martes, 22 de marzo de 2011

Extremismos

La historia ha dejado claro que la solución para los problemas de un país no se encuentra en los extremismos de izquierda o derecha, como lo intentó el nazismo y el stalinismo, sino en una política moderada, es decir, un proyecto funcional de centro-izquierda, como ha ocurrido en otras partes del mundo.

Un ejemplo claro es Brasil, donde el presidente Lula da Silva fue postulado en una alianza del Partido del Trabajo junto con el Partido Liberal, dos fuerzas políticas que en teoría deberían ser contrincantes, sin embargo, dirimieron sus diferencias en la búsqueda de un objetivo común: el bienestar de la sociedad.

El gobierno de centro-izquierda en Brasil está convirtiendo a ese país en una potencia mundial, pues su política está basada en atender los problemas sociales, combatir la pobreza, proteger las garantías individuales y los derechos sociales.

Cuando Luiz Inácio Lula da Silva fue electo presidente se rompieron visiones obtusas y se logró lo que para los dogmáticos era imposible, que un líder metalúrgico, obrero, pudiera dirigir el gobierno de Brasil, y más aún, que el vicepresidente fuera un líder empresarial.

Otro ejemplo lo dio uno de los personajes políticos más importantes del mundo: Nelson Mandela. Él pasó 28 años en la cárcel víctima de un régimen opresor, sin embargo cuando salió libre no combatió a sus opresores, sino que negoció con ellos un cambio de régimen a favor de los sudafricanos, y fue el primer presidente electo democráticamente en Sudáfrica.

Este ejemplo nos enseña que la izquierda debe de ser democrática y que una alianza con diferentes partidos para lograr la democracia no puede ser vista como una traición, como los dogmáticos extremistas quieren hacer creer, sino como una estrategia para lograr el desarrollo de un país.

En México también se han suscitado este tipo de situaciones, de coaliciones entre partidos que pueden ser considerados antagonistas, como en Oaxaca, donde el PRD se alió con diferentes fuerzas políticas para terminar con un régimen oprobioso que cancelaba prácticas y principios democráticos.

Entonces, la historia ha demostrado que lo peor que le puede pasar a un país es tener una visión única, que alguien se crea dueño de la verdad absoluta, como se ha vivido durante décadas en varias partes del mundo.

Lo que requiere México es transitar a un régimen de instituciones democráticas y no de hombres providenciales que practican los extremismos.

Para ello es necesario terminar con los intereses particulares que se han construido al interior de los partidos políticos, pues éstos deberían de tener el único interés de ayudar a la sociedad.

Detrás de las visiones únicas existen intereses conservadores, pues nadie puede decir que “sólo el pueblo salva al pueblo”, porque deja de lado a la política y sus instituciones.

Este tipo de personajes podrían caer en el extremismo de políticos como el caso de Pol Pot (Saloth Sar) en Camboya, quien mandó a matar a dirigentes e intelectuales para que solamente existiera él y “el pueblo”.

Los extremismos son cosas terribles. Si de verdad un país aspira al bienestar social debe hacerlo no desde visiones autoritarias o personalistas, sino desde proyectos de centro izquierda que busquen el bienestar de la gente.

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