martes, 29 de octubre de 2013

Los extremos se juntan

Germán Larrea, el dueño del Grupo México y poderoso empresario de la minería, dice: “Si se aprueba la reforma hacendaria y el impuesto de 7.5% a las regalías en la industria minera, redirigiré la inversión hacia otros países”. (Es decir: sacará su dinero del país). Ernesto Cordero, senador del PAN, dice: “Aun con parches, rechazarán la reforma hacendaria porque es muy agresiva en la recaudación”.


Juan Carlos Pérez Cuevas, coordinador de los diputados locales del PAN, critica el “terrorismo fiscal que deriva de la reforma hacendaria”. El Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) dice: “El asunto de la obesidad se puede considerar como un asunto cultural y condenó la supuesta preocupación del Congreso por la salud de los mexicanos que lo lleva al extremo de decidir que deben o no consumir los mexicanos”. Con estos ejemplos se hace evidente que los representantes de los grandes grupos empresariales se oponen a la reforma hacendaria porque la misma,  hará que —después de muchos años— éstos paguen sus debidos impuestos y con ello, ciertamente, se aumente la recaudación fiscal y el gasto público en inversión productiva y social.

Pero si no fuera suficiente. Reproduzco declaraciones del actual presidente de la Coparmex, Juan Pablo Castañón, que —en el extremo— amenaza a los legisladores que no voten como la Coparmex quiere. Dice Castañón: “El sector patronal del país dará a conocer los nombres de los legisladores que votaron a favor de la reforma hacendaria. Si el legislador quiere seguir en su carrera política tendrá que explicar el porqué de su voto [….] La reforma hacendaria es antiempresarial”.

Entonces, según este dirigente empresarial, los legisladores —siempre vilipendiados por las cámaras empresariales— o votan conforme la opinión de Coparmex o serán sujetos de represalias para truncar su “carrera política”.

Por el otro extremo ideológico (el ultraizquierdismo, el populismo) la sanción a los legisladores que no se ajusten a las directrices del “movimiento” es mucho más severa; es ser señalados y acusados como “traidores a la patria”.

AMLO, hasta hace poco tiempo, decía que los legisladores sólo le eran útiles al movimiento como aportadores de recursos económicos, como proveedores de boletos de avión o quizás como repartidores de volantes. Para el dirigente de Morena, el Poder Legislativo era una entelequia o en el mejor de los casos, un mero instrumento de denuncia y de propaganda para avanzar hacia lo único que le significaba importancia y trascendencia, es decir: la Presidencia de la República.

Ahora las cosas le parecen diferentes y pide a los legisladores, incluidos los del PAN (¡cosas veredes!) “conducirse con absoluta independencia”.

¿Independencia de quién? ¿Del gobierno? Claro que sí, pues individual y en conjunto, el Poder Legislativo es (debe ser) constitucional y políticamente independiente del Ejecutivo y de otros poderes de la República.

Pero la independencia que ahora exige AMLO a los legisladores incluye a sus propios partidos y hasta a su propia conciencia. Sin embargo, nada es absoluto ni para el propio AMLO, porque tal independencia —la de los legisladores— tendrá el límite que les impone el movimiento que él dirige. El que no vote conforme a sus dictados será ¡traidor a la patria!

La sanción es diferente, pero la esencia de lo que dice el dirigente de la Coparmex y lo que dice AMLO es la misma. ¡Los extremos se juntan!

El PRD y sus legisladores han estado y están en contra de la privatización de Pemex y se opondrán a la entrega a privados, nacionales o extranjeros, de nuestros recursos naturales. Pero esa posición política es un asunto de convicción, de programa, no es resultado de chantajes o amenazas.

Hannah Arendt analizó como pocos el comportamiento de los sistemas y de los líderes totalitarios y sabía que “para alcanzar la dominación total había que eliminar, como condición sine qua non, cualquier solidaridad de grupo” incluyendo a los partidos.

Así, debilitando a los partidos y organizaciones (a los socialdemócratas, comunistas, liberales, democristianos, etcétera, etcétera), destruyendo su cohesión, alimentando su dispersión y eliminando la solidaridad entre sus integrantes, se alzó en Alemania (casi sin resistencia) el régimen totalitario.

En el régimen estalinista millones de hombres y mujeres fueron eliminados acusados de ser “elementos extraños a la clase”. Un militante detenido por ser “elemento extraño a la clase” dijo: “Yo no quiero ser un acusado sin un delito”. Pero eso no importaba porque como dijo Bujarin, acusado y ejecutado por traición a la patria, “lo esencial en estos juicios no son las causas, sino las acusaciones, como fue así la jurisprudencia de la Santa Inquisición”.

El PRD hará su parte para preservar como propiedad de la nación nuestros recursos naturales, porque esto es parte de nuestra razón de existencia.

                *Ex presidente del PRD

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martes, 22 de octubre de 2013

Necesidad mata programa

¡No más impuestos! ¡No a la reforma hacendaria!, dice López Obrador y en esa proclama, es acompañado por el presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE); por Ernesto Cordero, ex presidente del Senado; algunos de los principales dirigentes del PAN; Luis Pazos, ex director de Banobras en el gobierno de Fox, y por otros personajes identificados por su pensamiento neoliberal y conservador.


Como habrán notado, esta coincidencia (la de AMLO con personajes reivindicadores de la derecha) en planteamientos de política económica provoca algún desconcierto. Lo común es que sus respectivas posiciones se enfrentan, pero en realidad no debiera de sorprender la coincidencia, porque como he dicho antes: la política tiene tantos caminos que en determinados momentos y circunstancias, quienes los recorren se pueden juntar. Entonces, como es el caso, pueden apoyarse, caminar juntos un trecho, aunque tengan cada uno de ellos destinos y propósitos diferentes.

