martes, 16 de abril de 2013

La razón de Estado y el interés privado


En días pasados tuve oportunidad de escuchar a algunos respetables legisladores en referencia a la discusión que se lleva a cabo en el Senado, sobre las reformas constitucionales en materia de comunicaciones y competencia económica. Algún senador hacía una fuerte crítica a los integrantes del Pacto por México a quienes señalaba, por lo menos, de hacer una negociación excluyente y sectaria.

Desde luego que tales opiniones merecen el mayor respeto, pero también son motivo para confrontarlas en el terreno de las ideas.

El Pacto por México es un esfuerzo de negociación política entre los principales partidos que tiene el propósito de lograr un conjunto de reformas de carácter político, económico y social que son, no sólo útiles, sino además indispensables para que el país salga del marasmo de ingobernabilidad, incertidumbre, violencia, desigualdad y pobreza.

Una negociación de Estado como la del Pacto, implica la participación de actores diferentes que tienen posiciones encontradas en asuntos diversos, y que ello obliga a un esfuerzo de diálogo y acuerdos, para contrarrestar los impulsos particulares (así sean partidistas) y avanzar para hacer prevalecer en el gobierno, los partidos y entre el conjunto de la sociedad, el interés general. ¡Así debiera entenderse el quehacer de la política y ese debiera ser el propósito de nosotros, los políticos!

Contrario a esto, lo que hoy existe en nuestro país es la preponderancia de los intereses particulares (de muchos políticos, de algunos empresarios, de otros “representantes”, de no pocos ciudadanos) sobre el interés común; es decir, el bienestar de todas y todos los mexicanos.

Pero el logro de acuerdos a favor del interés general no alienta la desaparición —pensarlo así es un absurdo— de la lucha política y la confrontación de tesis e ideas entre los partidos y ciudadanos. Lograr el consenso sobre algunos temas es muy importante —especialmente en momentos de crisis como sucede hoy en México—, pero la existencia de un régimen de partidos políticos que representan opiniones e intereses diversos es indispensable en toda sociedad democrática.

¿Se traicionan identidades y convicciones partidistas cuando dirigentes, representantes, legisladores de partidos que son diferentes ideológica y programáticamente, logran acuerdos en razón del interés superior del país y de la gente? ¡Desde luego que no!, y quien lo suponga no está haciendo política y, por el contrario, se encuentra encerrado en su dogma de fe, en su fanatismo o peor aún, fingiendo defender principios partidistas se encuentra en realidad defendiendo intereses particulares o preservando privilegios personales.

Escribe Peter Sloterdijk en su libro, El mismo barco, ensayo de la hiperpolítica. “La política es el arte de lo posible: en este conocido dictum de Bismarck hay disimulada una prevención frente a la intromisión de ‘niños mayores’ en los asuntos del Estado. Seguirán siendo ‘niños’, a los ojos del estadista, aquellos adultos que nunca han aprendido ha distinguir con certeza entre lo políticamente posible y lo imposible”[…] “La política se encontraría en el vértice de una pirámide de la racionalidad que establece una relación jerárquica entre la razón de estado y razón privada”.

Ningún partidarismo o ideología debe hacer olvidar a todo político mexicano esta relación jerárquica.

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