He visto en redes sociales a usuarios que opinan que no hay que lamentar los actos terroristas sucedidos en París y que han provocado la muerte de más de 150 personas, porque en México —dicen— también hay víctimas que por miles han perdido la vida o se encuentran desaparecidas.
Otros usuarios de la red social Twitter llegan al extremo de señalar como hipócritas a cualquiera que evidencia su pena por las personas asesinadas y muestra su solidaridad con el pueblo francés, pues argumentan que esa solidaridad la tendrían que expresar, en primer lugar, para el pueblo mexicano.
Tengo la convicción de que quienes opinan de esta manera se equivocan, pues si bien hay que expresar de manera permanente nuestra indignación ante la violencia que victimiza a miles de personas inocentes en nuestro país, ello no debería impedir el mostrar igualmente nuestra indignación y nuestro rechazo a los actos de terrorismo llevados a cabo en la capital de Francia por el llamado Estado Islámico.
Me parece, incluso, una enorme estupidez justificar los actos terroristas en París, arguyendo que son una respuesta ante la guerra que ahora se presenta en Siria y en la que, de diversas formas, se ha involucrado el Estado francés. Ciertamente la intervención de las potencias occidentales en Siria atenta contra la convivencia civilizada entre naciones y ello debiera ser motivo de censura, pero aun compartiendo lo anterior, ello no podría, en ninguna circunstancia, ser utilizado para avalar los actos terroristas de ISIS en Francia, Líbano, Irak o en cualquier otro país.
Sabemos que la crisis en el Oriente Medio es un tema complejo y cuya solución obliga, en primer término, a privilegiar la vigencia de los derechos humanos de todas las personas, vivan en Siria, Líbano o en Francia. Por ello mismo es que se debe combatir la violencia, cualquiera que sea su expresión o su justificación.
Una de estas manifestaciones de violencia es la que pretende terminar con la libertad de pensamiento y eliminar el pluralismo, y esto es lo que, de manera principal, se encuentra presente en la visión absolutista del ISIS, organización extremista que ha declarado la guerra contra todos aquellos Estados o todas aquellas personas que no compartan al Islam como su forma de vida o como su religión. El fundamentalismo de ISIS es tan dañino a la democracia como lo es cualquier intento de imponer un pensamiento único y una verdad absoluta. La guerra de ISIS en el siglo XXI es como una cruzada, una de esas guerras de los siglos XI y XII impulsadas por motivos políticos, pero justificadas en el nombre de un dios. “Dios lo quiere”, decía el rey, el Papa, el señor feudal y entonces millones de hombres levantaban la espada para asesinar a semejantes que morían tan sólo por pensar diferente. La guerra de ISIS es como una guerra santa, es decir, la violencia más extrema contra los que consideran infieles, esto es: contra aquellos que no compartan al Islam, su cultura, costumbres y formas de vida.
Como lo podemos observar, han pasado cientos y cientos de años desde estas guerras religiosas; siglos de violencia y sangre vertida en el nombre de un dios y, sin embargo, habiendo pasado tanto tiempo, ahora en los inicios del siglo XXI se continúa justificando la guerra en el nombre del dios cristiano o del dios musulmán o del dios judío, tratando de explicar la violencia más atroz sobre la base de la existencia de pretendidas verdades absolutas, de ideologías que pregonan pensamientos únicos y visiones absolutas que no admiten la diferencia o la divergencia.
Cierto que hay guerras en donde se busca preservar territorios, riquezas; guerras para defender intereses económicos o visiones políticas, pero por ello mismo hay que decir que ninguna razón es válida para hacer la guerra; que no la es cuando se nombra a un dios y tampoco la es cuando se nombra la justicia.
Expresidente del PRD
Twitter: @jesusortegam
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