El caminar juntos entre diferentes no siempre implica acuerdos explícitos; por el contrario, es más frecuente que estos acuerdos sean implícitos. Un ejemplo de estos lo fue el apoyo del PRI a Calderón en 2006 hasta finales de 2009. Mediante este acuerdo implícito, el PRI pasó de ser la tercera fuerza a convertirse en la primera en tan sólo tres años. En 2006 ambos se necesitaban como náufragos aferrados a un solo salvavidas: A Calderón el acuerdo le significaba la permanencia y al PRI le significaba la sobrevivencia.

La actual coincidencia de AMLO, el CCE, PAN, Cordero y Pazos en contra de la reforma hacendaria es diferente en la forma, pero tiene el mismo contenido, es decir: la necesidad política.

El PAN necesita recuperar a quienes considera aliados naturales, esto es, a las cúpulas empresariales y algunos sectores de la población de clase media alta. Ambos se le fueron en el periodo de Fox y principalmente en el de Calderón. Esta necesidad electoral los conduce a oponerse a la terminación de los regímenes especiales; a negarse a una mayor progresividad en el ISR; a resistir la terminación del régimen de consolidación fiscal; a oponerse a terminar con la deducibilidad para las grandes empresas; a que se graven las ganancias de la bolsa, etcétera, etcétera.

Esta definición del PAN es esencialmente la misma que enarbolan algunos (no todos, por supuesto) de los grandes empresarios que durante décadas han gozado de un paraíso fiscal en México. Y la necesidad de éstos que es obvia (no quieren pagar los impuestos que les corresponden) empata con las necesidades políticas del PAN.

En el caso de Cordero y el de otros personajes de la derecha hay necesidades más mundanas, pero desde luego que también hay convicciones que podríamos llamar ideológicas. La derecha en el mundo y la de México no son muy diferentes, procuran por un Estado débil, pequeño, sin recursos, sin capacidad de regular e influir en la política hacendaria y en el rumbo de la economía; rechazan al Estado inversor en áreas como la energía, telecomunicaciones y por eso mismo buscan afanosamente sacar al Estado de estos sectores estratégicos; empujan por generalizar los impuestos indirectos como el IVA (regresivos); pretende disminuir el peso de los impuestos directos como el ISR y, desde luego, que se oponen a su mayor progresividad; no quieren que se grave al capital y siempre persisten en mantener para los grandes causantes los regímenes especiales; no quieren mayor gasto público y menos desean que éste se destine a la construcción de sistemas de seguridad social.

Esto que demandan en México, es decir: ¡No más impuestos! (desde luego para los sectores de mayores ingresos) es básicamente lo que pelean los Republicanos y el Tea Party en Estados Unidos, el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, Merkel en Alemania, Piñera en Chile… es decir, la derecha conservadora.

Si algo hace diferente a la izquierda de la derecha en política fiscal es que la primera procura que el Estado cobre los impuestos debidos y que lo haga de manera progresiva, porque esto implica redistribución del ingreso, pero además significa capacidad del Estado para gasto e inversión pública. La segunda sigue creyendo en la mano invisible del mercado.

¿Pero entonces… por qué AMLO coincide con la derecha en que no se cobren impuestos? ¿Por razones programáticas? Opino que no es esa la razón, porque en su propuesta electoral de 2012 se contempla lo que precisamente aprobó la Cámara de los Diputados, es decir: que se cobren impuestos y que se haga con justicia.

En su campaña electoral AMLO propuso la terminación de los regímenes especiales; la eliminación del régimen de consolidación fiscal; que los más ricos paguen sus impuestos; se graven las ganancias en la especulación financiera, en la Bolsa; que el ISR sea progresivo para que paguen más quienes más tienen. Pero su exigencia principal fue que para que hubiese justicia tributaria no se generalizaran los impuestos indirectos como el IVA,  y… para sorpresa de muchos, los diputados, principalmente los del PRD,  han aprobado las propuestas de AMLO.

Si no hay razón programática, ¿entonces por qué la coincidencia?
Por la necesidad política —igual que el PAN y los otros partidos— de mantener o hacer crecer clientelas electorales.

¿La búsqueda de satisfacer esta necesidad es una perversión que debe ser condenable? Nada de eso; pero me parece que la izquierda ganará más simpatías entre la población, si haciendo uso de todos los recursos de la política —especialmente del diálogo y los acuerdos— hace posible que sus propuestas se materialicen y se hagan realidad para con ello contribuir —desde el gobierno o en la oposición— a resolver los grandes problemas nacionales.

                *Ex presidente del PRD
                @jesusortegam
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lunes, 21 de octubre de 2013

Réplica a la columna "Astillero" en La Jornada

México, Distrito Federal 20 octubre, 2013


Con atención a Julio Hernández López

Una opinión frente “Astillero” del 18 octubre, 2013


En propósitos de crítica no es correcto generalizar y en consecuencia, un señalamiento crítico hacia un periodista en particular, no debe generalizarse hacia todas aquellas personas que ejercen tal profesión. En el periodismo —como en cualquier otra actividad— hay personas, individuos, empresas que llevan a cabo su trabajo de manera profesional y lo hacen cumpliendo con la norma aquella que les es consustancialmente imprescindible; la de informar con veracidad, la de opinar con autenticidad.

Sin embargo, como muchas personas se habrán dado cuenta, en algunos sectores de lo que podríamos llamar con amplitud el periodismo mexicano, se está presentando (desde hace ya varios años) un fenómeno que es contrario y lesivo al noble oficio de informar, de difundir conocimiento.

Un ejemplo de esto último, lo son las “columnas despersonalizadas”, es decir, aquellas que nadie en lo particular firma y que por lo tanto nadie se responsabiliza de lo que en ellas se dice. Ya es costumbre casi generalizada de que se escribe en este tipo de columnas encubriendo con el consabido “trascendió”, con el “se dice en los corrillos”, “se rumora”, “se especula”, etcétera, etcétera.

