, a un dilema más de tipo moral y religioso (escoger entre lo que cada uno considere como el bien y el mal) y no -como debería ser- a una decisión estrictamente ciudadana que tenga que ver con elegir entre programas y propuestas políticas, para el mejor desarrollo democrático e igualitario de una sociedad que es plural y diversa en todos los sentidos (cultural, moral, religiosa, política, étnica, etcétera).

No discernir entre lo que es una garantía individual para adoptar cualquier visión moral, con la necesidad de una ética pública que se sustenta en el derecho y el cumplimiento de la ley, es un gran disparate que le puede costar mucho a la República.

martes, 20 de diciembre de 2011

¡Nuevos medios, nuevas propuestas!

Si la izquierda desea resultados diferentes, tenemos entonces que hacer una campaña política heterodoxa.

Excélsior

Han iniciado las precampañas electorales y se puede observar a los distintos precandidatos a la Presidencia de la República en rutinario activismo. Aunque es muy temprano para hacer algún juicio concluyente, los aspirantes se aprestan para transitar los mismos caminos, aplicar las viejas fórmulas y continuar en la tradición de campañas anodinas y huecas. Esto es: reproducir la ortodoxia del mitin en donde los asistentes —muchos de ellos acarreados— escucharán una retahíla de promesas, de compromisos inviables y pretendiendo, cada uno de los candidatos, aparecer como el más creíble.

En esa dinámica reproducida hasta el hastío, el poder y la presencia social de los medios masivos de comunicación tradicionales serían, de nueva cuenta, determinantes del resultado electoral. Y, en ello, es evidente que Peña Nieto tiene una ventaja estratégica. El mexiquense cuenta con el apoyo del duopolio televisivo y de las cadenas de radio más influyentes y poderosas.

El candidato del PRI seguramente continuará cometiendo yerros, pero de éstos se dará cuenta, lamentablemente, una pequeñísima parte de los electores; el resto, es decir, la gran mayoría, el mensaje que recibirán a diario será el que decidan y determinen los dueños de las televisoras. Estamos viendo y seguiremos experimentando una verdadera “telecracia”.

Carlos Fuentes ha dicho con certeza que alguien que no tiene elementales conocimientos de la historia y de la cultura de nuestro país, no debería ser Presidente de la República. La dura crítica del escritor fue festejada con sarcasmo por el “círculo rojo” de la oposición panista y perredista, pero es una verdad que la gran mayoría de los ciudadanos ni se enteraron de la pifia de Peña Nieto, como tampoco del enérgico reclamo del novelista.

¿Qué hacer entonces para evitar que la televisión siga siendo “el fedatario público” e impedir que desde esta función contribuya a la restauración del viejo régimen?

Albert Einstein definía la locura como el hecho de hacer las cosas siempre de la misma manera y, sin embargo, esperar resultados diferentes. La razón lógica del gran científico es impecable y, por lo tanto, si la izquierda desea resultados diferentes, tenemos entonces que hacer una campaña política heterodoxa, esto es: diferente en forma y contenido a las anteriores.

Quienes deseamos el cambio, deberíamos evitar que los medios de comunicación tradicionales sean el instrumento básico, funcional y rutinario de una democracia controlada. Por el contrario, “debe darse consistencia a la célebre consigna ¡No odien a los medios, conviértanse en los medios!” (Pierre Rosanvallon: La política en la era de la desconfianza).

Es en ese sentido que, siendo internet un nuevo medio que funciona como vía de comunicación e información, es mucho más que ello; pues dice Rosanvallon “La red ha llegado a ser una forma social por derecho propio y al mismo tiempo una (nueva) forma fundamental para la política”.

Menos del nostálgico (e inútil electoralmente) mitin de plaza, del cual la televisión informa lo que le conviene; mejor privilegiar, por la izquierda, el esfuerzo desde la red “para convertirse en el medio” de información para los ciudadanos. Convirtiéndose en medio —la red lo posibilita— se llegará a más ciudadanos, pero sobre todo se contará con el antídoto para debilitar a la “telecracia”.

Pero, “convertirse en medio desde la red” no tendrá mucha utilidad si no se trasmite y difunde con claridad el mensaje. Y en la era de la desconfianza, se debe reivindicar a la política siendo un medio eficaz y, además, generando confianza sobre la base de propuestas que, siendo tangibles y viables, evidencien genuina sinceridad.

 

martes, 13 de diciembre de 2011

El llamado de AMLO al pacto nacional


En su registro como precandidato a la Presidencia de la República por la coalición Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador planteó una idea-fuerza que, de llevarse a la práctica, podría sentar las bases para lograr el propósito de transformar al país. El tabasqueño estableció que es necesaria la unidad, pero no sólo de las fuerzas progresistas y de izquierda, sino de la gran mayoría de los sectores sociales y económicos del país.

Debemos entender, en ese sentido, que hay un cambio radical en su propuesta y que, a diferencia de ocasiones anteriores, ahora convoca y llama a construir entre todas y todos un nuevo pacto nacional, construido éste con indígenas, campesinos, obreros, trabajadores independientes, estudiantes y desempleados. Pero al cual le agrega ahora, acertadamente, a los amplios sectores de las clases medias e incluso a los grandes empresarios.

Es en este marco, en el de la necesidad de un gran pacto nacional, es donde López Obrador expone, además, la urgencia de construir una alianza para el crecimiento económico y la creación de empleos.

