En el PRD se ha establecido una costumbre que, como casi todas, también es perniciosa. Me refiero a que, después de cada elección en donde los resultados no fueron los deseados, surgen voces llamando —en algunos casos angustiosamente— a refundar nuestra organización.
Eso ha ocasionado que el propio concepto de refundación pierda significado y, a final de cuentas, las cosas no se modifiquen o, en el mejor de los casos, sólo signifique cambios menores, cosméticos, para que, como dice la sentencia de Lampedusa: “Algo tiene que cambiar para que todo continúe igual”.
Así lo hemos hecho en 25 años, pero no tenía gran trascendencia, pues aunque nada cambiara, nuestro “ritual político” indicaba que había que esperar a la siguiente elección presidencial para que, “ganándola” —siempre a través de cualquiera de nuestros dos únicos candidatos—, accediéramos a Los Pinos y entonces, sólo así, las cosas en el país comenzaran a cambiar.
Nuestra realidad ya no es así. Ahora, y sin perder nuestro objetivo de acceder al poder político de la Presidencia de la República y de otras instancias del Estado, la renovación es imprescindible, al grado de ser vital.
Son muchas las reformas que debemos hacer, pero mencionaré las que creo fundamentales.
Primera:
Estamos obligados a una renovación generacional que tiene que ver con nuestra recreación desde las expectativas que tiene la ciudadanía de un partido del siglo XXI. Debemos dejar atrás ideologías añejas y anacrónicas del nacionalismo revolucionario y del marxismo-leninismo que sustentaron al PRD en su origen y, desde las cuales, se formó la generación de dirigentes que hasta ahora lo han conducido.
Renovar a la izquierda implica que el PRD sea dirigido por una emergente generación de mujeres y hombres que rompan con dogmas, tradiciones y mitos que la han aprisionado. Sin renovación generacional no será posible el indispensable cambio ético, cultural y cognitivo.
Segunda:
¿Cómo explicar a los electores qué es el PRD si carecemos de una clara identidad política? ¿Cómo hacerlo si en nuestro comportamiento navegamos en la ambigüedad y la esquizofrenia?
¡Así, somos simplemente uno más de los que existen, pero, además, incapaces de diferenciarnos con nitidez de ellos!
Reconocer esa carencia nos obliga, en este proceso, a construir la nueva identidad política y programática del PRD, que corresponda con los tiempos que viven nuestro país y el mundo.
La identidad de un partido no se consigue sólo con un nombre y un símbolo. Eso es claramente inoperante.
La gente nos conocerá e identificará por lo que decimos, hacemos y dejamos de hacer.
El PRD necesita modernizar su propuesta programática. Ello implica reconocer nuestra historia, pero no para anclarnos al pasado; requerimos asumir la existencia de diversos intereses que reflejan la pluralidad de las sociedades modernas y comprenderlo como elemento que enriquece el esfuerzo transformador; necesitamos superar visiones excluyentes que sustentan su quehacer político en la eliminación de los diferentes y preservar la lucha por la igualdad social con la misma importancia que le demos a la lucha por la vigencia y ampliación de las libertades individuales; es indispensable entender a la democracia y a los derechos humanos como paradigmas de nuestra nueva propuesta partidaria.
Tercera:
La construcción de nuestra nueva identidad será vana si no somos capaces de hacerla conocer a la sociedad.
Reconozcamos que no contamos con una estrategia de comunicación política y, en todo caso, lo que hacemos en esta materia es lo que hacían los partidos a mediados del siglo pasado. Hacemos propaganda con volantes y mítines cuando millones de mexicanas y mexicanos tienen acceso a tecnologías modernas de comunicación; difundimos consignas ideologizadas cuando la ciudadanía demanda información sobre lo que proponemos, hacemos y lo que queremos hacer en beneficio del país.
Es momento de terminar con el tipo de partido que sustenta la posibilidad de victoria en su capacidad de afiliar ciudadanos y en hacerlos auténticos militantes bolcheviques. Esa antigua concepción sobre lo que es un partido debería ser historia para nosotros. Para ingresar a la modernidad hay que transformarnos en un partido que, en lugar de organizar a cientos o miles, influya en decenas de millones, y ello, a partir de tener una propuesta que responda a sus necesidades, exigencias y derechos; que sepamos difundirla para que sea plenamente reconocida y, sobre todo, que seamos capaces de que lo que digamos lo transformemos en hechos y acciones tangibles, veraces para el común de las y los mexicanos.
*Expresidente del PRD
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