Hay otras columnas periodísticas que son firmadas con seudónimos (nombres diferentes al verdadero) con el propósito de evitar la responsabilidad de lo que se escribe. Pero en el caso de los seudónimos hay que hacer una necesaria consideración,  pues si bien es cierto que el uso de seudónimos en el periodismo e incluso en la literatura en general, ha sido y sigue siendo utilizado por necesidad; por ejemplo:  para evitar las  represalias y venganzas políticas o como en el caso de George Sand,  para superar las discriminaciones, los prejuicios conservadores o la misoginia.  Amandine Aurore Lucile Dupin (el verdadero nombre de George Sand) se vio obligada a dejar en el armario su ropaje femenino y más aún, adoptar un nombre masculino, es decir, un seudónimo para de esa manera lograr ser tomada en cuenta como la gran escritora que lo fue.

Pero este caso, el de Sand y el de muchos escritores o periodistas que se encuentran en el riesgo de perder hasta la vida por lo que escriben, no es el de otros periodistas que utilizan seudónimos para calumniar, desinformar y con ello evitar las consecuencias y responsabilidades de las mentiras que difunden.

Y hablando de difundir mentiras, también existen otros columnistas —que si bien firman sus escritos y no utilizan seudónimos— dañan al periodismo porque lo que escriben no es información verificable sino meras figuraciones y hasta delirios motivados por animadversiones políticas, pero más que eso, por la ausencia de una elemental búsqueda de información (y de investigación ya ni hablamos).

No son pocos los casos de este tipo y no ayudan al propósito de que nuestra sociedad se encuentre informada verazmente sobre los acontecimientos, especialmente los políticos.

Para ejemplificar uno de ellos, haré referencia a Astillero, la columna de Julio Hernández publicada el pasado viernes 18 del mes presente. La mencionada columna se titula: “Apoyo al DF ¿A cambio de qué?”.
Julio Hernández no hace ni investigación ni análisis político y su escrito es una ejemplar pieza de suposiciones y especulaciones sin ningún sustento.

Veamos: Julio afirma que “El PRD decidió vender su alma votante a cambio de un cuantioso respaldo presupuestal en la capital del país”.
¡No! Julio. La mayoría de los legisladores del GPPRD en la Cámara de Diputados decidieron votar a favor de la Reforma Hacendaria por que en esta se encuentran contemplados algunos de los más importantes puntos programáticos del PRD en materia fiscal, a saber: no se permitió el IVA en alimentos y medicinas; se eliminan gran parte de los regímenes especiales, especialmente el existente para las grandes empresas agropecuarias y del trasporte; se elimina (en tres años culmina el proceso) el régimen de consolidación fiscal con el cual se eludía el pago de impuestos por los grandes conglomerados empresariales; se logran modificar las tasas impositivas del ISR para elevarlas para quienes más ingresos obtienen y en sentido contrario, reducirlas para quien menos ingresos obtiene; se gravarán las ganancias obtenidas en la especulación financiera y en la bolsa; se elimina el IETU y el IDE; se logra aumentar la recaudación para una mayor intervención del Estado en la economía; se rompe con el dogma del déficit cero, para con ello obtener más  recursos destinados a la inversión productiva y la generación de empleos; se gravan los productos chatarra y se aumenta el impuesto para aquellos que son dañinos a la salud; se hará una mejor y mas justa distribución para los estados y municipios de todos los recursos fiscales que obtenga la federación y desde luego (¿por qué te escandaliza?) trabajamos por más recursos, como lo hemos hecho siempre, para la capital del país.

Te preguntas: ¿a cambio de qué? ¡De nada que no sea una oportuna, necesaria y eficaz negociación en la Cámara de Diputados y en el Pacto por México, que logró estos puntos y otros verdaderamente importantes para el país!

Yerras en tus análisis porque como lo admites, sólo haces “primeras lecturas” y escribes basado en la “especulación en lo automático”. Entiendo que especular es un proceso válido para alcanzar conocimiento, pero te equivocas cuando confundes la especulación con la invención. La especulación es un método que contribuye a discernir, pero eso es diametralmente diferente a la invención, la que frecuentemente es resultado de delirios. Y lo que escribes acerca de maquinaciones, negociaciones, condicionamientos para “cerrarle el paso a Ebrard, minar la fuerza a López Obrador, candidaturas para los chuchos”, es francamente delirante, fantasioso. Sin embargo, comprendo que toda esta fantasía es producto de una visión, elemental, simplista y reduccionista de la política y que tu logras sintetizar impecablemente con cuatro palabras: ¿A cambio de qué?
Entender a la política de esa manera conduce irremediablemente a análisis sosos y equivocados.

Hay esquemas mentales que, como si fuesen cicatrices, son difíciles de eliminar. Por ello mismo te puede parecer imposible entender a la política de manera diferente al vulgar toma y daca. Pero sí es posible, y el Pacto por México lo está evidenciando.

Jesús Ortega Martínez

       

martes, 15 de octubre de 2013

La réplica mexicana del Tea Party

El denominado Tea Party nace en el invierno de 2009 como reacción a las políticas fiscales del presidente Barack Obama. Esta organización cuenta con bases ideológicas difusas y es heterogénea (aglutina a miembros de la derecha religiosa, antiinmigrantes, defensores del derecho a poseer armas, nacionalistas, ultraliberales, etcétera). Más allá de sus “creencias no negociables”, como la xenofobia, posesión de armas de fuego y fomento de los “valores familiares”, lo que realmente aglutina a este conglomerado de conservadores radicales son principalmente sus demandas en lo económico, es decir, menos gobierno, menos déficit y menos impuestos.


Para el Tea Party el gobierno, sobre todo el federal, siempre es demasiado grande e intrusivo, por lo que exigen su reducción (hasta el grado de que prácticamente sólo se dedique a cuidar las fronteras y fungir como policía); la eliminación de toda regulación que se interponga con “la mano invisible del mercado”; y la eliminación del ya por sí raquítico sistema de seguridad social.