Donde estén incluidos los sectores sociales y públicos de la economía y, desde luego, dice el precandidato de las izquierdas, los empresarios (los pequeños y medianos, pero igualmente los grandes).

Para quienes, ante la grave crisis del Estado mexicano, hemos insistido en la urgencia de un pacto nacional para la transformación a fondo del país, la convocatoria que hace el precandidato presidencial del 
Movimiento Progresista resulta no sólo oportuna sino además indispensable.

Es así, debido a que la nación experimenta una grave crisis estructural de carácter político que amenaza con profundizarse y provoca una enorme y creciente debilidad del Estado mexicano. La existencia de un Estado gravemente debilitado es el problema medular y es desde éste que se desprenden otros, como la inseguridad, la violencia, la pobreza que vive la mayoría de la población y el sentimiento generalizado de incertidumbre y desesperanza en la ciudadanía.

Por ello, de manera particular, es que hemos venido insistiendo en la necesidad de los acuerdos políticos de carácter estratégico que abran camino a una profunda reforma del Estado nacional. Una reforma con este contenido permitiría soluciones estructurales a problemas igualmente estructurales: inseguridad, proliferación del delito, impunidad con que actúa la delincuencia; por ejemplo, no se enfrentará con éxito mediante acciones ordinarias o superficiales y, peor aún, unilaterales.

Para caminar en la dirección de un pacto nacional para la transformación estructural, se deben dar pasos sólidos, los mismos que tengan como divisa principal la inclusión. Es necesario dejar atrás la perniciosa idea —que se alimenta de la arrogancia— de que alguien por sí solo puede encontrar respuestas integrales y definitivas a los grandes y complejos problemas nacionales.

Los partidos y candidatos, desde luego, deben confrontar programas y alternativas, pero sin perder de vista que los acuerdos entre diversas fuerzas políticas son —especialmente ahora— indispensables para detener y evitar la ruptura del tejido social. Una izquierda progresista y democrática, para que tenga viabilidad, debe presentarle al país y a los electores, respuestas que sean factibles y que incluyan en su realización a la mayoría de la población. Una izquierda con posibilidades de acceder al poder, es en el siglo XXI, aquella que llama a construir y no a destruir, que llama a los acuerdos y no a la confrontación estéril.

A partir de 2012, México requiere un gobierno en cuyo programa esté incluida una propuesta de un acuerdo nacional para la gran reforma del Estado. Un objetivo y una voluntad de esta naturaleza podría hacer realidad la construcción del nuevo Estado democrático, social y de derecho.

Porque hemos estado convencidos de ello, nos resulta plausible que López Obrador como candidato de las izquierdas recoja la idea de la inclusión como elemento sustantivo de una propuesta que gane la voluntad de la mayoría de los electores.

martes, 6 de diciembre de 2011

El contrato social o la Biblia

Excélsior


Habrá quien trate de minimizar el penoso acontecimiento del que participó Enrique Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Algunos de los dirigentes priistas recurrirán a su vieja fórmula: con el ungido, hasta la ignominia. Otros, serviles, desde ese periodismo de peso por línea, tratarán de diluir el percance y buscarán que, por todos los medios, rápidamente se olvide, y quizás lo logren porque, sin duda, los medios de comunicación más poderosos (los impresos y los electrónicos) han cerrado filas para hacer, al ex gobernador del Estado de México, Presidente de la República.

Peña Nieto no pudo recordar algunos de los libros de Carlos Fuentes y de Enrique Krauze. Quizás no sea tan grave la confusión entre el historiador y a la vez director de Letras libres y el novelista autor de Aura, de La región más transparente, de Gringo viejo y de otras obras clásicas de la literatura contemporánea de México.

"A cualquiera le pasa", dijo el ex gobernador mexiquense a manera de justificación. Y, ciertamente, ya hemos visto antes la evidencia de la gran ignorancia de que padecen algunos políticos relevantes de nuestro país. 

Sin embargo, lo que más preocupa es que el precandidato presidencial del PRI reconozca de manera inmediata que la Biblia es el libro -no es novela-que más ha contribuido a su desarrollo intelectual y a su formación como político.

¿Tiene trascendencia para la vida del país el que la Biblia sea el libro de cabecera de Peña Nieto y de otr@s aspirantes a la Presidencia de la República? Desde luego que tiene trascendencia y a mi juicio la tiene en sentido negativo. 

Entiendo que para una persona que aspira a ser ministro religioso, cualquier texto teológico es, ciertamente, indispensable en su capacitación y formación profesional y moral.

Para todo rabino, el profundo conocimiento de la Torá es fundamental; para los ayatolás el conocimiento completo y hasta memorizado del Corán es indispensable y, de la misma manera, para los obispos católicos o ministros cristianos, la Biblia debe ser el texto imprescindible para su prédica. 

Sin embargo, para el jefe de Estado de una república laica, democrática y de Derecho, el estudio de la Biblia (o de otros libros dogmáticos) puede resultar útil e incluso necesario, pero no el sustento primordial y básico de su conocimiento y saber para el ejercicio de su responsabilidad política. 

Para Peña Nieto, para López Obrador o para quien resulte candidat@ del PAN, es más recomendable y obligado que conozcan del Contrato social, de Rousseau, de El príncipe de Maquiavelo, de La declaración de los derechos del hombre (de la mujer) y del ciudadano y, si quieren saber algo de caciques y caudillos, es pertinente que se lea Pedro Páramo, Tirano Banderas o La sombra del caudillo