Una de nuestras grandes desgracias como país proviene de nuestro propio desarrollo histórico. Durante siglos, en el proceso de conformación de nuestra nación, se ha construido densamente una nociva cultura política que tiene como esencia a “los salvadores”; es decir: aquellos individuos que por alguna “razón”, la providencia nos enviará con el encargo de la misión superior de liberar a México de todos sus males. Desde Quetzalcóatl, el dios que descendió en Tollan para gobernar con justicia, para que la ciudad floreciera, para que la discordia se olvidara, para instalar una era de progreso y felicidad para sus habitantes.
Como Quetzalcóatl, asimismo los tlatoani, los caciques deidificados en las sociedades prehispánicas; así con los virreyes; con los fugaces emperadores Iturbide y Maximiliano; con los presidentes en la etapa post Independencia (notablemente con “su alteza serenísima”); los de la Reforma (especialmente Juárez); con Porfirio Díaz; con los caudillos revolucionarios, y recientemente con los presidentes de “la República” durante la “monarquía sexenal”, como la llamaba Cosío Villegas.
Esta enfermiza orfandad que nos ha acompañado durante siglos; esta perenne esperanza a la llegada de un “salvador de la patria” se mantiene, lamentablemente, inalterable.
Vicente Fox también pretendió encarnar la figura del “Salvador” durante la campaña presidencial de 2000 y lo mismo sucedió con Andrés Manuel López Obrador (especialmente) durante su campaña electoral de 2012. Durante esta gesta —así la llamaba— lo sustantivo no era la terminación del régimen político presidencialista con toda su carga autoritaria, sino lo trascendente era la posible llegada, por fin, de un hombre bueno a la presidencia, pues con eso se resolverían los problemas del país y de la gente. Para López Obrador (ahora como entonces) el problema no se encuentra en la política sino en la moral; en resolver, por la vía de un “salvador” —que él encarna— el dilema moral derivado de concepciones religiosas: de la maldad versus la bondad.
Para colmo del país, ahora, de nueva cuenta desde la Presidencia de la República, se pretende que aparezca “un nuevo salvador de México”. Así presenta la revista Time a Peña Nieto y parecería que así quisiera que se le viera e identificara por las y los ciudadanos. ¡Esto sería un despropósito cargado de una absurda arrogancia!
Pero lo más grave es que no se aprende de la historia y, peligrosamente, se vuelve a esa concepción equivocada del ejercicio del poder político; a la del poder concentrado en un individuo, a la del presidencialismo omnipotente, a la del “Salvador del país”, desde el cual surgen todas las respuestas y desde donde se generan todas las soluciones.
Contrario a seguir esperando por “salvadores” de cualquier signo ideológico, México para resolver sus graves y enormes problemas necesita, no de un “príncipe” sino de un nuevo Estado que cuente con un nuevo régimen político y que debiera sustentarse en principios democráticos, en instituciones verdaderamente republicanas de separación y equilibrio de poderes.
Necesitamos, las y los mexicanos, del reconocimiento pleno de nuestra condición plural y diversa; de cambios profundos en las estructuras del Estado nacional; del diálogo entre las diversas fuerzas políticas y sociales para encontrar, desde la política, reformas profundas, respuestas estratégicas al problema de la desigualdad, al de una economía estancada, al problema de instituciones degradadas por la corrupción, es decir: se necesita de la acción política desde un Estado democrático, ¡no de un “salvador” con visiones de omnipotencia!
Con el regreso del PRI al poder presidencial se encuentra latente el riesgo del regreso al viejo régimen del presidencialismo autoritario, que en su naturaleza política trae el gen del poder concentrado en un individuo susceptible de asumirse como “un nuevo salvador de la patria”. A esa degeneración en el ejercicio del poder, característica de nuestra añeja cultura política (que alcanzó expresión mayor durante el anacrónico sistema priista) podría agravarla la presencia de los profesionales de la adulación que de vez en vez se presentarán en Los Pinos para reafirmarle al Presidente que de nueva cuenta se necesita de un “nuevo salvador para México”.
Para bien de nuestro país sería deseable que nadie —menos aun Peña Nieto— confundiera la urgencia de reformas democráticas y no de “salvadores de la patria”.
¡Ni mesías ni monarcas sexenales ni nuevos príncipes ni salvadores de la patria! Eso es parte de un pasado trágico para el país al que no debiéramos, en ninguna circunstancia, regresar.
Lo que México necesita son reformas para construir instituciones democráticas y republicanas desde las cuales la participación ciudadana, desde las organizaciones civiles y los partidos políticos, sea cotidiana y permanente. Ello como condición para que nuestro país salga adelante.
*Expresidente del PRD
Twitter: @jesusortegam
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