Pugnan también por un “presupuesto balanceado” (déficit cero), tildando a la política de gasto público deficitaria como traición a la patria. Asimismo, luchan por la derogación permanente de casi todos los impuestos y la reducción inmediata de aquellos que, según ellos, atentan contra la clase media: Impuesto Sobre la Renta, Impuesto Sobre el Capital e Impuesto Sobre la Herencia.

Desafortunadamente, la visión del Tea Party tiene su réplica en México. Ante la iniciativa de reforma hacendaria, los organismos cúpula del empresariado mexicano (con el Consejo Coordinador Empresarial a la cabeza) junto con el PAN y un sector importante del PRI, replican la negativa a elevar los impuestos a quienes más tienen, se oponen recurrir a un moderado déficit, rechazan la inversión pública productiva que dinamiza la economía, desaprueban el papel regulador del poder público, y la creación de todo sistema de  seguridad social.

Como ahora sucede en Estados Unidos, donde el Partido Republicano presionado por el Tea Party, utiliza la táctica de llevar al “punto muerto” (gridlock) al gobierno para frenar la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, que es la reforma de la sanidad pública del presidente Obama; la réplica mexicana le apuesta a la parálisis en los acuerdos y a toda reforma hacendaria en el Congreso de la Unión. Cabe señalar que el gran empresariado y los partidarios de la derecha (junto con la izquierda nihilista) se unifican ya que comparten la táctica de la parálisis, la de la ausencia de diálogo, la de promover la agudización de las crisis política y económica.

En sentido contrario, para la izquierda responsable, lo que debe prevalecer es la búsqueda de acuerdos para llevar a buen puerto una reforma hacendaria progresiva, por medio de la cual paguen más impuestos quienes ganan más, a que se logre que el Estado aumente la recaudación y se utilice a ésta como una herramienta redistributiva, a que se haga uso del déficit flexiblemente, se redireccione el gasto público hacia la inversión productiva y en infraestructura social, y se sienten las bases para la construcción de un sistema de seguridad social universal.

Con base en lo anterior, en concreto, para una reforma hacendaria justa y equitativa el PRD ha propuesto: 1) Que el Impuesto Sobre la Renta sea el eje de la política recaudatoria, sobre la base de la progresividad, esto es, que pague más quien más tiene, por lo que proponemos una tasa de hasta 36% para las personas con los más altos ingresos; 2) Que el consumo no sea el pilar recaudatorio, por lo que no se debe aplicar el IVA en medicinas y alimentos; 3) Eliminación de regímenes especiales, particularmente el régimen de consolidación; 4) Mantener exenciones fiscales sólo para aquellos sectores más pobres y desprotegidos de la población; 5) Incrementar responsablemente el gasto público, el cual debe estar sujeto a mayor transparencia y fiscalización; 6) Utilizar un déficit moderado para contar con mayores recursos para orientarlos, como se establece constitucionalmente, sólo a inversión productiva, ello para reactivar la economía; y 7) Simplificar el pago de impuesto, eliminando aquellos que no tienen un impacto recaudatorio significativo y que afectan a sectores productivos, como es el caso del IETU y el IDE.

Como se puede observar, esto que propone el PRD es lo que cualquier izquierda progresista sostiene alrededor del mundo, lo contrario es lo que proponen los replicantes mexicanos del Tea Party, es decir, los sectores más conservadores y de derecha del país.

                *Ex presidente del PRD

                @jesusortegam

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                ortegamartinezjesus@hotmail.com

martes, 8 de octubre de 2013

La triple alianza


Así se han conocido en la historia, a diversas alianzas políticas y militares. Una por ejemplo, es la triple alianza entre los señoríos de Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba para enfrentar y derrotar —como finalmente sucedió— al señorío de Azcapotzalco. Con esta alianza se consolidó el imperio Mexica en el Valle de México. Con ese mismo nombre se conoce a la alianza política entre los Estados de Argentina, Uruguay y Brasil que enfrentó militarmente al Paraguay. También se conoce como triple alianza la que a finales del siglo XIX conformaron Alemania, el Imperio Austro-Húngaro e Italia,  ello con el propósito de enfrentar a Francia y a Rusia.


Las razones que dieron sustento a estas y otras alianzas, poco o nada tienen que ver con razones ideológicas u otras de identidad étnica u origen nacional; ¡no! Estas y otras alianzas tienen fundamento en propósitos esencialmente de carácter político como fueron, por ejemplo, la conquista de territorios, expansión de reinos, aumento de tributarios, etcétera, etcétera.

Las alianzas políticas o militares más duraderas y sólidas se dan: NO entre quienes necesariamente guardan identidades ideológicas; NO entre quienes se quieren afectivamente; NO entre quienes —incluso— se aman; sino entre quienes se necesitan. Esto es una constante en la política y a nadie debiera sorprender.

El reconocimiento de la necesidad como motor fundamental del comportamiento humano y por ende de la política, no siempre se hace explícito y cuando se hace, no siempre se hace público.

Este es el caso de la triple alianza conformada por la mayoría de los grandes capitalistas con negocios en México liderados por el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios; el Movimiento Regeneración Nacional liderado por AMLO y el Partido Acción Nacional (PAN, Morena, CMHN), los tres en contra de la reforma hacendaria que se construyó en el marco del Pacto por México.

La triple alianza (todos personalmente respetables) entre Andrés Manuel, Claudio, Gustavo y Ernesto es implícita, aunque no se ha podido evitar que sus coincidencias sean explícitas y públicas. Una parte es antitética —ideológicamente— con las otras dos, aunque eso no impide su confluencia política.

Otra de las partes (los grandes empresarios) exigían gravar con el IVA los alimentos y medicinas para con ello lograr que se mantuvieran los regímenes especiales y las exenciones fiscales que los benefician injustamente.

La tercera de las partes de esta triple alianza (el PAN) insiste en reafirmar su antigua identidad ideológica con esos grandes empresarios (contrariando a Gómez Morin y a otros de sus fundadores) para tomando de pretexto a las clases medias, oponerse también a la eliminación de esos privilegios fiscales que benefician a unos cuantos.

Y AMLO, que se quedó sin su única divisa programática en materia fiscal (el no IVA en alimentos y medicinas), ahora la pretende sustituir —abusando también de “las clases medias” como dice José Woldenberg— con la consigna de “no más impuestos” aunque con ello beneficie a aquellos sectores de la población con mayores ingresos, es decir, a aquellos del décimo decil y que significan apenas el 0.60 del conjunto de la población. Para reafirmar esto último, considérense los siguientes datos: somos aproximadamente 116 millones de mexicanas y mexicanos y de estos, ¡sólo el uno por ciento gana cuarenta mil pesos o más por mes y de este uno por ciento, aproximadamente un tercio, gana cien mil pesos o más,  igualmente, por cada mes!

Con esta escandalosa e injusta distribución del ingreso nacional, ¿puede ser válido el planteamiento de no más impuestos; de ningún cambio a la política fiscal; de oponerse a la desaparición de la consolidación fiscal, la que favorece la evasión; de ninguna nueva y mayor progresividad del ISR que grave a quien más gana; de oponerse a gravar las ganancias en la bolsa de valores; de alentar la permanencia de los regímenes especiales? ¡Claramente no es válido! Lo que hace es contribuir a la desigualdad social y económica.

Entonces, la triple alianza en mención (lo reconozcan o no, estén o no conscientes de sus implicaciones) contribuye a preservar los privilegios de una pequeña minoría que concentra, cada vez de manera más indignante, el ingreso nacional.

Por ello la implícita triple alianza PAN, Morena, CMHN es conservadora, ello al margen de los discursos e intenciones.

                *Ex presidente del PRD
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jueves, 3 de octubre de 2013

Libertad, legalidad y democracia

Era el mes de julio de 1997 cuando en el centro político de México, la Izquierda y de manera particular el PRD, ganaba las primeras elecciones para la jefatura de gobierno del DF. Ello había sido posible, entre otras causas, porque en el periodo de 1994-1996, con el impulso principal de la izquierda, se habían materializado nuevas e importantes reformas de carácter político que atacaban y debilitaban el autoritarismo y la hegemonía del régimen de partido de Estado. 

El Jefe de gobierno electo fue Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el líder principal de la izquierda mexicana y el mismo que nueve años antes había ganado—aunque no fuese reconocido así por el órgano electoral que controlaba y presidía Manuel Bartlett— las elecciones presidenciales en 1988.

Cárdenas Solórzano llevó a cabo en el Distrito Federal, un gobierno de apertura a libertades que convirtió a la Capital de la República en un símbolo democrático para la izquierda y en una isla de ejercicio de derechos, contrastando con los gobiernos autoritarios imperantes en la gran mayoría de las entidades federativas del país.

El Gobierno de Cárdenas fue bien reconocido por la ciudadanía del Distrito Federal y de la misma manera fue aquilatado por buena parte de los ciudadanos que habitaban en otros estados. Por ello, el PRD, consideró positivo que Cárdenas se postulara—nuevamente—como su candidato presidencial en las elecciones del año 2000. Con ese propósito, Cárdenas solicitó licencia como Jefe de Gobierno y quien en su lugar ocupó tal responsabilidad fue Rosario Robles.

Este hecho aconteció en 1999 mismo año en que se desarrollaba un movimiento de estudiantes de la UNAM que reclamaban, entre otras demandas, que no se pagara cuota alguna para ingresar a la educación superior pública y que se eliminara el examen de admisión a la propia Universidad Nacional Autónoma de México.

Los dirigentes de este movimiento estudiantil se agruparon en el CGH (Consejo General de Huelga) que durante algunos meses estaba llevando a cabo diversas acciones para hacer valer sus demandas. Suspendieron las clases en la UNAM, hicieron manifestaciones de diversa naturaleza y en un momento dado, decidieron—como medida de presión—bloquear el Periférico que era y sigue siendo, la principal arteria de comunicación vial de la ciudad capital. 

La reacción del Gobierno perredista encabezado por Rosario Robles, que como hemos mencionado anteriormente, sustituía a Cuauhtémoc Cárdenas, fue la de impedir, con el uso de la fuerza pública (los granaderos y otros cuerpos policiacos) la obstrucción, por el CGH, de dicha vialidad.

Igual que ahora con la CNTE (Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación), después de diversos intentos de diálogo que no prosperaron, la policía enfrentó a los estudiantes universitarios y se impidió que se bloqueara dicha arteria. Hubo empujones, golpes, gases, cohetones, corretizas, persecuciones, algunos estudiantes aprendidos y personas lesionadas de ambas partes. Pero finalmente no se obstruyó el Periférico.

En los noticieros algunos comunicadores afirmaban la acción como positiva y desde luego, otros periodistas y comunicadores junto a dirigentes políticos, acusaron al gobierno perredista de represor y de conculcador de la libertad de expresión. "La izquierda represora" llamaban al PRD y así mismo calificaban al gobierno de la Capital.

Con esta acción del gobierno perredista en 1999 en mente, pregunto: ¿Se conculcó el derecho a la manifestación libre de las ideas? ¿El gobierno perredista traicionó sus principios? ¿Se volvió un gobierno de derecha, represor de los ciudadanos? ¡Sostengo que no! Y reafirmo que, por el contrario, en la disyuntiva de que se permitiera bloquear el Periférico o se preservara el derecho al libre tránsito de millones de capitalinos, se optó por preservar el interés general (sin atentar contra el derecho a manifestarse de una parte) y se actuó de manera adecuada, correcta.

No está por demás mencionar que el entonces presidente del PRD, Andrés Manuel López Obrador, los demás dirigentes del partido y todo el gabinete del gobierno de la ciudad (Alejandro Encinas era secretario de medio ambiente) apoyaron y avalaron la intervención de la policía.

Me ayudo de esta historia, para hacer una reflexión sobre lo acontecido el el viernes 13 de septiembre en el Zócalo de la capital del país, y sus inmediaciones a propósito de las acciones de protesta de la CNTE.

Para este caso, el Presidente actual del PRD Jesús Zambrano, ha dicho—como en su circunstancia lo hizo López Obrador en 1999— que la ciudad Capital es la ciudad de las libertades y, adecuadamente, ha agregado que las libertades de que se gozan son de y para todos sus habitantes. Por tal afirmación ha recibido Zambrano—por los mismos que nos señalaron como "represores" en 1999—algunas críticas y se le ha acusado—como se acusó al PRD hace 14 años—de avalar e incluso auspiciar la represión contra los maestros de la CNTE y otros ciudadanos.

Estas opiniones de algunos sectores dentro de la misma izquierda, se siguen sosteniendo en la anacrónica concepción de que la legalidad es sólo pieza de una superestructura creada por la burguesía y utilizada como instrumento de dominación sobre el proletariado, o es simplemente—para los que no han oído ni leído de Marx—mero instrumento de control sobre el conjunto de los pobres. En consecuencia—desde esta visión obsoleta, lineal y obtusa—la lucha por cualquier cambio político-social deberá implicar, necesariamente, el combate contra la ley o, en el mejor de los casos, atenderla o no, según convenga a una estrategia política. ¡Este anacronismo político es equivocado y, desde luego hay que enfrentarlo en el terreno de las ideas!

Sin embargo, ajustarse a la legalidad constitucional como uno de los principios de una izquierda democrática, no contradice en modo alguno el derecho inalienable de los ciudadanos a la desobediencia civil. Tan es así que nuestra propia Constitución lo contiene en su articulo 39 que dice "que la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de este. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno".

Así dice nuestra Constitución, pero se equivocan aquellos líderes políticos y grupos sociales que identifican todo acto contrario a la ley como actos legítimos de desobediencia civil.

"La desobediencia civil, dice Habermas, es bien entendida como instrumento no convencional de participación de la voluntad política, porque actúa, como válvula de seguridad del sistema político democrático y como una forma de manifestación de importantes sectores de la población que (para todo propósito democrático) resulta indispensable".

Pero por ello mismo, "la desobediencia civil no puede estar motivada por ningún particularismo sino por el deseo de universalización de propuestas que objetivamente mejorarán la vida en sociedad, la convivencia democrática y civilizada. Es así que resulta imposible entender un movimiento de desobediencia civil que únicamente se limitase a defender conveniencias particulares" (Emilio Alvarado. Universidad Complutense de Madrid). 

Por ello los movimientos clásicos de desobediencia civil que conocemos, como los de las mujeres sufragistas, los de Martin Luther King, Gandhi y Mandela, se justificaban plenamente, en la medida que llamaban a la desobediencia (necesariamente pacífica) a leyes que impactaban en el conjunto de la sociedad y anulaban derechos humanos de las grandes mayorías (el derecho al sufragio universal y libre, a la igualdad jurídica, a la no discriminación, etcétera). De esta manera podríamos entender, como dice el mismo Emilio Alvarado, "que si bien todo acto de desobediencia civil es un acto de desobediencia a la ley, no todo acto de desobediencia a la ley es un acto de desobediencia civil".

La desobediencia civil podrá negar derechos de genealogía, no democráticos o que pretenden perpetuar privilegios injustificables, pero el ejercicio de la desobediencia civil no debe vulnerar aquellos otros derechos democráticos que fueron adquiridos por el conjunto de la sociedad y que están establecidos en las leyes y en la propia Constitución.

Por ello mismo es que una izquierda contemporánea y libertaria debe asumir que en las sociedades democráticas o con aquellas que aspiran a serlo, el ejercicio de las libertades y de los derechos de los ciudadanos—aun el de la desobediencia civil—tiene el límite del ejercicio de las libertades y los derechos de los demás; que no hay libertades absolutas y que el ejercicio de éstas está limitado al ejercicio de las libertades de los otros. 

Giovanni Sartori afirma "que la idea de la libertad en la Ley se contrapone con creciente frecuencia (a) la idea de que la libertad es liberarse de las leyes y que las leyes son una merma de libertad". "Leer en la leyes—continúa Sartori—una infracción de libertad es olvidar que las libertades en cuestión, como lo son las políticas, no son interiores sino de relación; libertades entre individuos, grupos, organizaciones y por lo tanto libertades orientadas a coexistencia en libertad".

Ciertamente, la clave se encuentra en esta expresión de Sartori:libertades orientadas a coexistencia en libertad.

¿Expresarse, manifestarse a favor o en contra de una idea, de un concepto, de un precepto, e incluso de una ley es una libertad legítima, indiscutible—y yo preguntaría—imprescriptible de los maestros afiliados a la CNTE? Desde luego que la respuesta debe ser afirmativa. Pero, me pregunto si se tiene la misma legitimidad cuando esa libertad se ejerce afectando la libertad de los demás. Pienso que no.

El mismo Sartori explica "que la libertad de cada uno debe encontrar su límite (o si se quiere su no-libertad) en la reciprocidad, en el respeto de la libertad de los demás (…). A Fulano le está prohibido dañar a Mengano y, viceversa, a Mengano le esta prohibido dañar a fulano: Ambos deben ser no-libres de hacer daño al otro (y a terceros)".

¿Cómo entonces conciliar la libertad de una parte con la libertad de todos? La respuesta se encuentra, precisamente, en la ley.

Sé bien que las leyes pueden responder a intereses particulares y/o a relaciones de fuerza y que además son, frecuentemente interpretables y aplicables de manera diversa; pero también es cierto, que las leyes introducen objetividad, previsibilidad, seguridad y sobre todo ello, generalidad, universalidad; es decir, están o deben estar concebidas y elaboradas en razón del interés general, del interés superior que es el del conjunto de la sociedad. Es verdad qué no siempre sucede así, pero una circunstancia específica no debiera conducir a suprimir la prevalencia de la ley (que, como norma, debe expresar la voluntad general sobre cualquier voluntad individual o sobre cualquier interés particular).

Por ello mismo la legitimidad de un Estado democrático está dada por la legalidad. En la democracia, los individuos, los grupos sociales, económicos, políticos y, de manera especial, el gobierno, deben estar, todos, sujetos a la ley que es lo que puede impedir cualquier intento—en el nombre de la libertad, de una clase social, de intereses particulares, de la justicia o de la autoridad—de cometer abusos, injusticias, agravios contra el conjunto de la sociedad o contra un individuo.

Siendo, entonces la ley, la principal fuente del derecho, es también expresión de la soberanía, es decir, de la voluntad general. 

De nueva cuenta cito a Sartori que se pregunta: "¿Los derechos son libertades de o libertades para? Son, libertades de convertidas en libertades para. Y en la misma medida que aumenta el elenco de los derechos, también la libertad política se expande en forma de libertad económico-social y la libertad liberal se convierte en libertad democrática (…). Cuando se afirma que la libertad y legalidad son indisolubles, se entiende que solo hay un modo de construir un orden político no opresivo, esto es: despersonalizar y limitar lo mas posible el poder político. Lo que tenemos en mente es el constitucionalismo y el Estado de derecho que somete al hacedor de las leyes a las leyes que hace. Es en este contexto donde se sostiene que la libertad dentro de la ley y no la autonomía, es lo que constituye el baluarte de las sociedades libres".

Por ello, frente a una visión de izquierda, que en razón de ideologismos y dogmatismos, desprecia la legalidad, debe existir y prevalecer otra visión de izquierda que comprenda, indubitablemente, que la legalidad es fundamental para la democracia, pero que además, es un instrumento esencial que debe utilizarse para avanzar hacia el necesario cambio social. La legalidad no es un obstáculo para el cambio; es, al contrario, una herramienta muy útil para lograrlo. Democracia y legalidad son incomprendidas si se toman separadas. Son una y otra; no una sin otra y menos una a costa de otra.

La izquierda progresista debe definirse en la premisa de que su acceso al poder y su capacidad de influencia para atender y contribuir a resolver los grandes problemas del país y de la gente, pasan por la vía de la legalidad y la democracia, es decir, por ensanchar, desde grandes reformas políticas, económicas y sociales, los espacios, desde el poder o desde la oposición, para construir una gobernabilidad democrática, un Estado de derecho y una efectiva igualdad social.

La definición anterior ¿Significa que la izquierda progresista y democrática soslaya o menosprecia a los movimientos sociales, civiles, gremiales que actúan o se desenvuelven al margen de los partidos o de "la institucionalidad"? Nada mas alejado de la realidad.

En sentido contrario, la izquierda debe asumir que la gobernabilidad democrática no se agota en la existencia de un sistema de partidos, sino que mas allá de estos, debe comprender, de manera incluyente, las múltiples y diversas formas de participación ciudadana que procuran ejercicio pleno de los derechos sociales y políticos.

Esto pareciera ser aceptado por todos, y sin embargo no es así. Los problemas surgen cuando se piensa—por una parte de las derechas—que la democracia solo se ejerce por intermedio de las instituciones y entonces ubican cualquier manifestación del movimiento social en las calles como antítesis de la institucionalidad y de la gobernabilidad.

Alfonzo Sánchez Rebolledo escribió: "Juzgar toda resistencia pacífica como ilegal no solamente es una demostración de intolerancia, sino también negación de la política, actividad que por su naturaleza es propia de los ciudadanos y no posesión exclusiva de los partidos". Esto es cierto, pero, en sentido contrario, igualmente es un grave error político suponer—como lo hace una parte de las izquierdas—que el sistema político de partidos es antítesis del movimiento social, o, peor aun, que el movimiento social sólo se podrá desarrollar a costa de la institucionalidad representada por los partidos y las estructuras que estos representan, incluyendo al Estado mismo. Condenar todo movimiento social y descalificar todo esfuerzo partidario dentro de las instituciones del Estado son dos apreciaciones erróneas y ambas atentan contra todo esfuerzo por construir en nuestro país una verdadera Gobernabilidad Democrática.

Por eso, muchos sectores de derecha asocian a la democracia con la ingobernabilidad y otros, de la ultra izquierda, frecuentemente vinculan al sistema de partidos con autoritarismo. Para una parte de la derecha es autoritarismo que se haya legislado en materia de combate a los monopolios, como, para una parte de la CNTE, es autoritarismo el que el Congreso haya legislado reformas al sistema educativo.

Es cierto que nuestro sistema de partidos es débil, que tiene grandes carencias, que le falta representatividad, que padece de corrupción, pero el reconocimiento de esa realidad no puede conducir a nadie a concluir que debemos desaparecerlo. Esa conclusión es completamente equivocada y solo posibilita la regresión y la restauración del viejo sistema autoritario de partido de Estado.

Carlos Pereyra escribió que la tesis de la ingobernabilidad producida por la democracia (y podría decirse que por la política) es el relanzamiento de la reacción primaria (inclusive en el pensamiento liberal) frente a la universalización de la ciudadanía.

Los límites de la gobernabilidad, continuaba Pereyra, están dados, en cualquier caso, por la capacidad estatal de asimilar las variaciones impuestas por la voluntad social. Allí donde el ejercicio de gobierno supone el ejercicio sistemático a procedimientos coercitivos, hay un bajo grado de ingobernabilidad. "Si bien esto depende en primer término de los gobernantes para conducir la cosa pública por las vías institucionales, también es responsabilidad de los gobernados (y en particular de la oposición política) mantener su actividad dentro de los causes que no signifiquen la ruptura del orden social. Las fuerzas políticas opositoras no han de procurar la destrucción del Estado sino su reordenamiento. Conservar (construir) la gobernabilidad democrática de la sociedad es tarea de la fuerza política que ejerce el poder como de las fuerzas que aspiran a ejercerlo.

Concluyo: El gobierno de Enrique Peña Nieto (o cualquier otro) no podrá garantizar gobernabilidad si su acción se concentra en los métodos ilegales, coercitivos, punitivos.

Contrario a eso, el gobierno requerirá de la política y del diálogo para avanzar en la solución de los problemas del país. Pero la oposición de izquierda (la que actúa en los partidos o en el movimiento social) será incapaz de ser alternativa política y de gobierno sino logra, ahora mismo, desprenderse de la idea de que la legalidad es un fardo que obstruye su crecimiento; zafarse del dogma de que las reformas—no importa su contenido—solo contribuyen a mantener el statu quo; renunciar al pensamiento esclerotizado de que la nueva sociedad de justicia sólo podrá levantarse desde las ruinas humeantes del Estado.

martes, 1 de octubre de 2013

La razón arrogante

El PRD ha insistido durante varios años que una transformación de fondo del régimen político debiera ser el dejar atrás el presidencialismo autoritario que ha regido durante varias décadas la vida social, económica y política de nuestro país, y que debiera ser sustituido por un nuevo sistema parlamentario.

Si uno revisa la historia de nuestro país y sobre todo, estudia la más reciente (por ejemplo: los últimos 25 años) se refuerza la idea de que el cambio político que necesita México debiera orientarse en este sentido. Sé, sin embargo, que un cambio de este calado requiere de varias condiciones y entre ellas, la más importante, sería que en México contáramos con un sistema de partidos sólido, consistente desde el punto de vista programático y especialmente representativo de lo que es la pluralidad política e ideológica del país. Esta es la primera y la más importante condición para avanzar hacia la transformación de nuestro régimen político.

Lamentablemente esto aún no existe y la no existencia de esta condición se convierte en el principal obstáculo para nuestro desarrollo democrático.

Por eso adquiere significado mayor que se comprenda cabalmente la necesidad urgente, de construir y aplicar una gran reforma político electoral como la que se encuentra contemplada en el Pacto por México, y en algunas de las iniciativas que han presentado partidos y grupos parlamentarios.

Desde luego, es indispensable la constitución del cuarto poder, es decir: del poder electoral; y un paso significativo en ese propósito es la creación del Instituto Nacional Electoral; de tribunales eficaces en defender los derechos electorales de los ciudadanos; de la ley de partidos políticos; la normatividad para las coaliciones de gobierno; la reelección acotada en tiempo de los legisladores; de la transparencia en el uso de recursos económicos por los partidos; del ejercicio de las formas de democracia directa como candidaturas independientes, referéndum, plebiscitos, iniciativas ciudadanas, etcétera, etcétera.

Pero aunque esto debiera ser principalmente impulsado por el Congreso de la Unión, pareciera que es en éste, donde se encontrará el principal obstáculo para hacer posible una reforma política verdaderamente transformadora y capaz de dejar atrás al actual y ya anacrónico régimen presidencialista.

¿Por qué está sucediendo esto en el Congreso de la Unión?

Una respuesta pudiera encontrarse en una actitud conservadora que invade a algunos de los principales líderes congresuales de los partidos ahí representados. Otra respuesta pudiera localizarse en la incomprensión, por parte de un buen numero de legisladores, de que ahora es el momento de grandes cambios en todos los ordenes de la vida del país. Parecería que a la necesidad de abordar las grandes transformaciones, se impone la costumbre, aquella de priorizar intereses particulares (los futuros cargos en el porvenir y en consecuencia la atención principal en las próximas elecciones; la atención, principalmente, a las tradicionales “clientelas”; la necesidad de preservar políticamente los “territorios electorales”, etcétera, etcétera).

Es posible que todo eso exista, pero creo que lo que más influye en ese comportamiento es la confusión sobre lo que implica ser legislador postulado por un partido.

En nuestro actual sistema los legisladores lo son porque son votados por los ciudadanos, pero eso es posible porque son postulados por un partido que enarbola determinado programa. En consecuencia, en su trabajo como legisladores deben representar a los votantes, pero igualmente al programa del partido que los postuló. Algunos piensan que en esto existe una contradicción y tienden, por lo tanto, a olvidarse del programa, de las orientaciones de su partido y caen en lo que Carlos Pereda llama la“razón arrogante”.

Con la“razón arrogante” como lanza, algunos legisladores adoptan la actitud de sólo representarse a sí mismos y no caen en cuenta, que con ese comportamiento pierden, precisamente, la condición de representantes. El legislador que sólo quiere representarse a sí mismo es un arrogante, que como todos ellos “deja entender que su preeminencia se desprende de la capacidad de negar. [……] La o el arrogante procuran separarse y separar; confían con fervor en las claras e indiscutibles jerarquías. De esta manera no se aceptan más que cómplices: sólo se reconoce a quienes están dispuestos a abrazar sin el menor reparo la escala de valores de la o el arrogante y, sobre todo, a quienes comparten el enfático menoscabo de todo lo que no está de acuerdo con su creer o desear”. (Crítica de la razón arrogante. Carlos Pereda. Ediciones Taurus).

El país requiere vitalmente cambios profundos, y ello será posible sólo con el concurso definitorio del Congreso, de sus integrantes que en el uso de sus facultades Constitucionales —que son indubitablemente de representación de los votantes y de los partidos que los postularon— se disponen a impulsar tales transformaciones de fondo.

*Ex presidente del PRD

Twitter: @jesusortegam